http://ojarasca.jornada.com.mx/2017/09/08/wallmapu-democracia-chilena-y-doble-moral-2426.html
Un examen pendiente que tienen los chilenos para el siglo XXI es resolver o paliar de algún modo el perdurable conflicto con el pueblo mapuche, que representa un 83 % del millón ochocientos cuarenta mil pobladores originarios de Chile. Es una historia larga, las discrepancias crecen con el paso del tiempo en lugar de disminuir. Los españoles tuvieron que pactar con ellos un siglo después de iniciada la conquista, porque no hubo manera de vencerlos. Los chilenos, en cambio, destrozaron a los mapuche a su regreso triunfal de la guerra del Pacífico y los echaron de sus tierras; los mapuche fueron asesinados, robados y humillados. Nunca, bajo ninguna circunstancia, ni los mapuche ni los chilenos han caído en la tentación de hermanarse unos con otros como nos ocurre a los mestizos mexicanos, aunque sea bajo el sello de la demagogia.
Un caso de alto impacto es el
de la Machi Francisca Linconao, autoridad mapuche de 81 años, que fue acusada
junto con diez comuneros mapuche de un ataque incendiario que originó la muerte
del matrimonio Luchsinger-Mackay en 2013, y que en enero de 2017 llegó al
extremo de la huelga de hambre contra la insostenible acusación, suceso que
volvió a poner a debate la Ley Antiterrorista creada por Pinochet para
encarcelar opositores inexplicablemente mantenida por la democracia para, al
parecer, reprimir a los indígenas. La guía espiritual publicó un video dirigido
a la presidente Bachelet en el que le expresaba estas palabras:
"Le exijo que venga a
verme, yo tomé la huelga de hambre, estoy sufriendo y usted entenderá, como
mujer y doctora. Usted tiene que apoyar a la mujer, soy inocente del caso
Luchsinger-Mackay, injustamente llevo encarcelada nueve meses, usted tiene que
hacer algo."
La presión de diversos
organismos de derechos humanos y parlamentarios provocó que la Machi levantara
su huelga de hambre de 14 días para cumplir un arresto domiciliario mientras se
resuelve el caso.1
A fines de mayo de 2017 los
precandidatos a la presidencia de la república se han enfrascado en una
polémica con el pretexto de la Ley Antiterrorista, debido a los acontecimientos
del 24 de mayo en las ciudades de Victoria y Ercilla, en la región de La
Araucanía, donde desconocidos incendiaron siete camiones y esparcieron
panfletos alusivos a la causa mapuche, con saldo de algunos transportistas
lesionados sin gravedad. El puntero de la carrera presidencial y expresidente
Sebastián Piñera respondió airado a sus contendientes Alejandro Guillier y
Beatriz Sánchez por desestimar esos hechos y plantearlos como delincuencia
común: "Al negar el carácter terrorista de estos hechos y al negarse a
aplicar la Ley Antiterrorista solo favorece a los terroristas y perjudica a las
víctimas y a los inocentes". El ex mandatario afirmó que en su siguiente
presidencia no solo va a aplicar la Ley Antiterrorista “sino que la vamos a perfeccionar
y fortalecer a través de una serie de figuras que ya están contenidas en la Ley
de Combate al Narcotráfico".2
De visita en el lago Lleulleu,
en la región del Biobío, por intermedio de la diputada Cristina Girardi, tuve
ocasión de visitar la cercana comuna costera de Tirúa, de unos diez mil
habitantes, para entrevistar al primero de los quince alcaldes mapuches con que
cuenta ese país, Adolfo Millabur Ñancuil. Me interesaba contrastar la situación
de los mapuche con la de los pueblos originarios mexicanos que, con excepción
de los del norte, solo resistieron durante años o decenios la conquista
española. Los mapuche, en cambio, pelearon sin tregua con los españoles hasta
forzar una singular paz desde el siglo XVII, siguieron peleando tras la
independencia, ahora contra alemanes, italianos y chilenos que finalmente los
vencieron en la llamada “Pacificación de la Araucanía” de 1883, cuando, en
efecto, fueron derrotados.
En la entrevista, el alcalde Millabur
Ñancuil hace un resumen duro y conciso de la historia mapuche: los chilenos les
prohibieron usar su idioma, los invadieron y les quitaron todo. Pero el pueblo
devastado se reorganizó, pactó y vive ahora su reconstrucción. En el gobierno
del socialista Salvador Allende los mapuches creyeron que se iban a recuperar,
pero ese sueño lo destruyó la dictadura de Augusto Pinochet, cuando mucha de su
gente fue detenida, torturada y no tuvo ninguna protección; menos cuando el
dictador creó una ley antiterrorista para aplicar penas muy severas a sus
opositores. Lo impensable es advertir que muchos de aquellos opositores, que ahora
gobiernan el país, la apliquen hoy –debidamente maquillada– específicamente a
los mapuches. “Una doble moral, una doble conducta” de lo que ellos mismos se
quejaban en los foros internacionales, atiza Millabur. En los últimos doce años
15 ciudadanos mapuche han sido asesinados por agentes del Estado, carabineros,
grupos paramilitares y personeros de las empresas forestales que asolan los
pueblos3, y al menos 67 mapuche han sido imputados por delitos
contemplados en la Ley Antiterrorista4, que entre sus efectos más perniciosos
dobla las penas comunes en casos de incendio, homicidio y secuestro; permite el
uso de testigos protegidos y extiende los períodos de prisión preventiva.
El alcalde nos recibe en el
edificio del ayuntamiento construido íntegramente de madera, como es común en los edificios públicos del sur chileno. Adolfo Millabur Ñancuil es un hombre de 48 años, de cara
redonda y ojos expresivos. Dos arrugas verticales parten de sus cejas pobladas frente
arriba y se pierden en un fleco disparejo bastante común entre los varones de los
pueblos originarios del cono sur. Es de trato suave y voz atildada, política, que
enfatiza sus frases con sus manos pequeñas.
Nos sentamos alrededor de una
mesa baja en el costado interno de su oficina adornada con tejidos mapuche, lo
acompaña su asistente Paola Andrea Henríquez, de filiación mapuche pehuenche,
mientras que el alcalde es lafkenche, y antes de poner mi grabadora en la
mesa Millabur ya está en vena discursiva. Yo comienzo provocador:
¿Ustedes
son chilenos o son mapuche?
En Chile el mapuche no puede
negar que lo es, porque la mayoría de los chilenos tienen rasgos no indígenas.
Nunca hubo mezcla. Yo, mientras crecí, en mi infancia y en mi juventud, lo que
vi es que ellos eran chilenos y nosotros mapuches. Yo crecí en esa lógica;
casarse con una del otro bando era como una traición, pues se había casado con
los enemigos. En los últimos cincuenta años como que ha habido un poco más de
mezcla entre chilenos y mapuches, las circunstancias lo han permitido, pero
todavía un descendiente de europeos, en los últimos años, cuesta mucho que
tenga relación, que tenga familia con un mapuche. Es casi una rareza ver un
descendiente alemán de tercera generación con un mapuche, es muy raro.
En
México hay un renovado interés por los ancestros. En los solsticios y en los
equinoccios las principales pirámides, que son vestigios arqueológicos de los
antiguos pobladores, cada vez reciben más gente que va a absorber energías de
un pasado común, hasta ahora desconocido por muchos, pues ser indígena ha sido
sinónimo de atraso, de ignorancia. Pero en algo ha cambiado.
Lo que yo veo de La Tirana del
norte (una celebración anual de carácter religioso realizada en el pueblo de La
Tirana, en la Región de Tarapacá) es que en esa fecha había un hito importante
de los pueblos indígenas de ahí que los católicos tomaron y es seguro que lo
hicieron pasar por un santo e impusieron un símbolo religioso cristiano. A
nosotros los mapuches –yo después de los 20 años me di cuenta de que teníamos esta
mezcla–, el Wiñoitripantu, el año nuevo mapuche como le puso el presidente
Lagos, el Wiñoitripantu es “la vuelta de la vida, del tiempo”; a nosotros nos
confundieron y creo que mucha gente también se confunde y lo ve así, como el San
Juan, la fiesta de San Juan. Y los mapuches lo que celebramos es el Wiñoitripantu,
que es el solsticio de invierno, que a veces toca el 21, el 22 de junio; el 23
y hasta el 24 alguna vez, pero los católicos hábilmente lo pusieron el 24, San
Juan, y al final estábamos adorando a San Juan, bailando y saltando. Pero ahora
estamos volviendo acá, la mayoría de la gente ha comenzado a redescubrir de que
San Juan no tiene nada que ver con nosotros y que estamos hablando del Wiñoitripantu.
Algunas escuelas lo hacen de manera folclórica, otros más profundo, otros para
cumplir, pero ya está volviendo el día del solsticio de invierno, eso nos está
pasando en Chile y lo que conozco de los países cercanos a esta zona, también
están haciendo esa reflexión, no conozco la de México.
Cuando vienen con el tema de
la ciencia occidental les digo: no. Hace 14 mil años no había tipos de bata
blanca que venían a decirnos cómo hacer parir a las mujeres; no, yo salí de mi
madre sobre un cuero de animal, me dejaron caer ahí y salí relativamente
normal. Entonces los pueblos indígenas no necesitábamos de este conocimiento
que hoy día como que te absorbe completamente. Nosotros teníamos un conocimiento
muy avanzado pero fuimos castrados, fuimos bloqueados y no pudimos seguir
evolucionando en el desarrollo del conocimiento que teníamos.
Entonces toda una cuestión de
parte de la cultura más dominante, la occidental, de no querer mirar lo que
somos nosotros; de ahí también el reparo a los antropólogos de cómo escriben,
porque hablan de que los cristianos tienen religión y nosotros tenemos credo;
no tenemos religión, nosotros tenemos creencias; los cristianos, los europeos,
tienen idiomas, nosotros tenemos dialectos. O sea, hay una clara carga
negativa, discriminatoria en lo que se percibe. Lo mismo con el tema de la cosmovisión
de los pueblos en cosas muy elementales. Por ejemplo, yo les preguntaría ¿qué
significa mapu?
Pues
significa tierra. El lugar donde vivimos.
Te das cuenta ¿no?, están
completamente equivocados. Mapu es todo, es el suelo, el cielo, lo que se
percibe. Wallmapu es el todo, el universo, pero siempre es mapu. Entonces
cuando la gente comienza a decir que mapu es tierra, todos lo aceptan y da lo
mismo. Eso es bruto, es bárbaro.
Antiguamente el mapuche logra
entender que él es parte de los otros, por eso es que respeta el río, porque el
río es parte mío; por eso respeta a los otros elementos de la naturaleza como un
yo, uno más. De ahí sale un concepto que no tiene que ver con los
medioambientalistas, porque los medioambientalistas separan la naturaleza del
ser humano, lo hacen distinto, mientras que el mapuche, a través del Itrofil-mogen,
describen cómo cohabitamos todos, cómo convivimos y nos respetamos todos. Pero
también el ser humano necesita comer, vivir de la naturaleza, entonces esa
lectura filosófica creo que está volviendo nuevamente a discutirse entre
nosotros. Nuestros abuelitos fueron víctimas de la invasión, de la derrota de
la guerra y sobrevivieron, pero tuvieron que decir que sí a todo. Nuestra
juventud está descubriendo, re-descrubiendo, eso: que cada palabra mapuche
tiene un significado que se traduce en Itrofil-mogen. El occidental dice
sustentabilidad, uno la busca en mapuche y no existe, lo que más se aproxima es
Itrofil-mogen, cómo todos tenemos derecho a la vida. Este es un concepto mucho
más profundo, pues no habla solo del ser humano, sino de todo.
Esas cuestiones son las que yo
he logrado entender, he tenido harta suerte de conocer indígenas libres de
Ecuador para acá, he tenido harta suerte de conocerlos y hablar con ellos y he
entendido que están en nuestra sintonía como si nos hubiéramos puesto de
acuerdo, es como la vuelta del ciclo, como que está volviendo el ciclo de la
vida a nosotros, una discusión que se está dando en todos lados.
Hábleme
de su niñez, Adolfo.
Ja ja, no, ¿qué puedo decir?
¿Cómo
era su vida?, ¿qué se sentía ser mapuche, que veía, que sentía?
Me cambió completamente mi
visión. Ya le dije un poco lo que significó mi niñez, de vivir en esta
separación permanente del chileno. Yo siempre crecí como mapuche y no siendo
chileno. Por eso cuando me preguntan en una entrevista de si soy mapuche o
chileno, lo políticamente correcto sería decir yo soy mapuche, ante todo soy
mapuche. Luego me tocó ser chileno, pero hay mapuches que son argentinos.
Entonces, asuntos históricos nos dejaron a unos en Chile y a otros en Argentina.
Y crecí en este ambiente. Yo tengo la sensación de que me tocó vivir mi niñez
en la postguerra de Chile con los mapuches. Porque eso es que se inventó en la
historia que estudian nuestros niños, que dice que nosotros guerreábamos con
los españoles, eso fue verdad, nosotros guerreamos con los españoles 300 años,
pero tampoco hay que contarlos de plano, porque fueron 300 años de paz y de
guerra, porque ningún pueblo en el mundo ha resistido trescientos años de
guerra; fueron de paz y guerra, 50 años de paz y luego la guerra, y así, hasta
cuando llegó la frontera a Concepción, que fue la última establecida con
los españoles.
Con
la paz de Quilín.5
Claro. Ahí hubo un tratado de
paz y a nosotros nos tocó ser uno de los pocos pueblos que firmó un tratado de
paz con los españoles. Pero a nosotros nos lo escondieron, a mí y a todos.
Entonces crecimos con que nosotros guerreamos con los españoles 300 años y que
éramos buenos para la guerra, pero no dicen que a nosotros nos ganaron la
guerra y que nos invadieron los chilenos, eso no lo dice la historias de Chile,
a nuestros niños no les pasan eso. No, “los españoles fueron los malos, ellos
guerrearon contra los mapuches, nosotros hicimos las paces con ellos, tuvimos
una relación amistosa”. Pero de 1810 para acá nos invadieron y nos sometieron,
nos arrinconaron a los peores lugares donde apenas pudimos sobrevivir. Perdimos
la guerra. Con los españoles tuvimos guerra pero no ganaron nunca. Con los
chilenos, en una época muy compleja, perdimos la guerra. En Argentina le llaman
“la campaña del desierto” y acá se llama “pacificación de las Araucanía”.
Entonces una parte de esa
historia me tocó vivirla, yo creo que cuando ya estaba saliendo de esa crisis,
porque alcancé a escuchar a mi abuelita que contaba que los mapuches no
quisieron ir a pelear a la Guerra del Pacífico, se escondieron, no quisieron
ir, pero de puro leyendo, leyendo, cuando se hizo la Guerra del Pacifico de Chile
con Perú y Bolivia los mapuches se rebelaron aquí, quemamos todas las ciudades,
Lebu, Cañete, todas estas ciudades del sur del Biobío para acá. Entonces por
algo no quisieron guerrear, porque ellos estuvieron de acuerdo, mientras
guerreaba Chile allá ellos se levantaban acá. Y eso no lo cuenta la historia de
los niños, la oficial, la que les cuentan a los niños. Ahora se está
reconstruyendo la historia, pero Cañete desapareció.
La diputada Girardi interviene
con una interesante revelación:
-
A mí en la escuela me enseñaron que los
mapuches eran parte de la cultura chilena, de la historia, pero que ya no
existían.
Entonces, si me pregunta qué
recuerdos tengo, si lo miro desde mi madurez, creo que sí viví en un tiempo de
posguerra, de mucha dificultad de sobrevivencia, porque cuando uno le gana la
guerra a otro, me imagino yo, si yo cuento con un vecino al que he vencido, no
voy a darle la mano para que se levante. Entonces a nosotros nos dejaron a la
muerte, en la miseria, nos quitaron toda nuestra hacienda y todo. Fue entonces
cuando nuestro pueblo se reorganizó y, hace unos setenta años, cuando estos pueblos
estaban devastados, se reorganizaron con sus propios medios haciendo pactos de
negocios con los chilenos, cuando fueron sometidos y cuando se dice que los
mapuches entregaron la tierra, pero ¿qué les quedaba? Firmar documentos para
poder sobrevivir. Entonces mi niñez la miro desde ese punto de vista, porque
crecimos sin ninguna condición mínima de sobrevivencia, crecimos muy lejos de
lo que significa estabilidad. Por ejemplo, todos los recursos naturales que
teníamos nos fueron retirados, estábamos restringidos al mínimo, en la miseria
más grande, comíamos lo básico.
¿Y
en la escuela?
De los profesores mejor no te
digo cómo nos castigaban.
Dígalo,
por favor.
Los profesores nos castigaban
mucho a nosotros, porque no podíamos hablar el español. Nos decían “no pueden
hablar como indio porque eso no les va servir para la vida”. O sea, nos
prohibían hablar el mapudungun. Entonces mis papás no me enseñaron mapudungun a
mí porque si yo hablaba mal el español me iba a ir muy mal en el colegio. Si yo
no pronunciaba bien el español era víctima de burlas, de lo que hoy día se
llama bullying. Y lo más trágico de
nosotros es que el profesor era mapuche, andaba muy bien vestido, de corbata,
los zapatos lustrados, me acuerdo, impecable en todo, y los pisos de la escuela
¡de tierra! Lo miro ahora y realmente era para sacarle un cuadro. Los pupitres
de madera y un curso combinado de primero a cuarto año. Y el profesor me
acuerdo que nos mandaba todas las mañanas a lavarnos los pies, hubiera o no
hubiera escarcha, porque había que entrar a la sala con los pies limpios; no sé
qué cosa tenía el profesor en su cabecita, de que teníamos que ir con los fríos
de invierno a lavarnos los pies porque venían con barro, y entrar a la sala con
los pies limpios, sin barro, aunque los pisos eran de tierra. Para nosotros
creo que era un adoctrinamiento, algo pasaba porque era así. Y al que no podía
pronunciar las vocales le pegaban, todo mundo aprendía por el susto. Entonces
mi papá, que fue hasta tercero básico de primaria, me enseñó a pronunciar bien
en español y me enseñó también las cuatro operaciones básicas, las vocales, a
leer. Cuando llegué a primero básico fui un alumno adelantado porque mi papá me
enseñó, pero no creo que haya estado preocupado porque yo fuera buen alumno, él
estaba preocupado de que no me pegaran, de que sufriera, entonces ahora yo saco
esa cuenta. Mi papá pudo enseñarme lo que podía, pero cuando llegué a tercero
básico ahí supe lo que era castigo. La profesora me acuerdo que nos pegaba, nos
pegaba, nos pegaba. Ella no era mapuche.
Disculpe
el morbo ¿cómo les pegaba, Adolfo, con una regla o una vara o qué?
Con una varilla de mimbre y
también te hacía arrodillarte sobre arvejas, te ponía de rodillas contra la
pared sobre arvejas. Al poco rato ya no te puedes ni parar. Era parte del
método de estudio que ella tenía con nosotros, para que aprendiéramos a leer, a
estudiar, a todo. Claro, yo recuerdo que, para evitar el castigo, le decía a mi
papá que iba al colegio pero en realidad nos íbamos a otro lado a jugar.
Calculábamos la hora, mi papá nos enseñó a tomar la hora con el sol, poníamos
una raya cuando eran las once, otra raya cuando eran las 12 y la sombra nos iba
dando la señal de salida. Si no, estábamos atentos a la campana del colegio
para irnos corriendo a la casa. En ese ambiente crecimos nosotros.
¿Qué
quería ese niño, qué pensaba, qué soñaba, Adolfo?
Yo creo que no soñaba, no
tengo idea. A los niños de ahora les estamos diciendo “tienen que estudiar” por
esto y por esto otro, por todo. A mí me da la impresión de que nadie me dijo
nada, nadie me dijo que yo tenía que estudiar, sino simplemente que tenía que
ir a la unidad. Tuve la mala suerte de que mi mamá murió cuando yo tenía 9
años, entonces tengo muy pocos recuerdos de mi mamá y no pude contar con su
apoyo. Es un tema medio complicado, crecimos todos juntos, con mis nueve
hermanos, con mis primos, con mis tías.
¿La política en qué momento llegó?
Ah, la política. Yo estuve
marcado por unas cuestiones, estaba en primero básico, tenía siete años, cuando
el golpe militar. Y mi papá fue siempre de izquierda, entre comillas, siempre
anduvo de dirigente de comunidades, en la reforma agraria, metido en esas
cuestiones. Era un dirigente comunitario. Y por la familia de mi papá, que no
era muy conectada a la lucha social, era considerado casi como terrorista, como
el malo, el revolucionario. Incluso era discriminado por sus propios papás… bueno,
no sé si por sus papás, porque nunca lo discriminan a uno los papás, pero sí
reprendido, “no te metas en esto”. Sus parientes cercanos lo veían como algo
malo por lo que hacía, entonces fue cuando vino el golpe militar. Me acuerdo
que llegaba mucha gente de afuera, mucha gente venía a la casa de mi papá,
hacían reuniones, eran mapuches, dirigentes estudiantiles, todas esas cosas; yo
crecí en eso. Pero lo que me marcó fue que, cuando vino el golpe militar, el
mismo maestro de la corbata fue el que facilitó su escuela para que los
militares pusieran ahí su centro de operaciones. Y cuando daba clase el
profesor decía que había unos pocos comunistas en la zona y que ya los iban a
detener. Imagínese a mí, como niño, en la sala, escuchando eso y pensando en mi
papá. Entonces mi papá se sumergió, desapareció de mi casa, nunca supe de él,
no lo vi más, pues después del golpe mi papá me acuerdo que sacó de la casa
todo lo que es literatura, no sé si los quemó, pero mi recuerdo es que sacó
libros y también sacó armas de mi casa. Y se fue. De ahí mi mamá sostuvo la
casa como pudo, me imagino. Pero yo creo que mi papá no estaba tan lejos de la
casa, se sumergió nomás. Y después supe que no estaba tan lejos, se fue a la
clandestinidad con un tío, y después ese tío antes de morir me contó a dónde
iban a dormir todos los días, escondiéndose de sus propios hermanos, porque
como eran sospechosos tenían la desconfianza de toda su gente. Los buscaban con
tanquetas por todos lados y por eso lo dejé de ver, no tengo certeza de por
cuánto tiempo, pero de ahí para adelante yo tuve la…, no sé si rabia, pero sí
el sentimiento de por qué nos tocó a nosotros pasar eso, y claro, uno mientras
va creciendo y va dándose cuenta de lo que significa esto. Me quedé ahí, me
quedé en ese sentimiento de estar siempre metido en la política.
Había parientes que habían
sido detenidos, de forma que mi papá nos dijo que tuviéramos mucho cuidado con
lo que decíamos. Y claro, en la zona donde yo vivo mucha gente fue detenida,
torturada y no tuvo protección de nada. No pertenecían a la red partidaria, los
partidos quedaron desarticulados, no estábamos cerca de Santiago, no había
forma de hacer nada, tuvieron que resignarse a lo que les tocó. Ya de grande,
me tocó hacer el trabajo de entrevistar a las víctimas de esa época, cuando yo
era niño, cuando pasaron cosas muy terribles, desde que tomaban a la gente, la
subían a un helicóptero y los metían en botes en el lago LLeulleu, los
amarraban y los metían al lago para que dijeran quiénes eran los que estaban
ahí dirigiendo y quiénes estaban contra de gobierno.
Entonces yo me imagino cómo mi
pobre viejo pasó penurias, no fue torturado porque se escondió, no fue detenido
tampoco, pero a unos parientes de él lo pasaron muy mal, los torturaron de
manera terrible. Entonces, claro, uno dice ahí estoy equivocado con lo que
venimos haciendo. Afortunadamente mi papá me dio una especie de orientación sin
darse cuenta, porque después de que pasó un tiempo del golpe militar, con mi
papá escuché en Radio Moscú –una radio que llegaba de la Unión Soviética por
onda corta y que mi papá y yo nos quedábamos escuchando al lado del fogón–, lo
qué pasaba en Chile. Yo era un cabro de 12 años pero me gustaba tanto escuchar,
que mi papá me decía “esto no debís de contarlo a nadie”. Claro, Radio Moscú
mentía también porque nos daba la idea de que estábamos ganando, pero Pinochet
seguía ahí y no se iba nunca. Así que crecí en ese ambiente.
Luego, después, se
reorganizaron las comunidades de maneras más lúcidas, vinieron los partidos de
izquierda a organizar a la gente y ahí, sin darme cuenta, yo me fui metiendo en
la política, porque mi papá me llevaba a que yo le cuidara el caballo en el
monte, mientras él iba a hacer reuniones clandestinas. Entonces mi papá me
decía: “Tú te quedas aquí, no te muevas.” Se ponía un gorro tipo montañés y se
metía al monte. Lo que nunca supo mi viejo es que yo lo seguía. Nunca supo.
Algún día que nos tomamos un vino juntos le dije lo que yo hacía. Ahí me abrazó
mi viejo.
Usted
vivió todo el proceso de la sustitución de los bosques nativos por el
monocultivo de eucalipto. ¿Cuál es su visión desde los años 70 en que inició?
En la época de los sesenta
hubo revolución en el mundo entero, los pantalones anchos y todo. Luego vino el
gobierno de Allende y los mapuches creímos que a través de Allende íbamos a
recuperar… (digo los mapuches creímos, aunque yo era niño en ese entonces, pero
los que me representaban en ese tiempo), que a través de Allende íbamos a
recuperar la tierra, entonces nos fuimos en masa, en grupo a recuperar los
fundos que nos habían quitado los propios chilenos. Y de ahí lo que se llama
reforma agraria que en América, y en particular en esta zona, se produjo. Tiene
que ver con la Alianza para el Progreso, cuando los gringos dijeron “si no
hacemos una programa reforma agraria en Chile la Unión Soviética a través de Cuba
se nos meten y no los vamos sacar nunca”. Entonces presionaron a través de la Alianza
para el Progreso para que en Chile se hiciera una redistribución de la tierra y
todos estuvieron de acuerdo, si no iba a estallar una rebeldía mayor. Entonces
se produjo la reforma agraria, Allende la quiso profundizar y nosotros también.
Luego de eso, llegó Pinochet y se produjo la contrarreforma agraria, que es un
fenómeno del que no se ha escrito mucho, que significa que aquellas tierras que
estaban en manos del Estado, ya sea del CONAF o CORA, que fue creada para instrumentar
la reforma agraria –mucha tierra quedó en manos de esas dos instituciones para
el proceso de entrega a los campesinos y a los mapuches–, fuera entregada a
particulares. Lo qué hizo Pinochet en tanto asumió fue agarrar estas
instituciones y las pone a cargo de Ponce Lerou, su yerno. Como cabeza de la
CONAF, Ponce tenía control de todas estas tierras que hoy día vemos, pero que Allende
ya, a través del CONAF, había destinado para remplazar el bosque nativo por
monocultivo. Desde Allende ellos ya venían con la idea de remplazar el bosque
nativo por monocultivo como la gran solución a la economía nuestra. Entonces,
cuando llegó Pinochet, encontró miles de hectáreas plantadas. ¿Qué hace Ponce Lerou?,
las pone a subasta pública en Santiago a un precio muy pequeño, casi simbólico,
entregándolas a las empresas que hoy día tienen gran poder económico, en ese
tiempo llamada Crecec. Se hace una especie de autotraspaso, a través de sus propias
redes, para poder hacerse toda esa tierra, con lo que vuelven a ser dueños los
mismos propietarios que habían sido expropiados. Entonces Pinochet se asegura
de devolver tierras a los grandes propietarios y a los amigos de ellos, a
través de subastas a precios irrisorios.
¿Y
a los “invasores” los vuelven a sacar?
A nosotros sí, a nosotros los
“invasores”, que estábamos instalados desde el golpe de Estado nos arrancamos,
la gente escapó porque si no la mataban. Tuvo que irse. Entonces esas tierras
quedaron en manos de las forestales, hasta hoy día. Nos fuimos a las otras
tierras que también estaban en nuestra expectativa, que estaban a nombre del Estado
en la cordillera de Nahuelbuta, no eran de mucho valor para los grandes
propietarios, pues todos los valles productivos estaban escriturados a nombre
de los descendientes de alemanes, de descendientes de italianos, pero la
cordillera de Nahuelbuta estaba a nombre del fisco, con personas campesinas
pobres que vivían ahí de alguna manera, y también estábamos nosotros.
Entonces, en el segundo tiempo
de la dictadura militar, se produjo que estas tierras fueron regularizadas por
personas y estudios jurídicos que le decían al campesino “yo te compro el
derecho de posesión”, y le pagaban diez pesos. Pero con ese derecho comprado, de
acuerdo con la Ley de bienes nacionales que dice que con cinco años de posesión
es suficiente, inscribían la tierra a nombre de ellos y expulsaban a los
campesinos. Los campesinos no hacían resistencia porque el campesino y los
mapuches tienen otro concepto de la tierra, no es que valga dinero, es parte de
otra cosmovisión. Entonces ahí se produjo un desplazamiento campo-ciudad brutal,
de manera que en 20 años se despoblaron los campos de la cordillera de
Nahuebuta, la mayoría habitados por mapuches y campesinos que vivían ahí de
mala manera, que no tenían luz, no tenían agua, no tenían nada y habían llegado
después de la Guerra del Pacífico, ahora engrosaban los cordones urbanos.
Bueno, le estaba diciendo entonces
que se produjo la contrarreforma agraria y el despoblamiento masivo de la gente
con lo que se poblaron los cordones de todas las ciudades de Chile. Entonces,
una vez que se hicieron propietarios bajo todos estos subterfugios,
simultáneamente le pusieron fuego a los bosques nativos. Yo fui testigo de cómo
quemaron el bosque porque inventaron la ley 701 que subsidiaba las plantaciones
de pino y eucalipto, sobre todo pino. Tener bosque nativo no era negocio. Lo
que le pusieron es fuego. Donde vivo yo, junto al Lleulleu, recuerdo que había
bosque nativo, yo fui testigo presencial de cómo lo quemaron, primero moto,
hachas, poda, los propios mapuches que trabajaban en las forestales quemando,
botando, pues no había otra forma en la época de sobrevivir, y después le
ponían fuego. Eso de que ellos protegen el bosque nativo, que la erosión, que
sembraron en tierras baldías es un discurso, era puro bosque nativo todo eso,
la montaña de Nahuebuto era bosque nativo y le pusieron fuego.
¿Podría
recordar algunas de las especies del bosque nativo?
Uh, desde el canelo, ulmo,
manío, avellano, el bosque valdiviano, lo que ustedes todavía ven estaba aquí
de manera potente; toda la fauna también, estaba vigente. Es que era otro
paisaje. Yo he sido testigo de cómo ha ido cambiando, es como ir a ver todavía
la zona de la 10ª región. El agua era abundante, esas tierras tenían mucha agua
todos los días y hoy ya no la tienen. Entonces, en los últimos 30 años cambió
el paisaje de la montaña de Nahuelbuta de manera brutal.
El
monocultivo forestal representa el segundo ingreso nacional chileno después del
cobre. A su modo de ver ¿benefició de algún modo a la zona mapuche el ingreso
de todos esos recursos que significaron empleos y dinero circulante?
Decir que no sería poco
objetivo. Efectivamente ha generado economía, pero ¿a qué costo?, ¿a qué
impacto? Porque sabemos que ese monocultivo va a crear un colapso
medioambiental. Yo no tengo ni una duda de que va a ser un colapso
medioambiental. Hoy día tenemos un discurso complejo porque a la autoridad de
turno le cuesta enfrentar esa realidad; oye, estamos dejando las cuotas,
estamos dejando una calamidad medioambiental, a costa de que tengan un sueldo
relativamente aceptable en el trabajo forestal; o sea, hoy día hay mucha gente
que depende del trabajo forestal. Entonces, como el gobierno ha creado con ello
una alternativa económica, están casados con una dinámica en la que sabemos que
vamos al precipicio pero seguimos en ese camino. O sea, el monocultivo de pino
y eucalipto nos va a llevar a un colapso medioambiental en estas regiones, yo
creo que en gran parte de Chile, lo vemos con la catástrofe de los incendios
que tiene que ver con eso, el que no tengamos agua para refugiarnos del fuego;
es porque los eucaliptos la han colapsado, pero también porque no hay una
planificación responsable sobre el uso de nuestros suelos. Cómo es posible que
tengamos las ciudades rodeadas hasta el último punto, el último metro cuadrado,
con árboles de monocultivo. Eso es una bomba de tiempo. Ponerle a las ciudades eucalipto
y pinos, altamente inflamables, donde hay agrupaciones humanas viviendo todos
los días, es no tomar en cuenta que en algún momento va explotar y ahí tenemos
el resultado. Yo, cuando paso por Curanilahue, que hace 40 años era una ciudad
minera, de carbón, veo que hoy día está rodeada de puro pino y eucalipto,
entonces estamos expuestos a que en algún momento se produzca un incendio y esa
ciudad va a desaparecer porque no tiene cortafuegos, no tiene una zona de
seguridad que delimite el fuego.
Cuando voy a Valdivia lo que
encuentro es eucalipto en las grandes praderas que producían leche, un mercado
que no tiene la rentabilidad que tiene el pino, entonces estamos siendo
irresponsables como humanidad, con nosotros mismos, con la seguridad
alimentaria. No tenemos hoy ni siquiera tierra para cultivar papa, un alimento
básico para comer que en el pasado permitió la sobrevivencia de Europa, ¿y de
dónde llevaron la papa?, de acá. Entonces yo creo que hay colisión de
intereses, porque una cosa es dirigir una economía para que funcione
relativamente normal, sana entre comillas, sustentable de cierta manera… y otra
apostar a causas perdidas.
La aplicación de la ley antiterrorista se aprecia muy señalada hacia el pueblo mapuche, con casos manifiestamente injustos como el de la Machi Francisca Linconao, entre otras decenas de casos ¿qué opinión tiene a este respecto?
Lo que pasa es que yo no estoy
sorprendido por la aplicación de esta ley, es parte de los instrumentos del Estado
y una forma de reprimir al pueblo mapuche. Porque cuando se constituyó este
país, no hace más de doscientos años, el diario El Mercurio hablaba de que
éramos bárbaros y en el propio parlamento se discutía si teníamos alma o no; se daban acalorados debates sobre si los
mapuches éramos seres humanos. Luego se discutía si teníamos espíritu, y
después se discutía si teníamos derechos. El Mercurio titulaba así: “Los
mapuches no tienen alma”; pasado el tiempo, a decir del propio diario, los
mapuches éramos borrachos, salvajes y bárbaros. Ese era el mapuche que creían
conocer los chilenos. Luego, en la época de los 60, pasamos a ser
revolucionarios y comunistas. Y en esa época nos toca ver, en el propio El
Mercurio y todas sus sucursales, que somos terroristas. Si tú vas a Santiago, si
vas a Concepción: “mapuches, ah, terroristas”. Va instalado en el imaginario
colectivo del chileno común de que somos terroristas. Somos objeto de burlas, a
mí cuando voy a los partidos del gobierno de la burocracia estatal: “cuidado
que traí fósforos”; yo me río, pero es un estigma, un instrumento
comunicacional de los poderes económicos que logran instalar un estereotipo de
personajes para que todos sean catalogados como tal. Yo creo que no es
terrorismo, los mapuches luchan contra esas convicciones pero no es como el
terrorismo que conocemos en el mundo y en el que hay consenso de que es
terrorismo. Entonces yo creo que estamos viviendo un tiempo de la historia bajo
el estigma del mapuche terrorista. Leí hace poco un caso en Argentina, donde
también hay titulares que acusan a los mapuches de terroristas, porque también
en Argentina necesitan inventar una historia para desnaturalizar nuestra
legítima lucha. Entonces, hoy día inventan al mapuche terrorista. Yo creo que
nosotros estamos frente a eso. Es un instrumento que el Estado chileno tiene a
través de sus aparatos, o sea, gobierno, policía, tribunales, parlamento, para
poder frenar la pelea de los mapuches, tenerlos a raya. Lo que me parece
paradójico es que, como tú bien lo describes, no hay ningún chileno -salvo el
caso particular muy publicitado de la bomba en Santiago, que además salieron
libres- preso por terrorista. Por lo tanto está demostrado científicamente, ya
que ustedes trabajan con tantas estadísticas, que es una ley diseñada para los
mapuches. Pero lo más paradójico es que, aunque fue creada por Pinochet para aplicarla
a todos sus opositores, que son los que hoy día gobiernan, lo impensable es que
quienes están ahora en el gobierno, asumieran el gobierno, incluido Ricardo
Lagos, incluido Aylwin, incluida la Michel Bachelet, incluido Frey, y sin
ningún cuestionamiento la aplican en contra de los mapuches. Y de paso le
hicieron un maquillaje para que dijeran que la modificaron, pero es la misma
ley. Entonces hay una doble moral, una doble conducta, porque los mismos que se
quejaban en todos los foros internacionales de que Pinochet era muy malo porque
torturaba y aplicaba una ley ilegítima, arbitraria y no sé qué, esa misma ley
la toman y la aplican en contra de los mapuches. Y nadie se pone sonrojado,
nadie se avergüenza, es como un doble discurso, terriblemente difícil de llevar.
Y detrás está el diario El Mercurio, está el diario La Tercera, están todos los
medios de comunicación controlados por los mismos tipos.
Y lo que me tiene preocupado
ahora es que la Sofofa (federación de empresas y gremios vinculados al sector
industrial chileno), que es el poder más activo de los conservadores de Chile,
levanta actualmente todo un discurso sobre que en esta zona del país no hay
estado de derecho, o sea, que no hay ley que se respete. Yo lo que me temo es
que después vayan a instalar el discurso de que no hay estado de derecho y a imponer
una represión dura. Una más. Eso es lo que se viene como música de fondo. Y eso
es lo que no dicen. Uno mira entrelíneas y es lo que se viene.
Gracias
alcalde.
1 El Mostrador, por Catalina
Barrios, 7 enero 2017
2 El Mostrador, 26 y 29 mayo
de 20173 Ancalao Gavilán, Diego, El Mostrador, 26 diciembre 2016
4 Aylwin, José, Hechos de violencia en la Araucanía y regiones aledañas, El Mostrador, 20 de enero de 2017
5 Los acuerdos de 1641, la paz de Quilín (el autor cita al maestre de campo don Fernando Bascuñán) “fueron los siguientes: (uno) que no habían de ser encomendados ni tener más señor que el Rey para servirles de soldados en las guerras y que en esto solo, los habrían de ocupar, (dos) que no habían de pagar tributo, ni grabo de maíz, ni otra legumbre alguna, (tres) que no lo habrían de reducir a pueblo de ranchería ni estacada, (cuatro) que los indios poblados (indios amigos) y que estaban en doctrina usasen, si quisiesen, de su libertad y se pudiesen ir del lugar de su habitación…” (sic) (Bengoa, José; Historia de los antiguos del sur, p. 490, Ed. Catalonia Ltda., 2007)
Fotos de Tirúa de Malú Méndez Lavielle (excepto alcalde solo, tomada de Internet)