martes, 12 de abril de 2011

Historia de vida


Entre las diversas formas de hacer una entrevista a personas de edad avanzada, la más socorrida por la Antropología Social es la denominada “historia de vida”, que en México el maestro Ricardo Pozas estableció metodológicamente en la década de los treinta con su clásico Juan Pérez Jolote. La historia de vida se significa por ser un relato cerrado que inicia con el nacimiento o la niñez del entrevistado y termina con su actualidad. Es muy útil como unidad, pues nos muestra, en secuencia cronológica, los paulatinos cambios de nuestro personaje que también son los cambios de su ciudad, de su comunidad y de la mentalidad del ser humano en el transcurso del tiempo. Sin embargo, cuando se reúnen decenas de historias de vida de un mismo lugar, con edades iguales, tienen como defecto las similitudes de las vidas que han transcurrido en un mismo escenario político, social y cultural que las hace parecerse demasiado. Es decir, suelen resultar colecciones repetitivas, lo que en ningún momento les quita su interés antropológico, pero sí su interés literario y argumental.


1 “Yo nací en Cuetzalan, pero me crié en el municipio de Tetela, en un lugar que se llama Tepucuilco, ahí me crié. Mi padre era campesino, mi madre, pues, en el trabajo doméstico. Fuimos ocho hermanos y yo fui el primero. Resulta que ahí fuimos creciendo poco a poco.” (Mtro. Antonio Galaviz)


2 “Nací en Tehuacán, estado de Puebla. Mi vida era muy modesta y ahora sí. En 1907 cuando ya se gestaba la Revolución, que estalló en 1910, usted lo sabe. Mis padres eran Eusebio Hernández López, Crecenciana Castillo Muñoz. Modestamente era trabajador de construcción de casas, era albañil. Mi madre hacía los quehaceres del hogar.” (Mtro. Eusebio Hernández)


3 “Nací en el pueblecito de Huehuetecacíngo en el estado de Guerrero, al noroeste de Huamuxtitlán, capital del distrito de Zaragoza. Nací el 24 de febrero de 1910. Mi padre se levantó en armas el 8 de octubre de ese año, mucho antes de lo que ocurriera aquí en Puebla con los hermanos Serdán.” (Mtro. Matías Acevedo)


Cuando hice el libro sobre maestros poblanos este detalle cobró al lector el impuesto de las semejanzas personales. Los maestros poblanos de principios del siglo XX, con sus matices, provenían de un origen común, campirano, y sus familias campesinas, en el conjunto final, resultaron ser muy parecidas. Hay ahí un valor esencial para el estudio de los maestros de nuestra entidad, pero el lector de ese libro pagó las consecuencias de esa similitud, pues los relatos resultaron algo repetitivos. Pero no ocurrió lo mismo con el libro de ancianos de la ciudad de Puebla, que era más diverso que los maestros. Aquí, las historias de vida de una veintena de viejitos se distinguían por la variedad de caracteres reunidos en las entrevistas. Del talabartero a la aristócrata, el artesano y el licenciado, la diferencia de visiones justificó el método de la historia de vida, pues en ellas los ancianos cuentan desde que nacieron hasta hoy, en orden cronológico.


1 “Yo nací aquí en Puebla hace 69 años, mi niñez fue muy bonita como creo que ha sido la de todos, me gustaba mucho desde chico ganar mis centavos, digo, no me da pena, nosotros nos criamos en una zona de tolerancia, pero en aquel entonces como que era uno muy inocente. Tenía uno que convivir con las prostitutas –le estoy hablando la verdad ¿no?-, pero era muy bonita nuestra vida, nuestra niñez. (Don Manuel Paredes Cepeda)


2 “Yo nací aquí en la ciudad de Puebla, en la calle de San Martín número 8, o sea, actualmente la calle 5 de Mayo número 208, entre la 2 y la 4 Oriente. Mis padres, Luis Gonzaga Brito Roldán y Virginia Velázquez Fernández, los dos poblanos, nacidos en Puebla ambos y de familias poblanas, ya que mi abuela paterna, doña Felicitas Roldán de Brito, vino de México y mi abuelo, Pedro Brito Herrera, nació aquí en Puebla.” (Don Juan Manuel Brito)


3 “Nací el 24 de diciembre de 1924. Imagínense que en esa época no había las facilidades de hoy, aunque hoy se ha deformado por los malos líderes que hay. Pero en esa época, uno nacía, se criaba ahí, servía ahí, y hacia algo no sólo para el patrón, pues acuérdate que en esa época el patrón no tenía todo para él, sino que a los trabajadores también les daba algunas facilidades.” (Delfino Flores Melga)


Entrevistar personas de la tercera edad conlleva una serie de dificultades salvables e insalvables en donde los instrumentos técnicos en ocasiones son la solución: al bajo volumen de sus voces, al deterioro físico, se agregan otros impedimentos de carácter natural y cultural como lagunas mentales, modismos y expresiones en desuso que no siempre es posible comprender o traducir.


Las decisiones metodológicas tienen que ver, más que con los individuos, con el conjunto, si es que se piensa en el lector. A pesar de las características individuales de cada quien, existe un fantasma en este tipo de materiales que es el de la repetición, pues los individuos, hijos de un mismo tiempo, generalmente guardan entre sí una cantidad grande de similitudes. Hay que elegir entre un libro de historias de vida y uno de entrevistas temáticas.


La clave para evitar este fenómeno no tiene que ver con los individuos seleccionados para las entrevistas, sino con la metodología original de esta aventura histórica. Una metodología que tenga más cuidado en los temas antes que en las vivencias individuales, aunque el recuerdo en sí conlleve a la vivencia como el elemento esencial del tema seleccionado.



domingo, 3 de abril de 2011

Deudas infinitas


En Pazmata, en la sierra norte de Puebla, Moisés González me cuenta que clase de vida le dieron los caciques a su papá, que trabajó toda su vida con ellos de peón. Su única opción para mantener a la familia era adquiriendo más deuda, que pagaba con jornadas de catorce horas.


“Cuando mi padre trabajaba con la familia de Juan Francisco Aco, con la que trabajó casi todo su vida, y cuando yo era un pequeño de siete años, nos platicaba que tenía deudas que nunca podría pagar, porque no le alcanzaba lo que le pagaban por su trabajo. A él le pagaban cinco pesos. Y salía muy temprano, desde las cinco de la mañana, y hasta las once de la noche iba entrando con su velita. No podía ni comprar su lámpara debido a que el dinero no le alcanzaba. Trabajaba primero de arriero, andaba jalando un atajo de bestias de ese señor Juan Francisco Aco. Una vez lo pateó una de ellas, una de las mulas de su patrón, y le quebró una costilla, y debió curarse solo, porque no lo ayudaron a que se curara. Tenía una bestia mi jefe y para poder curarse terminó vendiéndola. De la herida, porque le había pateado la bestia del patrón, se curó y volvió a trabajar con él, porque no lo dejaban salir ya que tenía deudas con él. Siguió trabajando en otras cosas con la familia Aco. Estuvo como dependiente de un negocio del señor Juan Francisco Aco. Trabajó en la tienda como despachador unos 25 años.


“Otra vez se cayó. Iba a subir un paquete de manta en una escalera y se resbaló. Mi papá cayó encima de un mostrador de vidrio en donde ponían el pan. Se había cortado feo el brazo. Volvió a caer en cama porque recuerdo que nosotros lo curamos lo poquito que podíamos. Y, de nueva cuenta, no lo ayudaron y no lo curaron los señores Aco. Nosotros nos sentimos mal porque el patrón, a quien entregó toda su vida de trabajo mi papá, jamás lo ayudó cuando se enfermaba. Y pues, todavía, si iba pidiendo algo, el patrón anotaba, iban anotando… pues no podía trabajar. Y nosotros éramos pequeños y no podíamos ayudarle a sostener la familia. Pero un día nos dimos cuenta que ya podíamos trabajar en el campo. Iba yo a estudiar en la primaria, pero no diario iba yo, unos tres días a clases y lo demás a trabajar al campo. De ahí nos dimos cuenta que mi papá tenía una deuda y no podía pagarla. En aquellos tiempos era mucho dinero: 600 pesos. Era el año de 1968. Mi papá dejó de trabajar en el año de 1971. Ya no era mucho dinero. Ya nosotros, pues, habíamos crecido algo, yo tenía como 13 años y mi hermano como 15 años. A esa edad comenzamos a trabajar el campo. Tenía un terrenito como de media hectárea y dijimos: “vamos a sembrar el café”. Y mi padre contestó: “pues vayan, porque yo en este momento no puedo”.


“Ya, sembramos plantación de café y a los tres años hubo producción. Y de ahí pudimos sostener nosotros el gasto que se tenía en la casa. Mi papá seguía trabajando todavía, y así pudo ir abonando en la cuenta. Ya pudo pagar. Pero ya casi no le pagaban, nada más iba abonando, iba abonando de su salario, porque nosotros estábamos sosteniendo ya a la familia que tenía mi jefe. Mi papá, le repito, ganaba cinco pesos y éramos siete los que sostenía. Éramos cinco hijos, más mi papá y mi mamá, siete en total que estábamos en la casa. Y siempre ganó cinco pesos diarios. Ya cuando nosotros comenzamos a trabajar, él fue abonando hasta que pagó la cuenta. Y ya donde no pudo pagar, vendió un terreno para poder cubrir la cuenta. Cayó en cama y ya no pudo, pues. Tuvo que vender un terreno para pagarle totalmente a su patrón y ya no lo siguiera molestando. Su patrón era un cacique de la zona de Huitzilan. Las familias Aco que vienen de Tetela y con ellos es con quien siempre trabajó, casi toda su vida. Y así fue. Como a mi papá le pasó, con varias familias pasó igual, sobre todo con las familias campesinas, más que nada. Ganaban poquito y lo que no alcanzaba lo adquirían a través de préstamos de los patrones, o con la entrega de víveres de los propios patrones. Pero les iban anotando en la cuenta y cuando no podían pagar, les quitaban su terrenito, sus animalitos. Así hacían los caciques de aquellos tiempos. Ellos son los que manejaron y acapararon todos los productos del café. Ellos son los que fijaron precio y todo, pues no había competencia. Ellos eran los que manejaban todo en el pueblo.


"Los caciques, además de que pagaban muy poco a sus trabajadores, cuando éstos necesitaban algo, ellos les prestaban dinero para poder solventar esos gastos. Y en caso de no pagar, les quitaban sus terrenos. Así es como funcionaba todo. Cuando una gente no podía pagar le exigían traer sus papeles y los patrones les decían: “se me queda el terreno”. Y así ha sido. Por eso hicieron mucho terreno los caciques. Las familias Aco tienen bastante terreno. Tienen cerca de 100 ó 200 hectáreas. Y los Aco no son gente de Huitzilan, se hicieron de mucho porque pudieron engañar. Como ellos tenían educación, poca escuela y la gente eran indígenas que no tenían educación, no podían defenderse, por eso se aprovecharon de la gente de acá. Los Aco llegaron de Tetela porque sabían que aquí podían hacer algo. Eran hacendados de esa época. Mi papá trabajó con los Aco porque no había otro lugar en donde trabajar. No había otro recurso y otro patrón que les diera trabajo. Y como ellos ya tenían una tienda grande y las fincas, tenían manera. Además, contaban con tres atajos de mulas. En aquellos tiempos tener atajos de mulas es como si tuvieran tres carros. Ellos son los que acarreaban todo el producto que necesitaba la población. Y por eso estaba trabajando con ellos. Pero ellos se aprovechaban de la gente. No les pagaban bien, los maltrataban, los hacían trabajar no nada más ocho horas, más de ocho horas, casi doce horas.


"Decía que mi padre salía a las cinco de la mañana y entraba a mi casa a las once. Casi no conocía a mi padre cuando era yo pequeño. Cuando despertaba ya no estaba mi padre y cuando llegaba ya estaba yo otra vez dormido. Casi no lo veía. Y ganaba poquito y trabajaba mucho. Y pues, ¿en dónde quejarse? No había en donde quejarse de los malos tratos. Ellos son los que mangonearon la presidencia, ellos son los que mandaban todo. Políticamente ellos son los que hacían y deshacían en el pueblo. Nuestra situación la vivieron cientos de familias. Cientos de familias que sufrieron esta situación. Fueron maltratadas por la gente que estaba al frente en esa época. Y por eso la gente que tenía sus terrenos, pero no podía defenderse, se los fueron quitando. Todas estas familias, incluso mi papá, trabajaron en condiciones de casi esclavitud o esclavitud, porque a mi me platicaban unas gentes, los campesinos que le ayudaban al papá de Adolfo Aco, en la casa bonita, un señor que se llamaba Antonio Aco, que los hacía trabajar en el campo por las mañanas y los obligaba a traer leña por las tardes. Y pues, eso ya era gratis, porque no les pagaba, digamos, extra. “De regreso, que regresen con leña -decían los Aco-, o si no, que traigan piedras”. Y por eso esa familia hizo todo alrededor de la casa bonita un muro de contención de pura piedra. Y ellos no lo hicieron, lo hizo la gente pobre que hicieron trabajar.


"Como ellos eran los que estaban al frente de la presidencia, alguna gente que castigaba, los hacían trabajar en lo de ellos, no que vayan a hacer algo por el bien del pueblo, los hacían trabajar para el bien de la familia Aco. Y así actuaban. Así los maltrataban. Los hacían trabajar mucho. Si una gente cometía algún error, los mandaban a encerrar tres días en la cárcel y tres días tenía que estar trabajando para la familia Aco. Y por eso la gente sabe y conoce la actitud de la gente caciquil. La gente que según se nombra gente de razón.


"Por eso han estado queriendo tener el puesto, el poder; pero la gente no se ha sumado, porque ya saben como son ellos cuando tienen el poder. En aquellos tiempos ellos tenían el poder. Cuando el pueblo aquí se descompuso socialmente, hubo como tipo guerrilla, ellos fueron los culpables porque maltrataban a la gente. Y ellos dieron motivos para que se organizara la gente contra ellos, porque los maltrataban feo. Los encarcelaban, les robaban, les quitaban sus terrenos. Hacían algo muy malo en contra de la gente humilde. Porque sí usted se da cuenta, en Huitzilan la mayoría de nosotros somos indígenas y ellos, como gente de fuera, tenían más estilo de razón, pero terminaron tratando mal a la gente indígena y humilde.”