martes, 2 de julio de 2019

Orillados de la ciudad


Para llegar a Palmillas, Municipio de Mixquiahuala de Juárez, Hidalgo, se toma la carretera México-Laredo hasta el famoso Valle del Mezquital. Aquí, multitud de pequeños propietarios siembran básicamente ejote. Todas estas tierras son regadas con aguas residuales del Distrito Federal, por eso está prohibida la siembra de hortalizas, aunque es posible ver bastante maíz y no son pocos los campos de alfalfa regados con eficientes máquinas dispensadoras de agua. Pero lo fuerte es el ejote, a eso vienen los jornaleros agrícolas provenientes de los estados de Guerrero, Morelos y Oaxaca cargando a sus numerosas familias, los puede uno ver descansando a la sombra de árboles casuarina y de una especie de sauce espigado que, justo es decirlo, proporcionan una modesta y huidiza sombra al mediodía. La buena noticia para ellos es que en Hidalgo todos trabajan, niños y adultos, no como en otros lugares donde se los prohíben.

Me recibe el profesor Juan Carlos Jiménez Barrera en el Centro Educativo Pronim de Palmillas, municipio de Mixquiahuala de Juárez, Hidalgo. No me cuesta ni tantito ponerlo a hablar, le pedí que me hablara de su trabajo.

Soy el profesor Juan Carlos Jiménez Barrera, llevo exactamente 11 años trabajando aquí, entré en el 2001, siempre en Pronim; no he dejado de trabajar ni un año afortunadamente. Los retos principales en los primeros años, por 2001, eran que los niños asistieran; afortunadamente le digo como he estado aquí me he dado cuenta cómo ha ido progresando la educación con los niños migrantes. Recuerdo que hace muchos años los niños no tenían tanta importancia como ahora, como que a la educación la dejaban en segundo término. Lo primero era el corte de chile y el ejote y después la primaria, pero ahorita no; afortunadamente, ahorita, cuando llegan de trabajar se vienen corriendo, agarran su libreta y vámonos, “maestro, ya llegué” y quién sabe qué tanto nos platican del campo. Ahorita los estábamos esperando y afortunadamente ya llegaron. Ahorita tengo 14 niños, pero como es multigrado, nos dividimos el grupo a la mitad, pero porque yo llegué aquí al campamento cuando ya se había incorporado la gente, estaba en El Moreno, ahí en este ciclo solo se quedó en albergue, como no había gente, la primaria dejó de funcionar. Está a unos veinte minutos de aquí, yo era el asesor. Otro de los retos es lograr la certificación y afortunadamente del primero al quinto grado se les ha dado su boleta oficial del Estado, que puede ampararlos en otro estado. Su boleta dice en qué grado va y afortunadamente hemos visto respuestas buenas de un estado a otro. Nos hemos dado cuenta que su educación no se queda truncada, que hay forma de seguirla, aunque sea por módulos. Cada grado tiene cinco módulos, dependiendo del nivel de aprendizaje puede entrar al módulo que le toca en otro estado, depende de cómo vaya. Cuando los niños están activos aprovechan más.

Desde que yo entré me ha tocado ver y escuchar el tlapaneco, el mixteco, el náhuatl, una familia hablaba  mexicano, otra familia hablaba amuzgo, así que de todas esas lenguas ya traigo algunas palabras, lo básico, porque es muy difícil decirlo y pronunciarlo como ellos lo hacen, porque luego lo están corrigiendo a uno: “maestro, tú no sabes”. Cuando llegué a incorporarme al campamento les hablé en mixteco, “maestro, quién te enseñó”, y luego les pregunto: ¿cómo te llamas? en mixteco, y ya me responden. Cuando uno hace eso rápido agarran confianza. Para pedir permiso para ir al baño me hablan en lengua, por decirle de algún modo, porque desafortunadamente aquí no tenemos baño.

Principalmente las familias migrantes vienen de Chilapa, Guerrero, de la Mojonera en Morelos; vienen de Tenextepango, de La Heredia, una colonia que los niños que dicen que ya no se llama La Longaniza, dicen que le cambiaron porque mucha gente se reía del nombre. ¿De dónde vienes?, de La Longaniza; se burlaban; le pusimos colonia nueva La Heredia, llevaba ya tres años así.

Ahorita tengo alumnos de Guerrero y Morelos, y con el correr de los años, si me voy a La Vega, por ejemplo, ahí hay niños que fueron mis alumnos y que ya son padres de familia, en La Mora también, me da mucho gusto que me reciban: maestro Carlos, ¿cómo estás?, ¿ya te casaste? No, todavía no. Híjole, ya te quedaste. Porque ellos llevan ya dos o tres hijos y tienen 21 años apenas.

Cuando yo entré al programa afortunadamente en esta primera vez se inauguró el albergue El Moreno, estaba precisamente a orillas de un canal llamado El Progreso, entonces ahí las condiciones eran totalmente bajas, muy bajas, porque vivían en casitas de cartón y los maestros que estuvieron antes que yo me platicaban que les daban clases ahí mismo, si tenían una mesita, pos ahí, si no donde pudieran.

Con el pasar de los años, cuando yo estuve trabajando en el albergue, me pude percatar que nada más eran Moreno y Carrillo Puerto, dos albergues, pero que los demás campamentos eran de carpas, carpas que cuando llovía el agua se las llevaba, venían los aires y a amarrarla para que no volara. Afortunadamente estuve en el Moreno y me cambiaron a un campamento que se llamó Los Tigres, ahí trabajé en carpa. Y le comentaba de la lluvia. En una ocasión, pues las carpas estaban amarradas, pero el aire y la tormenta fue tanta que se levantaron con todo y la estructura de fierro. Les dije a mis compañeras: saben qué, hay que retirarnos, porque como es tormenta eléctrica no sea que vaya a suceder algo. Y más teníamos miedo porque un año anterior en el campamento de Moreno hubo un incidente en una tormenta eléctrica, ellos estaban en el campo, pero cuando llegaron al albergue llegaron espantados, y a varios de ellos se los llevaron al hospital. El capitán me platicó que les había caído un rayo, y una de las mujeres era su esposa, estaba totalmente quemada de la espalda. El rayo cayó cerca del árbol donde estaban guarecidos, y la señora estaba embarazada, entonces con el pasar del tiempo, también ellos ya medían sus consecuencias, si empieza a llover inmediatamente vámonos. Qué hacemos en la milpa si ya sabemos lo que puede suceder. Ahorita, por ejemplo, cuando ha llovido y los niños están adentro, le tienen  pavor a la lluvia, un niño hace días que venía la lluvia de los cerros me dijo, “sabe qué, maestro, yo ya me voy, después le avanzamos, ¿sabe por qué?, porque tengo miedo, ahí viene el fin del mundo.” No, no pasa nada. “No, maestro, ya me voy.” Lógicamente, con el paso del tiempo ellos han ido tanto evolucionando en sus ideas como en la educación también.

Yo trabajo también en las escuelas regulares en la mañana, soy docente de grado en las mañanas, y afortunadamente lo que hago en la mañana contrasta con lo que hago en la tarde; afortunadamente, de manera particular, dificultades pedagógicas no tengo, pero sí tengo que mejorar en algunos aspectos la forma de enseñar, conforme va actualizándose el programa. Es una exigencia, que aunque no queramos, tenemos que aprovechar y hacerlo. Cómo, por ejemplo, platicar con los niños: por medio de proyectos, a ellos les genera más interés, porque por ejemplo si trabajo la carta, antes la trabajábamos en una lección, sus características y todo eso, terminábamos la carta y pasábamos a otro tema. Ahorita trabajamos la carta en un proyecto y vemos sus características, lo que puede implicar las cuestiones del lenguaje y todo, pero hacemos más cartas; hoy, 28 de agosto, hicimos una para los abuelos, entonces los niños le ven más funcionalidad a las tareas, dentro de lo cotidiano.

Afortunadamente ahorita tenemos tres aulas y ya no hay tanta preocupación de que llueva y nos vayamos a mojar, ni que la carpa se levante. Afortunadamente, ya son contados los campamentos que tienen carpas, algunos tienen carpa porque no caben dentro del aula, pero ya son pocos. También tenemos luz.

La satisfacción es que, por ejemplo, a mí me agrada mucho cuando los niños que he tenido desde hace unos cuatro cinco seis, siete, ocho, nueve, diez años, llegan y “maestro, buenas tardes”, y el respeto que nos tienen a los maestros. Yo tuve niños que ahorita ya son padres de familia y cuando hacía yo algo que no les gustara, por ejemplo, “maestro, revísame”, pero estaba yo ocupado, permíteme. “No, ya me voy.” No, espérame. Una vez tuvo una muina que agarró su butaca y me la iba a aventar. “No, maestro, tú no me haces caso.” Y que me lanza la butaca. Martín, por favor, ¿son las actitudes que te enseñan? Y ya, me mentó hasta lo que yo nunca imaginé. Y como eran los primeros años de servicio yo todavía no tenía habilidad para controlar a los niños y saber qué hacer en momentos como esos. Otra aventura que tuve con ellos fue que una vez me corretearon, aventándome piedras, por la cultura que ellos traían antes tan cerrada. De tanto estar insistiéndoles en su cuarto “vamos a la escuela, vamos a la escuela”, se cansaron y salieron: “sabe qué, maestro, no queremos ir a la escuela”, agarraron piedras y yo lo único que hice fue correr, para qué me espero a que me descalabren.  Ahora es al revés, ahora ellos me corretean, pero para entrar a la escuela.

Ellos trabajan en la cosecha desde las siete de la mañana hasta las cuatro, cinco, seis, a veces hasta las siete de la tarde, y ha habido ocasiones que hasta las ocho de la noche terminan. Un rato para comer y ya. Afortunadamente, ahorita ha ido mejorando en cuanto a la asistencia, pero porque la producción agrícola bajó este año; van a una huerta de ejote y se la acaban rápido porque la producción está regular; en los años que ha sido fuerte, ellos sí tardan a veces hasta dos o tres días, pero llegan con hambre de aprender y “maestro, dónde me quedé.” Y son muy inteligentes, saben dónde se quedaron y continúan el trabajo.
El capitán es el encargado de distribuir la raya, el pago que le llaman ellos. Por ejemplo, hay familias grandes, numerosas, que llevan hasta sus seis, siete, ocho o nueve hijos, el papá y la mamá;  niños ya de 14 años, que juntan hasta 35 kilos en un día, y si está a 1.20, a 1.50, a veces a ochenta centavos, pues a veces ha habido familias que me dicen: “no, maestro, ora sí nos fue bien, sacamos hasta 8 mil pesos esta semana.” ¡Qué bueno! Y sí, me he dado cuenta, antes solo el capitán tenía carro, al resto lo mandaba en camión. Ahora no, la mayoría mínimo tiene un vocho, tienen su carrito y me sorprenden mucho porque una familia que conocí hace cinco años, cuando llegaron eran muy pobres y tiempo después regresaron con una camionera Lobo, así se fueron de aquí. Para mí ¡qué bueno!, porque siempre han ganado bien, pero han ido cambiando su concepción, y han ido dejando el alcohol, porque la cerveza era lo que les acababa el dinero, así como ahorita hemos visto que hay menos alcoholismo, pero hay más otra visión por dónde gastarse el dinero. Algunos construyen su casita en Guerrero o en Morelos, otros nomás rentan en donde llegan.

Hace nueve años, cuando yo entré, todos llegaban en el camión, asomándose, a ver a dónde llegaban, y todos: córrele al carro y córrele porque nos deja el camión. Y ahora no, ahora sí, que se vaya, “mi papá lleva camioneta de ocho cilindros”, cuando yo apenas mantengo mi carro de cuatro.

Cuando yo entré me imaginaba que iba a seguir siempre igual, como que no se veía ni para cuándo tener un aula como esta, con su persiana, su escritorio, donde dar clases de manera formal como en una escuela regular. Y afortunadamente hace unos tres años nos empezaron a dotar de material, estructura, material didáctico y muchas cosas con qué enseñar a los niños. Le decía a una compañera: mira, valió la pena la espera, porque ha habido momentos en que, de manera particular, yo decía, bueno, no ha habido algo que me motive más. Pero cuando empezaron a dotar televisiones, me dije, no, me voy a aguantar porque es mi vocación estar aquí, aparte de trabajar en las mañanas. Entonces sí, ya veo que hay muchos cambios, pues va a haber más, ya no solo va a ser el albergue de Moreno, de Carrillo, el nuevo de La Mora, que está en perfectísimas condiciones, tiene calentador solar, área de juegos, mejor que las de Moreno, a la mejor ya van a hacer más. Lo único que a mí me gustaría es que, si llegan a construir otro campamento y otro albergue: que esté cerca de la ciudad, porque desafortunadamente el albergue de Moreno y de Carrillo, no sé cuáles fueron las condiciones de construirlas allá, ahorita ya la población las ha acaparado, pero antes había que caminar, no había transporte y como que estaban orillados de la ciudad. Entonces los migrantes lo que buscan es estar dentro de la ciudad, porque así se les facilita ir a la plaza, ellos son bien placeros.

Fotografías de semanario Rumbos http://rumbossemanario.blogspot.com



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