A fines de
febrero de 1982, mientras cursaba el cuarto semestre de antropología social
tuvo lugar un evento del cuarenta aniversario de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia (ENAH) que se convirtió en un interesante coloquio de
muchos de los protagonistas que cuatro décadas antes habían observado su
nacimiento. La ENAH inició no sólo una noble institución sino la práctica
académica que daba sustento a la estrategia de asimilación: el Indigenismo. El
evento no causó demasiada expectación y a muchos les pasó por alto, pero esos
días que duró se reunieron en el auditorio algunos estudiantes y casi todos los
profesores vivos que habían sido testigos de la creación de la ENAH, que
afortunadamente quedó plasmado en un libro de casa titulado: Cuatro décadas de
la Escuela Nacional de Antropología e Historia, contenido de las mesas redondas
de aniversario, ENAH, Col. Cuicuilco, 1982
Al entrar al
auditorio Román Piña Chán lo recibía a uno un denso vapor humano proveniente de
la masa aglomerada en un sitio sin ventilación. Aún se permitía fumar en
interiores y apagaban la luz esperando que, al no ver el humo, pudieran
atenuarse sus consecuencias. Ahí se reunieron los antropólogos de una
academia con cuarenta años de fundada, desde los pioneros hasta
los profesores en activo.
Nombres y
renombres, los asistentes pudimos apreciar un poco mejor la evolución de la
antropología académica, si se quiere algo esquemáticamente, como lo apreció el
inefable Daniel Cazes que asistió para sacarle chispas a las palabras, según
era su costumbre: “Fieles a la etnografía burguesa, algunos antropólogos
mexicanos intentan hacer la historia de la institución académica en que se
formaron, dividiéndola en generaciones y emprendiendo así un recorrido
simplemente cronológico”. (Daniel Cazes: 69) Y sí, no se me ocurrió otra manera
de acomodar aquellas discusiones.
En la ENAH
se cuentan varias generaciones de antropólogos a los que se ha dado una
denominación relacionada con sus inclinaciones académicas. La Vieja Guardia
alude a los pioneros, pero hay quien la divide en dos: los nacidos entre 1904 y
1917, como Bosch Gimpera, Pablo Martínez del Río, Alfonso Caso, Paul Kirchhoff,
Miguel Othón de Mendizábal, Wigberto Jiménez Moreno, Rubín de la Borbolla y Ada
d´Aloja. Ellos impartieron una educación orientada a la historia, historicista,
o mejor, dice Jiménez Moreno, “historizante”. (Jiménez Moreno: 12)
Las
inteligencias que conciben la creación de una escuela especialmente diseñada
para preparar profesionales de la antropología daban cursos del tema en
diversos centros de enseñanza del Distrito Federal. Cámara recordó que en 1937
Alfonso Caso, Pablo Martínez del Río, Ignacio Marquina, Enrique Juan Palacios,
Eduardo Noguera, Roberto Weitlaner y Wigberto Jiménez Moreno dan clases en la
Sección de Ciencias Históricas y Geográficas de la Facultad de Filosofía de la
UNAM. Ese mismo año, Daniel F. Rubín de la Borbolla, Del Pozo, Mendizábal,
D´Aloja y otros enseñan en el Politécnico. Mientras que Paul Kirchhoff,
Salvador Mateos Higuera, Javier Romero y otros dan clases en el antiguo Museo
de Arqueología y Etnografía, en la calle de Moneda. Fue el gran filón de
maestros de antropología en México.
Ese año se
funda la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas en el Politécnico. Rubín de la
Borbolla propone la creación de un departamento de Antropología que, tras intenso
debate, se aprueba. En 1938 se crea el Departamento de Antropología de la
Escuela de Ciencias Biológicas del IPN, antecedente directo de la ENAH. Su
planta: siete profesores para cinco estudiantes.
Los
propósitos del departamento eran estudiar la situación económica y social de
los indígenas con el fin práctico e inmediato de formular planes concretos de
acción, basados en la realidad misma, para obtener su mejoramiento y defender a
los indios de las autoridades federales y locales en todos sus asuntos de
interés colectivo.
Esta fue la
filosofía, la orientación política y el fundamento académico y práctico que dio
naturaleza, contenido y perspectivas a la Escuela, afirmó el maestro Cámara en
el auditorio de la escuela nacional de antropología e historia. (Cámara: 17-18)
Mendizábal
estaba interesado en crear la carrera que después se convirtió en antropología
social. Sus estudios tendían a fomentar eso, tratar de resolver los problemas
del país desde su condición de etnohistoriador, cuando todavía no se hablaba de
antropólogos sociales ni de etnohistoriadores. (Jiménez Moreno: 40)
La segunda
Vieja Guardia habría nacido entre 1917 y 1930, a la que se denominó también
postrevisionista o protocuestionadora. Se trata de los lectores de Kafka y los
existencialistas, a la que Jiménez Moreno también llamó “los desencantados”,
aunque no ofrece el nombre de ninguno. (Jiménez Moreno: 11-15)
Una tercera
generación de nacidos entre 1930 y 1944, que es plenirevisionista ya, la que
pertenece el grupo llamado Los Magníficos, con Mercedes Oliveira, Guillermo
Bonfil, Arturo Warman, es una generación plenicontestadora o
plenicuestionadora, que pone todo en tela de juicio (la de los libros De eso
que llaman antropología y Venimos a contradecir), que ve en la labor
antropológica más fallas que aspectos positivos.
Pasaron los
años y los Magníficos mantienen una actitud contestataria. Durante los años sesenta,
aliados a maestros como Ángel Palerm, promovieron cambios tanto en la
estructura de la escuela como en los planes de estudio, que tuvo su momento
culminante con una famosa mesa redonda del 12 de abril de 1967 para estudiar
una reestructuración, sobre la base de algo que había presentado Daniel Cazés.
(Jiménez Moreno: 11-15)
El propio
Casez recordó que esa generación hace el primer cuestionamiento político del
indigenismo; es la generación del simposio sobre la Responsabilidad Social del
Científico en Current Anthropology, que permitió a Aguirre Beltrán y a Villa
Rojas escandalizarse por el surgimiento de una nueva corriente ideológica en la
antropología; es la generación que puso sobre la mesa de la discusión teórica
el modo de producción asiático. Es la generación que focalizó en la teoría
antropológica y en la práctica política a las estructuras agrarias y al lugar
que ocupan en la economía capitalista y en el estado burgués contemporáneo, es
decir, en la lucha de clases; estoy pensando en la obra de Roger Bartra. Es la
generación de la primera época de la revista Historia y Sociedad; –pienso
nuevamente en Bartra, en Marcela Deneymet y en mí mismo– afirmó Cazes. Es la
generación de la antropología militante, la que introduce a Marx en los
estudios antropológicos. Es la generación que inicia la lucha contra la
trasformación de la ENAH en una mala escuela de economía política, y la que
enfoca la antropología con la obra de Marx y Gramsci; estoy pensando en Andrés
Medina, concluyó el maestro Cazes, que decidió perdonar a los intelectuales
extraviados que constituíamos la mayoría de aquellos estudiantes que habíamos
decidido estudiar filosofía en lugar de antropología. Por supuesto una mala
decisión.
Dijo Casez:
“Aquí se forman intelectuales. Algunos de los que egresan de la ENAH seguirán
siendo intelectuales de la burguesía más o menos modernizados, críticos,
disidentes, etcétera. Otros, con el desarrollo de las luchas de las clases
subalternas y con los combates por la democracia y el socialismo se integran,
ya desde las filas del estudiantado, al intelectual colectivo de las luchas
populares y de las clases en ascenso”. (Cazes: 75)
Entre los
ponentes estaban los fundadores Wigberto Jiménez Moreno, Fernando Cámara y José
Luis Lorenzo; otros protagonistas más jóvenes como Enrique Valencia, Guillermo
Bonfil, Héctor Díaz Polanco, Daniel Cazés, Javier Guerrero y Silvia Gómez
Tagle, y otros aún más jóvenes como Eduardo Merlo, Jáuregui, Lizárraga y Raúl
Murguía. Intervinieron de manera estelar Ricardo Pozas, ya muy viejito, Leo
Zukerman y Lourdes Arizpe, entre los únicos bestseller que trascendieron la
escuela y se conocieron en todo el país con sus libros.
Es
conveniente en esta discusión conocer la trayectoria de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia (ENAH), la fábrica de esos leguleyos etnocidas que
resultaron ser los antropólogos mexicanos. Quiénes mejor que ellos mismos para
describirnos el ambiente en que nació la escuela nacional de antropología e
historia. Fernando Cámara consideró a Lázaro Cárdenas un personaje decisivo en
la creación de la escuela Nacional de Antropología, cuyo gobierno propone un
tratamiento del problema indígena basado en dos conceptos prioritarios: la
mexicanidad y el nacionalismo y sus ideas laterales o colaterales de
nacionalidad e identidad mexicana.
En su
momento, E. Valencia recordó que la Escuela de Antropología era la más
prestigiosa de la región; la segunda, que era una de las pocas, por no decir la
única, que ofrecía cursos sistemáticos de antropología, y de una manera más
amplia, entrenamiento para la investigación social.
La ideología
del sistema social y político mexicano daba por resueltos los problemas de la
sociedad mexicana –dijo el maestro Valencia en su intervención-, en tanto que
“el problema indígena” quedaba como una tipicidad de esa transformación
supuestamente inaugurada por la Revolución.
Valencia
terminó diciendo que la antropología tiene que ver con la mexicanidad, el
nacionalismo, la identidad, pero además con toda esta etapa de populismo que
recorrió América Latina, en el cual, el “problema indígena” ocupó un lugar
central. (E.Valencia: 33-34)
En su
intervención en el tercer día de ponencias de aquel cuarenta aniversario,
Wilberto Jiménez Moreno recordó como con Kirchhoff, se organizan las
importantes Mesas Redondas de Antropología, en 1941, de tendencia
interdisciplinaria, a las que asisten lingüistas como Swadesh y Norman McQuon,
así como el mexicano Villa Rojas, que tienen un marcado acercamiento a la
historia para hacer sus análisis. Destacan Jorge A. Vivó en antropogeografía y
Pedro Armillas, que acerca a la academia mexicana los puntos de vista de Gordon
Childe, que posteriormente fueron adoptadas con maestros como José Luis
Lorenzo.
En los
primeros dos años de los cuarenta Bronislaw Malonowski viene a México y hace su
famoso trabajo junto a Julio de la Fuente, que nunca fue parte de la ENAH. Sin
embargo fue antecedente para lo que ocurre en 1942, con la presencia de Sol
Tax, cando se establece la influencia funcionalista o chicaguense, que después
cultivan maestros como Fernando Cámara y Calixta Guiteras. (Jiménez Moreno:
11-15)
En 1942 la
Escuela pasó a formar parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia
(el INAH), convirtiéndose, a partir de 1946, en la Escuela Nacional de
Antropología e Historia (la ENAH).
José Luis
Lorenzo recordó de los fundadores, “sólo para checar los nombres”, a 29
maestros, entre ellos Ada d´Aloja, Wigberto Jiménez Moreno, Ignacio Marquina,
Salvador Mateos Higuera, Norman McQuon, Javier Romero, Daniel F. Rubín de la
Borbolla y Agustín Villagra.
Por entonces
sólo se había graduado un alumno, Eusebio Dávalos Hurtado, en 1944, y en 1945,
mi primer año allí, se graduaron tres más: Pedro Carrasco, Alberto Ruz y Miguel
Acosta. “O sea –estimó Lorenzo-, contábamos con un antropólogo físico, un
arqueólogo y dos etnólogos”. (Lorenzo: 23)
En el
análisis de sus recuerdos, N. Guerrero afirma en su intervención que la ENAH no
surge para formar un personal que investigue si la antropología estudia la
“cultura” o la “estructura social primitiva”. La ENAH no surge para resolver
realidades científicas “puras”. Todo lo contrario, la creación y desarrollo de
esta institución está ligada íntimamente a necesidades que se presentan a
consecuencia del desarrollo del capitalismo mexicano. En particular, la
necesidad de incorporar una gran población compuesta por multitud de grupos
étnicos diversos a la dinámica misma del régimen burgués: la necesidad de
construir una nación, de “mexicanizar” a los componentes de estos grupos
étnicos, de hacerlos participar en el “desarrollo”. (Guerrero: 99)
El
indigenismo se descarará declarando que el objetivo no puede ser otro que el de
proletarizar a los indígenas y convertirlos también en buenos consumidores de
la industria nacional –ponderó Guerrero, quien elocuente dijo que el
nacionalismo romantizado se transforma en un nacionalismo pragmático: de lo que
se trata es de incorporar a los indígenas al mercado nacional, como poseedores
de fuerza de trabajo o como productores de mercancías. El pase de “casta a
clase” se reafirma como meta, y se considera un avance progresista. (Guerrero:
99)
Biblio:
Cuatro décadas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, contenido de
las mesas redondas de aniversario, ENAH, Col. Cuicuilco, 1982
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