Los mayas de la península se localizan en los estados de Quintana Roo, Campeche y Yucatán. En toda la península de Yucatán predominan los terrenos calcáreos, pedregosos y, en general, planos, que desde tiempos muy remotos fueron dedicados al cultivo del maíz.
Los mayas fincan su visión del mundo en torno del cultivo del maíz. En algunos lugares aún se rinde culto a deidades mayas prehispánicas como los cháak-es o dioses de la lluvia, a quienes se ofrecen ceremonias anuales denominadas ch'a cháak con objeto de atraer las lluvias y obtener buenas cosechas en las milpas. También se venera a los "dueños" de todas las cosas y animales, llamados los YumtsiIo'ob, a quienes se encomiendan en caso de enfermedad.
Los mayas consideran que las enfermedades pueden ser de origen natural o provocadas por hechizos, envidias o seres sobrenaturales, para lo que acuden preferentemente con curanderos, cuyos conocimientos incluyen la acupuntura y la herbolaria.
Los mayas de la península elaboran múltiples artesanías, con una vieja técnica cerámica de modelado a mano y cocido a ras de suelo en hornos cerrados hechos de mampostería y paredes de tierra, arcilla y piedra. Respecto a los textiles, además de las hamacas con fibra de henequén, aún se utiliza en el oriente de Yucatán un pequeño telar en el que se elaboran flecos para orillar las servilletas. La artesanía ha paliado un poco la crisis de la economía maya del siglo XX.
El tradicional cultivo del maíz fue sustituido por el henequén que, al sufrir su propia decadencia, modificó el paisaje del pueblo maya absorbiendo el crecimiento de las ciudades, la ganadería y el cultivo de cítricos, que ha reducido la superficie boscosa a menos de la mitad, en sólo 20 años.
Fuente: www.ini.gob.mx
miércoles, 28 de abril de 2010
viernes, 23 de abril de 2010
El maestro y la antropología
El maestro Antonio Galaviz Portilla baja trabajosamente de la escalera de su amplia casa, tiene problemas en un dedo del pie. Su pequeña y fuerte esposa le ayuda. Vive en la colonia del Maestro Federal y desde la acera es posible escuchar el barullo infantil de una escuela cercana. Es música de fondo para alguien que cuidó, enseñó y amó a los niños mexicanos por 45 años consecutivos. En este fragmento de su entrevista habla del día que llegó a Atzalan como maestro.
Terminé los estudios, me vine a mi tierra en noviembre de 1943 y para febrero empecé a pedir trabajo con mis documentos, acá en Puebla. Estaba una oficina que era la Dirección de Educación Federal y ahí veníamos muchos a pedir trabajo, pero a mí siempre me dieron largas, de que me esperara, que iban a venir las plazas y que no sé qué. Y así se pasó febrero, marzo y casi el mes de abril de 1944. A principios del 44, cansado de esperar me fui a México a pedir trabajo a la Dirección General, y ahí fue donde me dieron trabajo, y por suerte me mandan para Puebla.
Llegué acá y me presenté. Me mandaban a un lugar para el no estuve de acuerdo. Yo quería la sierra, quería mi rumbo. Me mandaron a Zacapoaxtla y ahí fui a trabajar a un lugarcito muy chico que se llama Atzalan.
Recuerdo mucho la llegada a Atzalan. Fui a avisarles que al otro día yo me presentaba. Y al siguiente día, ahí estoy antes de las nueve de la mañana. A esa hora ya estaban ahí los padres de familia y todos los niños. Todos los alumnos que había ya estaban ahí esperándome. Pues lo único que hice fue saludar a las autoridades, a los padres de familia, platicarles que iba yo a trabajar con ellos, les presenté mi copia del oficio de asignación y ellos quedaron muy contentos. Y en ese momento me puse a trabajar con los alumnos. Al día siguiente de llegar. Estuve contento, porque a mí no me faltaban los niños, yo tenía ahí todos los alumnos, yo me quedaba ahí, me quedaba en ese lugar. En las tardes pasaba el rato jugando básquet con algunos de los jóvenes y otras gentes, en la noche iba a darles clases a los que gustaran ir a la escuela y ahí me ponía a dar Nocturna. Y así me la fui pasando todo el año.
De ahí me cambian a otro lugar cerca de mi tierra, en Huahuaxtla, un medio indígena que yo conocía bien. Donde había estado antes también era un medio indígena, 70 por ciento de indígenas, pero en Huahuaxtla fue de 100 por ciento.
Muchos de los niños no hablaban español. Yo les hablaba en español y hacía que entre ellos hablaran en español. Los que hablaban en español, que no les hablaran en su idioma a los demás niños, que les hablaran en español para que los demás aprendieran a hablar el español. Y ese mismo sistema fue el que usé en este tercer pueblo donde eran 100 por ciento indígenas. Las jovencitas sin saber hablar nada, le hablaban a usted en su dialecto y tenía que hacerle la lucha por decirles unas cuantas palabras en el de ellos, en su dialecto, para que le entendieran a uno. También el compañero maestro que empezó a hablar el náhuatl compuso mucho la cosa en el lugarcito, le empezamos a dar muy fuerte al trabajo y tuvimos éxito en la escuela, mucho éxito. Era el año 1949.
Allá donde estuve los cuatro años, en la tarde, trabajábamos doble turno, de 9 a 12 y de 3 a 5. Después de que salían los niños, yo agarraba mi botiquín con mi caja de inyecciones y algunas medicinas y me iba a andar, porque no había quien inyectara y yo iba a inyectarles a su casa. A la escuela venían pocas veces, yo los iba a inyectar a veces por la noche con mi lámpara. Los salvaba inyectando y curando.
Así salíamos a platicar con los padres de familia. Yo visitaba los hogares. Ellos le platicaban a uno de sus problemas y uno trataba de ayudar a resolverlos. Era muy hermoso, más que nosotros llevábamos la escuela del maestro Burgos, la escuela rural mexicana, donde no había que estar nada más en la escuela, sino en sus ratos libres salir a visitar los hogares, andar en el pueblo. Tenía yo reuniones con los padres de familia, cosas que eran muy bonitas.
En Huahuaxtla también, sólo que ahí fue más reducido el tiempo, porque teníamos mucho trabajo en la escuela, pero sí, también daba Nocturna en Huehuextla. Ahí también era horario corrido. Nos lo exigía el supervisor, que diéramos nocturnas. Y yo sí la daba con mucho gusto, para enseñar a los adultos a leer y escribir. Iban muchos jóvenes, principalmente, a aprender a leer y escribir.
Lo que buscaban los jóvenes en ese lugar era ganarse el jornal para comer. Eso era todo, no tenían ninguna ilusión de nada, sus ilusiones eran muy raquíticas, no tenían ningún proyecto de mejoramiento, todo era muy relativo, muy sencillo. Nosotros, con mi esposa que allí llegó, ahí nos casamos en Huauaxtla. Ella trabajaba en otro lugar y me fue a alcanzar ahí. Ella recuerda de haber tratado a mucha gente, dice que nada más usaban el calzón y un zarape que se ponían, no llevaban camisa, a rais. Y todos hablaban el mexicano y nos costó mucho trabajo haber logrado enseñarles algo de español, pero eso sí lo logramos. Porque yo tardé ahí 18 años, y en esos 18 años nunca me cansé de trabajar con las gentes, siempre trabajamos con gusto. Yo sí trabajé con gusto.
Terminé los estudios, me vine a mi tierra en noviembre de 1943 y para febrero empecé a pedir trabajo con mis documentos, acá en Puebla. Estaba una oficina que era la Dirección de Educación Federal y ahí veníamos muchos a pedir trabajo, pero a mí siempre me dieron largas, de que me esperara, que iban a venir las plazas y que no sé qué. Y así se pasó febrero, marzo y casi el mes de abril de 1944. A principios del 44, cansado de esperar me fui a México a pedir trabajo a la Dirección General, y ahí fue donde me dieron trabajo, y por suerte me mandan para Puebla.
Llegué acá y me presenté. Me mandaban a un lugar para el no estuve de acuerdo. Yo quería la sierra, quería mi rumbo. Me mandaron a Zacapoaxtla y ahí fui a trabajar a un lugarcito muy chico que se llama Atzalan.
Recuerdo mucho la llegada a Atzalan. Fui a avisarles que al otro día yo me presentaba. Y al siguiente día, ahí estoy antes de las nueve de la mañana. A esa hora ya estaban ahí los padres de familia y todos los niños. Todos los alumnos que había ya estaban ahí esperándome. Pues lo único que hice fue saludar a las autoridades, a los padres de familia, platicarles que iba yo a trabajar con ellos, les presenté mi copia del oficio de asignación y ellos quedaron muy contentos. Y en ese momento me puse a trabajar con los alumnos. Al día siguiente de llegar. Estuve contento, porque a mí no me faltaban los niños, yo tenía ahí todos los alumnos, yo me quedaba ahí, me quedaba en ese lugar. En las tardes pasaba el rato jugando básquet con algunos de los jóvenes y otras gentes, en la noche iba a darles clases a los que gustaran ir a la escuela y ahí me ponía a dar Nocturna. Y así me la fui pasando todo el año.
De ahí me cambian a otro lugar cerca de mi tierra, en Huahuaxtla, un medio indígena que yo conocía bien. Donde había estado antes también era un medio indígena, 70 por ciento de indígenas, pero en Huahuaxtla fue de 100 por ciento.
Muchos de los niños no hablaban español. Yo les hablaba en español y hacía que entre ellos hablaran en español. Los que hablaban en español, que no les hablaran en su idioma a los demás niños, que les hablaran en español para que los demás aprendieran a hablar el español. Y ese mismo sistema fue el que usé en este tercer pueblo donde eran 100 por ciento indígenas. Las jovencitas sin saber hablar nada, le hablaban a usted en su dialecto y tenía que hacerle la lucha por decirles unas cuantas palabras en el de ellos, en su dialecto, para que le entendieran a uno. También el compañero maestro que empezó a hablar el náhuatl compuso mucho la cosa en el lugarcito, le empezamos a dar muy fuerte al trabajo y tuvimos éxito en la escuela, mucho éxito. Era el año 1949.
Allá donde estuve los cuatro años, en la tarde, trabajábamos doble turno, de 9 a 12 y de 3 a 5. Después de que salían los niños, yo agarraba mi botiquín con mi caja de inyecciones y algunas medicinas y me iba a andar, porque no había quien inyectara y yo iba a inyectarles a su casa. A la escuela venían pocas veces, yo los iba a inyectar a veces por la noche con mi lámpara. Los salvaba inyectando y curando.
Así salíamos a platicar con los padres de familia. Yo visitaba los hogares. Ellos le platicaban a uno de sus problemas y uno trataba de ayudar a resolverlos. Era muy hermoso, más que nosotros llevábamos la escuela del maestro Burgos, la escuela rural mexicana, donde no había que estar nada más en la escuela, sino en sus ratos libres salir a visitar los hogares, andar en el pueblo. Tenía yo reuniones con los padres de familia, cosas que eran muy bonitas.
En Huahuaxtla también, sólo que ahí fue más reducido el tiempo, porque teníamos mucho trabajo en la escuela, pero sí, también daba Nocturna en Huehuextla. Ahí también era horario corrido. Nos lo exigía el supervisor, que diéramos nocturnas. Y yo sí la daba con mucho gusto, para enseñar a los adultos a leer y escribir. Iban muchos jóvenes, principalmente, a aprender a leer y escribir.
Lo que buscaban los jóvenes en ese lugar era ganarse el jornal para comer. Eso era todo, no tenían ninguna ilusión de nada, sus ilusiones eran muy raquíticas, no tenían ningún proyecto de mejoramiento, todo era muy relativo, muy sencillo. Nosotros, con mi esposa que allí llegó, ahí nos casamos en Huauaxtla. Ella trabajaba en otro lugar y me fue a alcanzar ahí. Ella recuerda de haber tratado a mucha gente, dice que nada más usaban el calzón y un zarape que se ponían, no llevaban camisa, a rais. Y todos hablaban el mexicano y nos costó mucho trabajo haber logrado enseñarles algo de español, pero eso sí lo logramos. Porque yo tardé ahí 18 años, y en esos 18 años nunca me cansé de trabajar con las gentes, siempre trabajamos con gusto. Yo sí trabajé con gusto.
martes, 20 de abril de 2010
Turismo y alta marginalidad
Al inicio del gobierno de Felipe Calderón viajamos a la montaña de Guerrero con la idea de iniciar una saga de cien páginas web de municipios de muy alta marginación* que la secretaría de desarrollo social había arrancado en siete estados bajo el nombre de Cien x Cien. ¿Por qué cien si son 388 los municipios de muy alta marginalidad en el país? Nunca lo supe. Terminamos haciendo sólo una página, del municipio de Tlacoachitlahuaca, Gro., pues al segundo año el programa Cien x Cien se diluyó por la incompetencia y la inmovilidad del equipo de la señora secretaria, que poco después abandonó la secretaría.
Entre muchos documentos generados para la web, hice una investigación de gabinete sobre las bondades turísticas potenciales de un grupo de municipios de muy alta marginalidad de los estados seleccionados: Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Veracruz, Nayarit y Durango. Para mi sorpresa, los atributos naturales y culturales de esas agrestes regiones se revelaron cuajados de riquezas y oportunidades, tal como se lo presenté a la coordinadora de delegados estatales de la secretaría, que se había mostrado receptiva a escuchar ideas y proposiciones. Mi investigación era contundente.
Tan sólo en Chiapas, con una tradición herbolaria y de medicina natural de los tzotziles, los zteltales y los choles, tenemos mucha tela turística de dónde cortar, empezando por las tres lagunas y las hermosas vistas que ofrecen las montañas de Chalchihuitán. El cerro Tzontehuitz y la laguna Petej de San Juan Chamula, que además cuenta con la iglesia de San Juan Bautista, la famosa Fiesta de Carnaval y un Museo Etnográfico. Los bosques admirables de Chanal, que además cuenta con ruinas arqueológicas y grutas inexploradas, excelente escenario para una clínica naturista de salud y herbolaria tzotzil o batsiI winik'otik. Tumbalá, que comparte las cascadas de Agua Azul. El río Osechucum de Chenalhó, las cascadas, ríos y bosques de Chilón, que cuenta con monumentos arqueológicos, al igual que Mitontic con las ruinas de Pulumsivac y Cochuntó. O Sitalá, que clama por la preservación de sus ruinas mayas de Copatil y la Ceiba, al igual que Zinacantán.
En el estado de Guerrero los pueblos señalados por Cien por Cien tienen una enorme riqueza natural y arqueológica compuesta por iglesias y ruinas, bosques y sierras escarpadas de gran potencial turístico. En Alcozauca de Guerrero un templo parroquial del siglo XVI y templos antiguos en Xonacatlán e Ixcuinatoyác, así como tesoros arqueológicos en las localidades de Alcozauca, Ixcuinatoyác, San José Lagunas y Amapilón.
En Atlamajalcingo del Monte una piedra rústica que llaman San Marcos en la cima del cerro de Chilacayote. En Atlixtac, ruinas arqueológicas olmecas y pinturas coloniales de los frailes evangelizadores en los templos. En Copalillo el balneario de Papalutla visitado por el turismo regional y estatal, las grutas localizadas en el cerro Tecabayo de la comunidad de Papalutla, donde aún se encuentran vestigios antiguos; construcciones de arquitectura monumental de origen olmeca, únicas en Mesoamérica, monolitos y vestigios de cerámica en el sitio arqueológico de Tlalcozotitlán, así como la iglesia colonial de San José Patriarca. En Copanatoyac pinturas rupestres localizadas en la cueva de Ocoapa, además del templo colonial de San Pedro Apóstol. En Xalpatlahuac una pirámide enterrada sobre la que descansan los cimientos de la iglesia del Señor del Santo Entierro. Pinturas rupestres y un museo de sitio en San Nicolás. En Zapotitlán Tablas una zona arqueológica con restos de un gran asentamiento con sótanos, pequeños cerros en forma de pirámide y una roca labrada en forma triangular.
Sin dejar de mencionar la riqueza artesanal de su gente que en Metlatónoc se materializa en talleres de sombreros de palma, huipiles y gabanes; en Xochistlahuaca fabrican machetes con inscripciones, ollas, comales, jarros y cántaros; hamacas y morrales de ixtle, cestería de bambú y de palma y los famosos telares de cintura de sus mujeres amuzgas y mixtecas.
En el estado de Oaxaca, que ocupaba un lugar preponderante en la estrategia Cien por Cien con cuarenta y ocho municipios integrados, antiguos pueblos en el marco de insondables serranías tienen mucho por ofrecer al visitante. Las ruinas prehispánicas de la cultura mazateca de Eloxochitlán de Flores Magón, así como su antiguo templo de San Antonio de Padua. El adoratorio prehispánico de San Agustín Loxicha, donde se practicaban y se siguen practicando ritos del matrimonio y adoración a los fenómenos naturales. En San Lorenzo Texmelucan, ruinas arqueológicas que no han sido estudiadas, así como cuevas, grutas y hoyos en el suelo también inexploradas. En San Pedro Ocopetatillo las ruinas arqueológicas de Zolanos y la laguna del Padre, ambas inexploradas. Las tumbas y cavernas arqueológicas de Santa María la Asunción, que tiene además un templo católico antiguo. La iglesia del siglo XVIII de San Antonio Sinicahua. La iglesia dominica de 1597, con interior decorando al estilo barroco y bizantino, con cinco altares gigantes de cedro bañados en oro de San Juan Coatzospam, que además tiene una piedra de sacrificios instalada por la inquisición. La iglesia de San Lorenzo Mártir del siglo XVIII en San Lorenzo Cuaunecuiltitla; las ruinas de antiguo templo católico de Santa Inés Yatzeche, al igual que el de Santa María Tlalixtac, el de Santo Domingo Tepuxtepec de 1599 o las cuevas o túneles que sirvieron a los antepasados para huir del enemigo en Santa Lucía Miahuatlán.
Además de esa riqueza cultural, las comunidades de Cien por Cien oaxaqueñas habitan espacios naturales de una gran belleza, como los bosques de San José Lachiguiri o de Huautepec o San Pedro el Alto; la cascada de San Juan Juquila Mixes, la cueva de Navela y chorro de agua de Nevería en San Miguel Mixtepec o la cueva de “Laguna Charco” explorada por espeleólogos de Estados Unidos de San Miguel Santa Flor.
Por si fuera poco, la famosa artesanía oaxaqueña que tan sólo de los municipios de Cien por Cien podría ser la envidia de países enteraros. Guitarras, violines y tallas en madera de Coicoyán de las Flores y Santa María Tepantlali; el tejido de la palma y elaboración de comales de barro de Magdalena Peñasco y Santiago Ixtayutla; los violines, bajos y salterios de Mazatlán Villa de Flores; petates y tenates de palma, así como los alebrijes de San Andrés Paxtlán; el aguardiente con jugo de caña de San Francisco Huehuetlán, así como el meazcal de San Francisco Tlapancingo que además hace sombreros tejidos de ixtle y palma, como también se hacen en Santos Reyes Yucuná. Las máscaras con corteza o fibra de madera de San José Tenango y Santa María Chilchotla, los tejidos de ixtle de San Juan Petlapa, San Miguel Ahuehuetitlán, Santiago Tlazoyaltepec y Santiago Amoltepec, la elaboración de balones de fútbol y sombreros de San Simón Zahuatlán; las hamacas, redes y productos derivados del maguey y el ixtle de Santa Cruz Zenzontepec, las figuras de animalitos de Santa María Apazco, para no hablar de los famosos tejidos de las mujeres oaxaqueñas que hacen huipiles, servilletas, manteles, blusas, enaguas y calzones de manta en San Martín Itunyoso, Santa Ana Ateixtlahuaca, San Miguel Coatlán, Santiago Yaitepec y Santo Domingo de Morelos
Las ocho comunidades de la estrategia Cien por Cien del estado de Puebla están ubicadas en imponentes sierras de alto potencial turístico. Entre sus tesoros naturales destacan los manantiales El Tlachilini, El Achichivasco, El Apampelcato y el de las Manzanas del municipio de Coyomeapan, que cuenta además con los bosques del Cicintépetl y el Sumidero; las grutas inexploradas de Huehuetla, que tiene además el templo colonial del Niño de la Candelaria; la pesca de bobos y bagres en el arroyo Laxaxalpa de Hueytlalpan, de hermosos paisajes al igual que San Felipe Tepatlán y
Zoquitlán, que tiene zonas boscosas y caídas de agua, como en Xitlama y el río Coyolapa; además de una iglesia Colonial del siglo XVI.
Destacan las artesanías de tejidos de palma y de carrizo de Eloxochitlán, la talla de madera de Camocuautla y la alfarería y tejidos de mimbre de Chiconcuautla, en el estado de Puebla, como destacan las de los municipios de Cien por Cien del estado de Veracruz ubicados también en escarpadas serranías, los jorongos de lana y chaquetas del municipio de Astacinga, las bateas de Filomeno Mata, los bordados de hilo y tejidos de bejuco en Ilamatlán, Zontecomatlán y Mixtla de Altamirano, las máscaras en madera y ceras de Mecatlán, los instrumentos musicales de Soteapan, las coloridas cobijas de Tehuipango, la talla de madera en Texcatepec y las artesanías de lana de borrego de Tlaquilpa y Xoxocotla,
En El Nayar, municipio de la sierra de Nayarit, tiene lagunas, cascadas y manantiales. Lugares como la Piedra del Diablo, La Boquilla y el Paso de la Güilota, son sitios que cuentan con piedras grabadas con una diversidad de representaciones referidas a la cacería, espirales, hombres, perros, etc.
La localidad de Los Sabinos cuenta con 13 pozos en los que se hallaron importantes reliquias históricas, en el primero de los cuales, se encontró abundante cerámica de uso culinario monocroma y esgrafiada en colores, hachas de garganta y puntas de proyectil en obsidiana que, se cree, fueron realizados del periodo que va del año 700 d. C. a la conquista.
El municipio El Nayar cuenta con diversos monumentos históricos, entre ellos, el templo franciscano de Jesús María, arquitectura rústica que data de fines del siglo XVIII; el templo rústico de Huaynamota, construido por franciscanos en el siglo XIX, la casa del Gobernador Tradicional en la localidad de Santa Teresa, construida de muros de piedra y cubierta con estructura de madera y palma inclinada a cuatro aguas; las ruinas del templo franciscano de Santa Teresa; el templo y curato de San Juan Bautista, localizado en San Juan Peyotán, construido en el siglo XIX; el templo de la Santísima Trinidad y sus anexos- casa cural y escuela de evangelización, construidos en el siglo XVII.
En el municipio de Mezquital, Durango, existe el balneario la Joya y varios ríos; además, se puede practicar la caza de animales propios de la serranía. La iglesia de Huazamota y ruinas de un convento del siglo XVI. A cuatro kilómetros de La Joya; siguiendo el cauce del río, se llega a interesantes zonas arqueológicas. En la zona de El Salto se localizan construcciones mal conservadas y vestigios de cerámica antigua de uso doméstico. En la zona arqueológica de Cerro Blanco también existen construcciones que rodean una enorme caída de agua, a ambos lados de Torrentes.
La funcionaria nunca me respondió una palabra. Un año después me enteré que también perdía el trabajo, se fue de candidata en las intermedias y perdió. De cualquier forma no era un plan operativo sino apreciativo sobre los recursos culturales y naturales de las principales regiones consideradas de alta marginalidad, que entre otras cosas eran el escenario de su trabajo. Si algún día retorna la paz a este país, tal vez podría pensarse en proyectos turísticos que apoyaran a estas comunidades, permitirles mostrar sus bellezas y obtener algunos dividendos para enfrentar una pobreza real que también florece y se reproduce en todos esos lugares. ¿Será el turismo una opción para los pueblos originarios mexicanos?
* El encargado de medir la marginación en México, el programa de microrregiones del gobierno federal, consigna en su página de internet (www.microregiones.gob.mx) cuatro grados o formas de marginalidad para México: muy alto, alto, predominantemente indígena y marginalidad relativa. En total son 17 estados de México los que tienen esta distinción que involucra a 388 municipios con 1 220 305 habitantes.
Adicionalmente, existen 26 entidades con marginación considerada como alta, con 910 municipios y tres millones 339 mil 913 habitantes. En resumen, en México hay 4 560 218 ciudadanos que viven en situación de muy alta y alta marginación.
Entre muchos documentos generados para la web, hice una investigación de gabinete sobre las bondades turísticas potenciales de un grupo de municipios de muy alta marginalidad de los estados seleccionados: Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Veracruz, Nayarit y Durango. Para mi sorpresa, los atributos naturales y culturales de esas agrestes regiones se revelaron cuajados de riquezas y oportunidades, tal como se lo presenté a la coordinadora de delegados estatales de la secretaría, que se había mostrado receptiva a escuchar ideas y proposiciones. Mi investigación era contundente.
Tan sólo en Chiapas, con una tradición herbolaria y de medicina natural de los tzotziles, los zteltales y los choles, tenemos mucha tela turística de dónde cortar, empezando por las tres lagunas y las hermosas vistas que ofrecen las montañas de Chalchihuitán. El cerro Tzontehuitz y la laguna Petej de San Juan Chamula, que además cuenta con la iglesia de San Juan Bautista, la famosa Fiesta de Carnaval y un Museo Etnográfico. Los bosques admirables de Chanal, que además cuenta con ruinas arqueológicas y grutas inexploradas, excelente escenario para una clínica naturista de salud y herbolaria tzotzil o batsiI winik'otik. Tumbalá, que comparte las cascadas de Agua Azul. El río Osechucum de Chenalhó, las cascadas, ríos y bosques de Chilón, que cuenta con monumentos arqueológicos, al igual que Mitontic con las ruinas de Pulumsivac y Cochuntó. O Sitalá, que clama por la preservación de sus ruinas mayas de Copatil y la Ceiba, al igual que Zinacantán.
En el estado de Guerrero los pueblos señalados por Cien por Cien tienen una enorme riqueza natural y arqueológica compuesta por iglesias y ruinas, bosques y sierras escarpadas de gran potencial turístico. En Alcozauca de Guerrero un templo parroquial del siglo XVI y templos antiguos en Xonacatlán e Ixcuinatoyác, así como tesoros arqueológicos en las localidades de Alcozauca, Ixcuinatoyác, San José Lagunas y Amapilón.
En Atlamajalcingo del Monte una piedra rústica que llaman San Marcos en la cima del cerro de Chilacayote. En Atlixtac, ruinas arqueológicas olmecas y pinturas coloniales de los frailes evangelizadores en los templos. En Copalillo el balneario de Papalutla visitado por el turismo regional y estatal, las grutas localizadas en el cerro Tecabayo de la comunidad de Papalutla, donde aún se encuentran vestigios antiguos; construcciones de arquitectura monumental de origen olmeca, únicas en Mesoamérica, monolitos y vestigios de cerámica en el sitio arqueológico de Tlalcozotitlán, así como la iglesia colonial de San José Patriarca. En Copanatoyac pinturas rupestres localizadas en la cueva de Ocoapa, además del templo colonial de San Pedro Apóstol. En Xalpatlahuac una pirámide enterrada sobre la que descansan los cimientos de la iglesia del Señor del Santo Entierro. Pinturas rupestres y un museo de sitio en San Nicolás. En Zapotitlán Tablas una zona arqueológica con restos de un gran asentamiento con sótanos, pequeños cerros en forma de pirámide y una roca labrada en forma triangular.
Sin dejar de mencionar la riqueza artesanal de su gente que en Metlatónoc se materializa en talleres de sombreros de palma, huipiles y gabanes; en Xochistlahuaca fabrican machetes con inscripciones, ollas, comales, jarros y cántaros; hamacas y morrales de ixtle, cestería de bambú y de palma y los famosos telares de cintura de sus mujeres amuzgas y mixtecas.
En el estado de Oaxaca, que ocupaba un lugar preponderante en la estrategia Cien por Cien con cuarenta y ocho municipios integrados, antiguos pueblos en el marco de insondables serranías tienen mucho por ofrecer al visitante. Las ruinas prehispánicas de la cultura mazateca de Eloxochitlán de Flores Magón, así como su antiguo templo de San Antonio de Padua. El adoratorio prehispánico de San Agustín Loxicha, donde se practicaban y se siguen practicando ritos del matrimonio y adoración a los fenómenos naturales. En San Lorenzo Texmelucan, ruinas arqueológicas que no han sido estudiadas, así como cuevas, grutas y hoyos en el suelo también inexploradas. En San Pedro Ocopetatillo las ruinas arqueológicas de Zolanos y la laguna del Padre, ambas inexploradas. Las tumbas y cavernas arqueológicas de Santa María la Asunción, que tiene además un templo católico antiguo. La iglesia del siglo XVIII de San Antonio Sinicahua. La iglesia dominica de 1597, con interior decorando al estilo barroco y bizantino, con cinco altares gigantes de cedro bañados en oro de San Juan Coatzospam, que además tiene una piedra de sacrificios instalada por la inquisición. La iglesia de San Lorenzo Mártir del siglo XVIII en San Lorenzo Cuaunecuiltitla; las ruinas de antiguo templo católico de Santa Inés Yatzeche, al igual que el de Santa María Tlalixtac, el de Santo Domingo Tepuxtepec de 1599 o las cuevas o túneles que sirvieron a los antepasados para huir del enemigo en Santa Lucía Miahuatlán.
Además de esa riqueza cultural, las comunidades de Cien por Cien oaxaqueñas habitan espacios naturales de una gran belleza, como los bosques de San José Lachiguiri o de Huautepec o San Pedro el Alto; la cascada de San Juan Juquila Mixes, la cueva de Navela y chorro de agua de Nevería en San Miguel Mixtepec o la cueva de “Laguna Charco” explorada por espeleólogos de Estados Unidos de San Miguel Santa Flor.
Por si fuera poco, la famosa artesanía oaxaqueña que tan sólo de los municipios de Cien por Cien podría ser la envidia de países enteraros. Guitarras, violines y tallas en madera de Coicoyán de las Flores y Santa María Tepantlali; el tejido de la palma y elaboración de comales de barro de Magdalena Peñasco y Santiago Ixtayutla; los violines, bajos y salterios de Mazatlán Villa de Flores; petates y tenates de palma, así como los alebrijes de San Andrés Paxtlán; el aguardiente con jugo de caña de San Francisco Huehuetlán, así como el meazcal de San Francisco Tlapancingo que además hace sombreros tejidos de ixtle y palma, como también se hacen en Santos Reyes Yucuná. Las máscaras con corteza o fibra de madera de San José Tenango y Santa María Chilchotla, los tejidos de ixtle de San Juan Petlapa, San Miguel Ahuehuetitlán, Santiago Tlazoyaltepec y Santiago Amoltepec, la elaboración de balones de fútbol y sombreros de San Simón Zahuatlán; las hamacas, redes y productos derivados del maguey y el ixtle de Santa Cruz Zenzontepec, las figuras de animalitos de Santa María Apazco, para no hablar de los famosos tejidos de las mujeres oaxaqueñas que hacen huipiles, servilletas, manteles, blusas, enaguas y calzones de manta en San Martín Itunyoso, Santa Ana Ateixtlahuaca, San Miguel Coatlán, Santiago Yaitepec y Santo Domingo de Morelos
Las ocho comunidades de la estrategia Cien por Cien del estado de Puebla están ubicadas en imponentes sierras de alto potencial turístico. Entre sus tesoros naturales destacan los manantiales El Tlachilini, El Achichivasco, El Apampelcato y el de las Manzanas del municipio de Coyomeapan, que cuenta además con los bosques del Cicintépetl y el Sumidero; las grutas inexploradas de Huehuetla, que tiene además el templo colonial del Niño de la Candelaria; la pesca de bobos y bagres en el arroyo Laxaxalpa de Hueytlalpan, de hermosos paisajes al igual que San Felipe Tepatlán y
Zoquitlán, que tiene zonas boscosas y caídas de agua, como en Xitlama y el río Coyolapa; además de una iglesia Colonial del siglo XVI.
Destacan las artesanías de tejidos de palma y de carrizo de Eloxochitlán, la talla de madera de Camocuautla y la alfarería y tejidos de mimbre de Chiconcuautla, en el estado de Puebla, como destacan las de los municipios de Cien por Cien del estado de Veracruz ubicados también en escarpadas serranías, los jorongos de lana y chaquetas del municipio de Astacinga, las bateas de Filomeno Mata, los bordados de hilo y tejidos de bejuco en Ilamatlán, Zontecomatlán y Mixtla de Altamirano, las máscaras en madera y ceras de Mecatlán, los instrumentos musicales de Soteapan, las coloridas cobijas de Tehuipango, la talla de madera en Texcatepec y las artesanías de lana de borrego de Tlaquilpa y Xoxocotla,
En El Nayar, municipio de la sierra de Nayarit, tiene lagunas, cascadas y manantiales. Lugares como la Piedra del Diablo, La Boquilla y el Paso de la Güilota, son sitios que cuentan con piedras grabadas con una diversidad de representaciones referidas a la cacería, espirales, hombres, perros, etc.
La localidad de Los Sabinos cuenta con 13 pozos en los que se hallaron importantes reliquias históricas, en el primero de los cuales, se encontró abundante cerámica de uso culinario monocroma y esgrafiada en colores, hachas de garganta y puntas de proyectil en obsidiana que, se cree, fueron realizados del periodo que va del año 700 d. C. a la conquista.
El municipio El Nayar cuenta con diversos monumentos históricos, entre ellos, el templo franciscano de Jesús María, arquitectura rústica que data de fines del siglo XVIII; el templo rústico de Huaynamota, construido por franciscanos en el siglo XIX, la casa del Gobernador Tradicional en la localidad de Santa Teresa, construida de muros de piedra y cubierta con estructura de madera y palma inclinada a cuatro aguas; las ruinas del templo franciscano de Santa Teresa; el templo y curato de San Juan Bautista, localizado en San Juan Peyotán, construido en el siglo XIX; el templo de la Santísima Trinidad y sus anexos- casa cural y escuela de evangelización, construidos en el siglo XVII.
En el municipio de Mezquital, Durango, existe el balneario la Joya y varios ríos; además, se puede practicar la caza de animales propios de la serranía. La iglesia de Huazamota y ruinas de un convento del siglo XVI. A cuatro kilómetros de La Joya; siguiendo el cauce del río, se llega a interesantes zonas arqueológicas. En la zona de El Salto se localizan construcciones mal conservadas y vestigios de cerámica antigua de uso doméstico. En la zona arqueológica de Cerro Blanco también existen construcciones que rodean una enorme caída de agua, a ambos lados de Torrentes.
La funcionaria nunca me respondió una palabra. Un año después me enteré que también perdía el trabajo, se fue de candidata en las intermedias y perdió. De cualquier forma no era un plan operativo sino apreciativo sobre los recursos culturales y naturales de las principales regiones consideradas de alta marginalidad, que entre otras cosas eran el escenario de su trabajo. Si algún día retorna la paz a este país, tal vez podría pensarse en proyectos turísticos que apoyaran a estas comunidades, permitirles mostrar sus bellezas y obtener algunos dividendos para enfrentar una pobreza real que también florece y se reproduce en todos esos lugares. ¿Será el turismo una opción para los pueblos originarios mexicanos?
* El encargado de medir la marginación en México, el programa de microrregiones del gobierno federal, consigna en su página de internet (www.microregiones.gob.mx) cuatro grados o formas de marginalidad para México: muy alto, alto, predominantemente indígena y marginalidad relativa. En total son 17 estados de México los que tienen esta distinción que involucra a 388 municipios con 1 220 305 habitantes.
Adicionalmente, existen 26 entidades con marginación considerada como alta, con 910 municipios y tres millones 339 mil 913 habitantes. En resumen, en México hay 4 560 218 ciudadanos que viven en situación de muy alta y alta marginación.
jueves, 15 de abril de 2010
Los Konkaak (seris)
Los seris, que habitan en la costa desértica del estado de Sonora, se llaman a sí mismos Konkaak, que significa en su lengua "la gente". Seri, que es una palabra yaqui, quiere decir “hombres de arena”.
De acuerdo con los ciclos de pesca, los Konkaak radican en pueblos costeros distribuidos a lo largo de 100 kilómetros de litoral. El territorio konkaak comprende un área de más de 200 mil hectáreas a nivel del mar y está integrado por una parte continental y por la isla de Tiburón.
Durante el periodo colonial, los jesuitas hicieron vanos intentos por iniciar a los Konkaak en la agricultura y por supuesto el evangelio. No tuvieron éxito. Los Konkaak siempre regresaron a la vida del desierto, al mar, por lo que fueron considerados como un grupo hostil, lo que motivó su persecución y casi aniquilación en la primera mitad del siglo XIX. Algunos lograron huir y fueron a refugiarse a la isla Tiburón, donde estuvieron prácticamente un siglo apartados del mundo.
Después de la Revolución Mexicana, los Konkaak empezaron a comercializar sus productos marinos y esto provocó el más veloz y profundo cambio en su organización social y cultural. En la actualidad, la pesca y la artesanía constituyen la principal fuente de ingresos del pueblo Konkaak, puesto que no acostumbran salir de su territorio en busca de trabajo y, menos aún, aceptan contratarse como asalariados.
El trabajo artesanal de los seris consiste en el tradicional tejido de coritas, canastos que datan de la época prehispánica; la elaboración de collares con caracoles, conchas, vértebras de víbora de cascabel y de pescado, semillas y chaquira, así como el tallado en madera de palo fierro, con motivos zoológicos de la región iniciaron con mucho éxito apenas en la década de los años sesenta.
La interpretación del mundo seri, sus ritos, sus fiestas y demás manifestaciones culturales tienen un carácter estrechamente relacionado con la naturaleza y con los aspectos biológicos y sociales de la reproducción del grupo.
Así, sus principales ritos están vinculados con el nacimiento, con el inicio de la pubertad y con la muerte; sus canciones y relatos giran en torno al mar, los tiburones, las zorras y las antiguas hazañas de héroes y guerreros. Al no haber sido evangelizados formalmente, los Konkaak carecen de los elementos católicos que se encuentran en otros grupos indígenas.
Fuente: www.ini.gob.mx
Investigación: Maya Lorena Pérez Ruiz
De acuerdo con los ciclos de pesca, los Konkaak radican en pueblos costeros distribuidos a lo largo de 100 kilómetros de litoral. El territorio konkaak comprende un área de más de 200 mil hectáreas a nivel del mar y está integrado por una parte continental y por la isla de Tiburón.
Durante el periodo colonial, los jesuitas hicieron vanos intentos por iniciar a los Konkaak en la agricultura y por supuesto el evangelio. No tuvieron éxito. Los Konkaak siempre regresaron a la vida del desierto, al mar, por lo que fueron considerados como un grupo hostil, lo que motivó su persecución y casi aniquilación en la primera mitad del siglo XIX. Algunos lograron huir y fueron a refugiarse a la isla Tiburón, donde estuvieron prácticamente un siglo apartados del mundo.
Después de la Revolución Mexicana, los Konkaak empezaron a comercializar sus productos marinos y esto provocó el más veloz y profundo cambio en su organización social y cultural. En la actualidad, la pesca y la artesanía constituyen la principal fuente de ingresos del pueblo Konkaak, puesto que no acostumbran salir de su territorio en busca de trabajo y, menos aún, aceptan contratarse como asalariados.
El trabajo artesanal de los seris consiste en el tradicional tejido de coritas, canastos que datan de la época prehispánica; la elaboración de collares con caracoles, conchas, vértebras de víbora de cascabel y de pescado, semillas y chaquira, así como el tallado en madera de palo fierro, con motivos zoológicos de la región iniciaron con mucho éxito apenas en la década de los años sesenta.
La interpretación del mundo seri, sus ritos, sus fiestas y demás manifestaciones culturales tienen un carácter estrechamente relacionado con la naturaleza y con los aspectos biológicos y sociales de la reproducción del grupo.
Así, sus principales ritos están vinculados con el nacimiento, con el inicio de la pubertad y con la muerte; sus canciones y relatos giran en torno al mar, los tiburones, las zorras y las antiguas hazañas de héroes y guerreros. Al no haber sido evangelizados formalmente, los Konkaak carecen de los elementos católicos que se encuentran en otros grupos indígenas.
Fuente: www.ini.gob.mx
Investigación: Maya Lorena Pérez Ruiz
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domingo, 11 de abril de 2010
La antropología bipolar
En una serie de conferencias patrocinadas por las Secretaría de Educación Pública, bajo el título genérico de Historia económica y social de México, Miguel Othón de Mendizábal dijo que intentaría hacer un esquema “de la evolución económica, social y cultural de los grupos indígenas” que habitaron el territorio mexicano, que si no pasa de ser una hipótesis, aclaró, “como todas las teorías que se han formulado sobre el particular, se ajusta a testimonios objetivos… y además, es lógico”. *
La Antropología mexicana vivió entre los años veinte y cuarenta un momento de definición. Por un lado, la disciplina iniciada en los años veinte por Manuel Gamio alcanza una madurez expositiva, luego de dos décadas de erráticos ejercicios etnológicos; por otro, la práctica de un Estado cardenista que miraba en la reforma social el medio para lograr las prometidas metas de la Revolución, extraviadas en la práctica.
Miguel Othón de Mendizábal es, sin duda, el principal antropólogo que vive esta coyuntura. La Antropología enfrenta dos vertientes válidas pero contradictorias: la de ser una disciplina independiente de fines estrictamente académicos; o la de ser un instrumento del Estado que ampliará el espacio de acción y acelerará la aplicación de la política de integración de los indígenas a favor de una alta aspiración “nacional”, a saber: la formación de una patria homogénea que diera impulso y fuerza a su precaria situación internacional.
La Antropología mexicana plantea a la Antropología internacional una singular condición que ninguna otra de las llamadas “escuelas nacionales” tiene. Lo que no quiere decir que la antropología mexicana no exista, como opinan algunos. Existe con sus antecedentes históricos en el Siglo XIX y su fundación académica por Manuel Gamio, que venía de estudiar con Franz Boaz. Pero hay una sólida visión en nuestra antropología que por alguna razón la niega. Frente a las bases propuestas por el fundador de la disciplina moderna en el mundo, Bronislaw Malinowski, de separar el resultado de las observaciones científicas de las opiniones y conclusiones del indígena, la Antropología mexicana involucra étnica y socialmente a mestizos e indígenas, dotando a la disciplina de una elástica función que lo mismo sirve para estudiarlos que para intentar infructuosamente de remediar su precaria situación. Por eso, desde sus orígenes, la antropología mexicana estuvo enferma de bipolaridad.
* Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, Tomo IV, p. 9-10
Josué Villegas, bienvenido y gracias por tu atención.
La Antropología mexicana vivió entre los años veinte y cuarenta un momento de definición. Por un lado, la disciplina iniciada en los años veinte por Manuel Gamio alcanza una madurez expositiva, luego de dos décadas de erráticos ejercicios etnológicos; por otro, la práctica de un Estado cardenista que miraba en la reforma social el medio para lograr las prometidas metas de la Revolución, extraviadas en la práctica.
Miguel Othón de Mendizábal es, sin duda, el principal antropólogo que vive esta coyuntura. La Antropología enfrenta dos vertientes válidas pero contradictorias: la de ser una disciplina independiente de fines estrictamente académicos; o la de ser un instrumento del Estado que ampliará el espacio de acción y acelerará la aplicación de la política de integración de los indígenas a favor de una alta aspiración “nacional”, a saber: la formación de una patria homogénea que diera impulso y fuerza a su precaria situación internacional.
La Antropología mexicana plantea a la Antropología internacional una singular condición que ninguna otra de las llamadas “escuelas nacionales” tiene. Lo que no quiere decir que la antropología mexicana no exista, como opinan algunos. Existe con sus antecedentes históricos en el Siglo XIX y su fundación académica por Manuel Gamio, que venía de estudiar con Franz Boaz. Pero hay una sólida visión en nuestra antropología que por alguna razón la niega. Frente a las bases propuestas por el fundador de la disciplina moderna en el mundo, Bronislaw Malinowski, de separar el resultado de las observaciones científicas de las opiniones y conclusiones del indígena, la Antropología mexicana involucra étnica y socialmente a mestizos e indígenas, dotando a la disciplina de una elástica función que lo mismo sirve para estudiarlos que para intentar infructuosamente de remediar su precaria situación. Por eso, desde sus orígenes, la antropología mexicana estuvo enferma de bipolaridad.
* Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, Tomo IV, p. 9-10
Josué Villegas, bienvenido y gracias por tu atención.
miércoles, 7 de abril de 2010
Los Ben'Zaa (zapotecos)
La palabra zapoteca proviene del vocablo náhuatl Tzapotécatl, significa "pueblo del Zapote". La denominación les fue impuesta por los mexicas debido a la profusión de árboles de zapote en los territorios de los Ben'Zaa, "gentes de las nubes", como ellos se identifican a sí mismos.
Los Ben'Zaa no constituyen un grupo cultural homogéneo; la etnografía los agrupa en cuatro ramas: zapotecos de Valles Centrales, del Istmo de Tehuantepec, de la Sierra Norte o Juárez y los zapotecos de Valles Centrales, que se ubican al centro del estado de Oaxaca.
Como en la mayoría de las poblaciones originarias mesoamericanas, el culto a las deidades prehispánicas se mezcló con la religión impuesta por los conquistadores, dando como resultado un sincretismo cultural y religioso. Como consecuencia del dominio colonial, se instituyó el sistema de cargo que actualmente constituye un cuerpo de autoridades de los pueblos originarios. En esta zona destacan los topiles y los mayordomos que se encargan de realizar el culto anual en torno de determinados santos de las comunidades.
La medicina tradicional juega un papel importante dentro de la cultura Ben'Zaa. Conciben la enfermedad como un mal del alma que se manifiesta en trastornos físicos concretos. Los terapeutas son de ambos sexos, sus especialidades son las yerbas y sus atributos; partos, hueseros, chupadores-pulsadores y adivinos, rezadores y espiritistas, que emplean diversas especies vegetales y animales, donde la mayoría de las curaciones se realizan con rezos y rituales diversos.
Son un pueblo de arte múltiple y espontáneo. Las artesanías Ben'Zaa de los Valles Centrales presentan grandes áreas de especialización, entre las que destacan la producción de barro, tejido de fibras duras y textiles de lana y algodón, así como el trabajo de la piedra, la madera, la fabricación de mezcal y el curtido y trabajo de pieles. En mayor o menor medida estas actividades están ya determinadas por los requerimientos de un mercado externo no zapoteca, que controla y establece los precios de venta, impone cuotas de producción e influye poderosamente en la paulatina transformación de los sistemas de trabajo tradicionales.
Dentro de las comunidades las relaciones sociales se basan en la reciprocidad, sobre todo en el intercambio de mano de obra o bienes. La guelaguetza es una forma institucional de dicha reciprocidad, en la cual los participantes corresponden en especie y a solicitud de una de las partes de este proceso. Este tipo de intercambio forma parte de la organización social en las mayordomías, fandangos y en la construcción de viviendas.
La guelaguetza es un patrón cultural, heredado de los sistemas mesoamericanos de ayuda mutua. El tequio o servicio comunitario obligatorio es el pilar del trabajo comunal. Los hombres mayores de edad tienen la obligación de donar su trabajo para un determinado número de días con el objeto de efectuar obras de beneficio comunal.
Investigación: Álvaro González R.
Fuente: www.ini.gob.mx
Los Ben'Zaa no constituyen un grupo cultural homogéneo; la etnografía los agrupa en cuatro ramas: zapotecos de Valles Centrales, del Istmo de Tehuantepec, de la Sierra Norte o Juárez y los zapotecos de Valles Centrales, que se ubican al centro del estado de Oaxaca.
Como en la mayoría de las poblaciones originarias mesoamericanas, el culto a las deidades prehispánicas se mezcló con la religión impuesta por los conquistadores, dando como resultado un sincretismo cultural y religioso. Como consecuencia del dominio colonial, se instituyó el sistema de cargo que actualmente constituye un cuerpo de autoridades de los pueblos originarios. En esta zona destacan los topiles y los mayordomos que se encargan de realizar el culto anual en torno de determinados santos de las comunidades.
La medicina tradicional juega un papel importante dentro de la cultura Ben'Zaa. Conciben la enfermedad como un mal del alma que se manifiesta en trastornos físicos concretos. Los terapeutas son de ambos sexos, sus especialidades son las yerbas y sus atributos; partos, hueseros, chupadores-pulsadores y adivinos, rezadores y espiritistas, que emplean diversas especies vegetales y animales, donde la mayoría de las curaciones se realizan con rezos y rituales diversos.
Son un pueblo de arte múltiple y espontáneo. Las artesanías Ben'Zaa de los Valles Centrales presentan grandes áreas de especialización, entre las que destacan la producción de barro, tejido de fibras duras y textiles de lana y algodón, así como el trabajo de la piedra, la madera, la fabricación de mezcal y el curtido y trabajo de pieles. En mayor o menor medida estas actividades están ya determinadas por los requerimientos de un mercado externo no zapoteca, que controla y establece los precios de venta, impone cuotas de producción e influye poderosamente en la paulatina transformación de los sistemas de trabajo tradicionales.
Dentro de las comunidades las relaciones sociales se basan en la reciprocidad, sobre todo en el intercambio de mano de obra o bienes. La guelaguetza es una forma institucional de dicha reciprocidad, en la cual los participantes corresponden en especie y a solicitud de una de las partes de este proceso. Este tipo de intercambio forma parte de la organización social en las mayordomías, fandangos y en la construcción de viviendas.
La guelaguetza es un patrón cultural, heredado de los sistemas mesoamericanos de ayuda mutua. El tequio o servicio comunitario obligatorio es el pilar del trabajo comunal. Los hombres mayores de edad tienen la obligación de donar su trabajo para un determinado número de días con el objeto de efectuar obras de beneficio comunal.
Investigación: Álvaro González R.
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domingo, 4 de abril de 2010
Llevar la letra a las sierras
Aunque Mendizábal señala la ruta antropológica para el estudio y conocimiento de los pueblos originarios, acepta que serán los maestros quienes en la práctica enfrentarán al mundo antiguo con el moderno. El maestro Isaías Cruz me narró su experiencia de enfrentar, en los años sesentas, la aplicación de ese indigenismo que intentaba integrar a aquella juventud al “entendimiento del hombre moderno”.
Un maestro nos decía: “Hijos cuando se vayan a trabajar a los pueblos indígenas, van a encontrar a la gente nativa, así como es, edúquenla bien, o si no, déjenla así, porque si lo dejan a medias los vuelven ladinos y ese te va a matar.”
Los maestros rurales, como Isaías, eran muy humildes, jóvenes campesinos apenas capacitados para enseñar algo más que el silabario. En este fragmento podemos advertir su miedo a lo desconocido, pero también su decidida vocación, en algo que los antropólogos nacionales han experimentado poco: enfrentar en solitario a los pueblos en la soledad de la montaña y, encima de eso, con los bolsillos rotos; pobres, alejados de toda comunicación, detrás de selvas infinitas atravesadas por ríos caudalosos, como la comunidad de María Andrea en la sierra norte de Puebla.
Puedes ver la primera parte de esta entrevista AQUÍ, que termina con el día en que don Isaías recibió un correograma diciéndole que tenía ya su lugar en María Andrea, una población que divide el río San Marcos entre Veracruz y Puebla, a un pasito de Poza Rica, en la mera Sierra.
“Me presenté aquí en Puebla, en la SEP, se me dio mi orden y nadie sabía dónde quedaba María Andrea. Tuve que ir a México, de ahí tomé el camión a Tampico y me bajé en Villa Juárez, hoy Xicotepec, de ahí preguntando me fui a María Andrea. Pero esa es otra historia, porque la de Ayotzinapa aquí termina.”
Me presenté aquí en Puebla, en la SEP, se me dio mi orden y nadie sabía dónde quedaba María Andrea. Tuve que ir a México, de ahí tomé el camión a Tampico y me bajé en Villa Juárez, hoy Xicotepec.
Cuando llegué a Xicotepec llevaba una chamarrita deportiva guinda. Amaneció ese día y me presenté a la supervisión, la sorpresa fue que en ese momento llegaba el director de ese pueblo a donde yo iba a ir. Ahí estaba un viejito como de 75 años, un señor alto, blanco, guapo, Santa Cruz Salazar Ríos.
– ¿Qué, estás perdido?
– No, soy profe.
– Cómo que eres profe. ¿Vienes de Guerrero?”
– Sí.
– Siéntate. Mira te presento al maestro Guillermo Sayago Guajardo –pariente del entonces secretario federal de la SEP, un señor Fajardo y me indicó–: te vas como director de la escuela Ignacio Allende de la comunidad de María Andrea.
– No, maestro, como director no.
– ¿Cómo que no? ¿Tú me vas a mandar?
– No, maestro, pero yo no sé nada de esto.
– Mayor estudio mayor responsabilidad, te vas tú.
Ya, me abrazó el maestro Guillermo y me dio ánimos. ¿Usted me va a ayudar? le pregunté. “Claro, hombre, no te preocupes”. Yo quería llorar y suplicar. Traigo teoría pero de la práctica no sé nada. “No te preocupes”.
Cuando llegué a María Andrea, una cosa que me llamó muchísimo la atención fue que los alumnos, que ya eran mayores, de 22, 24 años, los encontraba bañándose desnudos en el río, jóvenes hombres y mujeres. En el salón les dije: mañana me van a traer un pantalón, el más viejo que tengan. “¿Para qué?” Ustedes tráiganlo, y unas tijeras. Al otro día les pedí cortar los pantalones a una altura razonable. Ahora pónganselos. Así los quiero ver bañándose en el río. A la señorita o joven que vea en el río bañándose desnudo no lo recibo acá.
Cuando llegué había una escuela con hoyos de varas, entraban marranos, caballos, burros, así la conocí.
Como a los cinco o seis meses hice una reunión para hacer una escuela prefabricada. Cité al pueblo en general, me subí a un estrado de cemento y empecé a hablarles diciendo que la escuela no era para ellos, que estaba muy desecha y no era justo. Qué es lo que quiere, maestro. Hacer una escuela. Nos costó mucho trabajo y trámites pero al final terminamos la escuela, que fue mi legado, antes de tener que abandonar María Andrea.
En tierra de nadie
la despedida de María Andrea fue una cosa muy hermosa, porque llegó un inspector que se llamaba Juan Minor Botis, un tlaxcalteca, me empezó a cargar la mano y yo iba arrimando a la gente, pues estaba en una cartera sindical, secretario de trabajo y conflictos, y yo iba acercando a las comunidades. Si estaba en San Pedro Tepacotla, a diez horas a caballo, yo, si ya tenía derecho, trataba de acercarlo a una escuela más cercana. Y así a muchos. Sacarlos de las penurias y acercarlos a la carretera principal México-Tampico.
El inspector me empezó a atacar. En una ocasión me llamó y me dijo que me iba a pegar, me aventó un puñete y me pegó. Se le fueron encima los muchachos y ya lo estaban matando. Si quieres los matamos y los echamos al río, allá los encuentran por Casitas, allá los van a sacar. No, no se trata de eso. El maestro viene tomado y no sé qué. De todas maneras el maestro me sentenció: “Es mejor que te vayas porque de aquí no sales vivo”. Se lo comuniqué a mis amigos y hay quien quería matarlo por sus amenazas.
Pero el maestro Isaías Cruz tuvo que abandonar la comunidad.
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sábado, 3 de abril de 2010
El exitoso fracaso del indigenismo
En los años treinta el gobierno de México institucionaliza el indigenismo para ser aplicado como estrategia de desarrollo económico de las regiones. El Estado mexicano adopta esta dinámica sin siquiera estar de acuerdo respecto al concepto de indígena, asume que la asimilación en la práctica implica desaparecerlos, uniformar las diferencias étnicas y, por lo tanto, culturales de los mexicanos. La asimilación, que tenía una larga historia desde el siglo XIX cuando fue discutida por los educadores, fue finalmente formalizada “científicamente” por Manuel Gamio al término de la revolución. Se implementa una estrategia para el tema indígena a través del Instituto Nacional Indigenista, que asumió demasiado pronto que los mexicanos nada querían saber de la mitad de su pasado, negándose a escuchar las voces discordantes.
La historia del indigenismo oficial es la de un rotundo fracaso, a pesar de 70 años de “práctica”, el indigenismo no realizó ninguno de susgrandes propósitos desde su creación como instituto social. No asimiló a los indígenas a la cultura nacional (ni la cultura nacional a la indígena, como proponía Mendizábal), no los castellanizó, no los sacó de la miseria, no satisfizo sus necesidades de salubridad, no los defendió del abuso de acaparadores, caciques y vivales en general y tampoco comunicó a los mestizos las bondades de los pueblos indígenas.
Hubo, sin embargo, éxitos inesperados en el esfuerzo por desaparecerlos, pues, tras casi un siglo los mestizos mexicanos no conocemos ni los nombres, mucho menos las cualidades herbolarias, lingüísticas, artísticas, agrícolas o sociales de los pueblos originarios, que muestran hoy culturas aún encendidas, vigentes y en consecuencia permutable para la preservación cultural y el progreso en las condiciones de vida de los pueblos originarios, sino especialmente para beneficio de los mestizos, que ven finalmente en esa parte de su pasado el asidero a un origen más creativo que el que se les había impuesto primero por los españoles, luego don Porfirio y después el PRI y el expansionismo estadunidense, que fue el ocultamiento, el desvío de la atención por la cultura autóctona a favor de una desdibujada y utópica american way of life, importada a retazos –o en saldos– de los Estados Unidos, siempre atentos para proveer su material para “occidentalizarnos”.
El radio y la televisión, contemporáneas al indigenismo, fueron los dos puntales que el poder político y económico utilizó para evitar las miradas al interior de las culturas mexicanas, unas más ricas que otras, pero todas presentes en esa otra mitad de nuestro pasado. La desinformación y el ocultamiento se encargaron de enterrar esos vestigios indígenas y, ni los institutos de antropología, ni la academia, ni mucho menos otras dependencias de gobierno hicieron nada por impedirlo, pues era de facto el objetivo central del indigenismo mexicano: su desaparición.
Contemporáneo a estos hechos, a través de escritos y conferencias, Miguel Othón de Mendizábal hizo una defensa a ultranza por asimilar al indígena tomando en cuenta sus aportaciones culturales, es decir, sin despojarlo de su raigambre étnica, rasgo que lo distingue entre sus colegas que aplicaron el indigenismo. Mendizábal propuso un indigenismo político, empezando por ser reconocidos en la Constitución Mexicana como comunidades culturales, y no como individuos particulares. Una vez hechos sujetos de las leyes, establecer estrategias de acuerdo con las zonas geográficas que habitaran, crear una procuraduría indígena dedicada a defender los derechos constitucionales de las comunidades, que los defendieran del abuso de los caciques, proteger la distribución de sus productos, hacerlos sujetos al crédito, permitirles el uso de tecnología, y a la par de aprender español, cultivar su lengua autóctona, que Mendizábal comprendió que era algo más que un idioma. Para nuestro autor el idioma originario era una forma de ver el mundo que pertenecía a las regiones, a los propios mestizos mexicanos, pues es parte de su pasado, por lo que habría que apropiárselo, antes que separarse de él. Pero Lázaro Cárdenas no lo escuchó. Y si lo hizo, como muestran ciertas evidencias, constituyó el indigenismo exactamente hacia el otro lado: no había nada qué conocerles. Ellos debían hacerse “mexicanos”.
Con la ayuda de una poderosa radiodifusión, el cine y posteriormente la televisión, el propósito de conocer y entender a los pueblos originarios para encontrarnos a nosotros mismos se orientó exactamente a lo contrario. A pesar de que Salvador Novo y Guillermo González Camarena, tras una gira por el Primer Mundo, concluyeron que el modelo de la BBC inglesa era más apropiado para la televisión mexicana, cuando regresaron a México Emilio Azcárraga les tenía una noticia: se haría lo que él dijera. Así nació la televisión mexicana que nunca tuvo reparos en la existencia de las etnias, en que los mexicanos tenían derecho a conocer a través de los medios masivos esa parte de su ser, y que era obligación del INI difundir decenas de investigaciones sobre “los indígenas” para acercarlos progresivamente al “elemento nacional”, con inteligencia y provecho mutuo.
La promoción de los pueblos originarios entre todos los mexicanos descubriría las coincidencias culturales de los “mexicanos” con las culturas autóctonas, de sus regiones de México. De haber seguido las intenciones de Mendizábal, hubiéramos descubierto que había mucho qué observar en los pueblos originarios e incluso encontrar nuestra famosa identidad, la SEP y los medios de comunicación decidieron no darnos la oportunidad. En el destino de los pueblos originarios esto tuvo una gran repercusión, pues ajenos al interés de don Emilio, y Novo y sus amigos intelectuales contemporáneos, bastante ayunos en ideas y carácter, nos privaron de una apropiación importante para conocernos a nosotros mismos. Los borraron del mapa y, de paso, de nuestros árboles genealógicos.
Ni al INI, ni a la televisión, ni a la radio, ni a nadie interesó tomar la sartén por el mango y enfrentar el ocultamiento de los pueblos originarios de “la vida nacional”. El costo lo seguimos pagando hoy, cuando una de nuestras mitades sigue desaparecida. La excepción rompe la regla. Influido por el pensamiento politécnico, del que Mendizábal no era ajeno, el Canal 11 tuvo desde el principio una actitud de apertura para el tratamiento de los pueblos originarios. Y tendría que hablarse también de muchas revistas antiguas y modernas en la divulgación de las culturas antiguas de México, la televisión cultural y las revistas etnológicas, casi siempre efímeras. El silencio sobre ese tema fue abrumador y todos terminamos viendo la entrega anual de oscares y encontrando nuestras similitudes con la familia de Homero Simpson. El radio y la televisión mexicanas difundieron solo una idiosincrasia criolla admiradora de la cultura “americana”, como ahora llaman los panistas a los estadounidenses. Y una potencial fuente de cultura popular y necesidad ontológica de los mexicanos sobre sí mismos, se echó por el caño de la basura, la censura y la mercadotecnia; todo eso derivó en una cultura popular masiva y controlada, donde nunca tuvo cabida el tema “indígena”. Aquellas comentadas grandes expresiones indigenistas de los años setentas, aunque “magníficas”, fueron flor de un día. En general, la difusión indigenista mexicana hizo todo lo posible por soterrarlos, por esconderlos, por negarles incluso su existencia social, y en eso, por desgracia, tuvieron un éxito inesperado.
En la Enciclopedia de los municipios de México que tiene el gobierno federal en su sitio de internet, aparecen municipios de Oaxaca o Chiapas con “datos” como este: el 90 por ciento de la población en San Antonio Sinicahua, Oaxaca, “habla alguna lengua indígena”. Como si la mención de su cultura mixteca fuera un secreto que debiera permanecer en la penumbra. Tampoco importan los zapotecos, mazatecos, cuicatecos, mixes y chinantecos, por mencionar algunos pueblos originarios tan solo de Oaxaca, pero esta ambigüedad ocurre en casi todos los municipios del país.
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La historia del indigenismo oficial es la de un rotundo fracaso, a pesar de 70 años de “práctica”, el indigenismo no realizó ninguno de susgrandes propósitos desde su creación como instituto social. No asimiló a los indígenas a la cultura nacional (ni la cultura nacional a la indígena, como proponía Mendizábal), no los castellanizó, no los sacó de la miseria, no satisfizo sus necesidades de salubridad, no los defendió del abuso de acaparadores, caciques y vivales en general y tampoco comunicó a los mestizos las bondades de los pueblos indígenas.
Hubo, sin embargo, éxitos inesperados en el esfuerzo por desaparecerlos, pues, tras casi un siglo los mestizos mexicanos no conocemos ni los nombres, mucho menos las cualidades herbolarias, lingüísticas, artísticas, agrícolas o sociales de los pueblos originarios, que muestran hoy culturas aún encendidas, vigentes y en consecuencia permutable para la preservación cultural y el progreso en las condiciones de vida de los pueblos originarios, sino especialmente para beneficio de los mestizos, que ven finalmente en esa parte de su pasado el asidero a un origen más creativo que el que se les había impuesto primero por los españoles, luego don Porfirio y después el PRI y el expansionismo estadunidense, que fue el ocultamiento, el desvío de la atención por la cultura autóctona a favor de una desdibujada y utópica american way of life, importada a retazos –o en saldos– de los Estados Unidos, siempre atentos para proveer su material para “occidentalizarnos”.
El radio y la televisión, contemporáneas al indigenismo, fueron los dos puntales que el poder político y económico utilizó para evitar las miradas al interior de las culturas mexicanas, unas más ricas que otras, pero todas presentes en esa otra mitad de nuestro pasado. La desinformación y el ocultamiento se encargaron de enterrar esos vestigios indígenas y, ni los institutos de antropología, ni la academia, ni mucho menos otras dependencias de gobierno hicieron nada por impedirlo, pues era de facto el objetivo central del indigenismo mexicano: su desaparición.
Contemporáneo a estos hechos, a través de escritos y conferencias, Miguel Othón de Mendizábal hizo una defensa a ultranza por asimilar al indígena tomando en cuenta sus aportaciones culturales, es decir, sin despojarlo de su raigambre étnica, rasgo que lo distingue entre sus colegas que aplicaron el indigenismo. Mendizábal propuso un indigenismo político, empezando por ser reconocidos en la Constitución Mexicana como comunidades culturales, y no como individuos particulares. Una vez hechos sujetos de las leyes, establecer estrategias de acuerdo con las zonas geográficas que habitaran, crear una procuraduría indígena dedicada a defender los derechos constitucionales de las comunidades, que los defendieran del abuso de los caciques, proteger la distribución de sus productos, hacerlos sujetos al crédito, permitirles el uso de tecnología, y a la par de aprender español, cultivar su lengua autóctona, que Mendizábal comprendió que era algo más que un idioma. Para nuestro autor el idioma originario era una forma de ver el mundo que pertenecía a las regiones, a los propios mestizos mexicanos, pues es parte de su pasado, por lo que habría que apropiárselo, antes que separarse de él. Pero Lázaro Cárdenas no lo escuchó. Y si lo hizo, como muestran ciertas evidencias, constituyó el indigenismo exactamente hacia el otro lado: no había nada qué conocerles. Ellos debían hacerse “mexicanos”.
Con la ayuda de una poderosa radiodifusión, el cine y posteriormente la televisión, el propósito de conocer y entender a los pueblos originarios para encontrarnos a nosotros mismos se orientó exactamente a lo contrario. A pesar de que Salvador Novo y Guillermo González Camarena, tras una gira por el Primer Mundo, concluyeron que el modelo de la BBC inglesa era más apropiado para la televisión mexicana, cuando regresaron a México Emilio Azcárraga les tenía una noticia: se haría lo que él dijera. Así nació la televisión mexicana que nunca tuvo reparos en la existencia de las etnias, en que los mexicanos tenían derecho a conocer a través de los medios masivos esa parte de su ser, y que era obligación del INI difundir decenas de investigaciones sobre “los indígenas” para acercarlos progresivamente al “elemento nacional”, con inteligencia y provecho mutuo.
La promoción de los pueblos originarios entre todos los mexicanos descubriría las coincidencias culturales de los “mexicanos” con las culturas autóctonas, de sus regiones de México. De haber seguido las intenciones de Mendizábal, hubiéramos descubierto que había mucho qué observar en los pueblos originarios e incluso encontrar nuestra famosa identidad, la SEP y los medios de comunicación decidieron no darnos la oportunidad. En el destino de los pueblos originarios esto tuvo una gran repercusión, pues ajenos al interés de don Emilio, y Novo y sus amigos intelectuales contemporáneos, bastante ayunos en ideas y carácter, nos privaron de una apropiación importante para conocernos a nosotros mismos. Los borraron del mapa y, de paso, de nuestros árboles genealógicos.
Ni al INI, ni a la televisión, ni a la radio, ni a nadie interesó tomar la sartén por el mango y enfrentar el ocultamiento de los pueblos originarios de “la vida nacional”. El costo lo seguimos pagando hoy, cuando una de nuestras mitades sigue desaparecida. La excepción rompe la regla. Influido por el pensamiento politécnico, del que Mendizábal no era ajeno, el Canal 11 tuvo desde el principio una actitud de apertura para el tratamiento de los pueblos originarios. Y tendría que hablarse también de muchas revistas antiguas y modernas en la divulgación de las culturas antiguas de México, la televisión cultural y las revistas etnológicas, casi siempre efímeras. El silencio sobre ese tema fue abrumador y todos terminamos viendo la entrega anual de oscares y encontrando nuestras similitudes con la familia de Homero Simpson. El radio y la televisión mexicanas difundieron solo una idiosincrasia criolla admiradora de la cultura “americana”, como ahora llaman los panistas a los estadounidenses. Y una potencial fuente de cultura popular y necesidad ontológica de los mexicanos sobre sí mismos, se echó por el caño de la basura, la censura y la mercadotecnia; todo eso derivó en una cultura popular masiva y controlada, donde nunca tuvo cabida el tema “indígena”. Aquellas comentadas grandes expresiones indigenistas de los años setentas, aunque “magníficas”, fueron flor de un día. En general, la difusión indigenista mexicana hizo todo lo posible por soterrarlos, por esconderlos, por negarles incluso su existencia social, y en eso, por desgracia, tuvieron un éxito inesperado.
En la Enciclopedia de los municipios de México que tiene el gobierno federal en su sitio de internet, aparecen municipios de Oaxaca o Chiapas con “datos” como este: el 90 por ciento de la población en San Antonio Sinicahua, Oaxaca, “habla alguna lengua indígena”. Como si la mención de su cultura mixteca fuera un secreto que debiera permanecer en la penumbra. Tampoco importan los zapotecos, mazatecos, cuicatecos, mixes y chinantecos, por mencionar algunos pueblos originarios tan solo de Oaxaca, pero esta ambigüedad ocurre en casi todos los municipios del país.
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viernes, 2 de abril de 2010
Los binnizá
Los zapotecos se autodenominan binnizá: gente que proviene de las nubes. Para los mexicas, los zapotecos eran los zapotecatl, "gente que proviene de la región de Teozapotlán", o "lugar de los dioses". Los españoles les llamaron sencillamente zapotecos, como se les conoce.
El Istmo de Tehuantepec es la parte más angosta de la República Mexicana, se localiza al sureste, en el estado de Oaxaca. Está conformado por los distritos de Juchitán y Tehuantepec y colinda, al norte con el istmo veracruzano; al sur con el Océano Pacífico; al oeste con la Sierra Juárez y con la Sierra Madre del Sur, y al este con el estado de Chiapas.
Son varias las razones por las que el Istmo es un como centro de disputas: por su zona pesquera y salinera; por su conexión entre los océanos Pacífico y Atlántico; por su terreno rico y cultivable, así como por su diversa comunicación terrestre, marítima y ferroviaria.
La religión entre los antiguos binnizá estaba poblada de dioses que estaban en relación con la naturaleza: la lluvia, el sol, la fertilidad y el nacimiento. Las creencias prehispánicas se mezclaron con la religión de los conquistadores, dando lugar a un sincretismo religioso que se mantiene hasta hoy en día. Los ritos mortuorios entre los binnizá constituyen uno de los aspectos religiosos más destacados.
Para los binnizá, toda enfermedad se produce o proviene de tres elementos que actúan de manera contraria sobre el organismo: el calor que proviene del sol o del fuego; el frío producido por el aire y la humedad, producto del agua o el sereno. El método aplicado para la curación es siempre un elemento contrario, el cual se obtiene de las plantas, animales o minerales. Entre los curanderos tradicionales se encuentran las parteras, los sobadores, los hueseros y los yerberos.
Las artesanías que se producen en el Istmo son casi todas de consumo interno o regional. Así, encontramos la orfebrería en la que el oro se trabaja para hacer prendas que dan gran prestigio social. También se elaboran huipiles bordados, enaguas, manteles y servilletas, así como hamacas de hilo o pita y las atarrayas para la pesca. Con la palma se hacen sombreros y bolsas. También se trabaja la madera para hacer bateas y artesas, canoas, carretas y arados, entre otros utensilios. Del cuero curtido se hacen huaraches, cinturones y butaques. Con barro se hacen comales, ollas, hornos, cántaros, etcétera.
Investigación: Manuel Matus
Fuente: www.ini.gob.mx
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