Palabras pronunciadas por Guillermo Bonfil Batalla en los Pinos, el 10 de agosto de 1988, en la ceremonia de entrega de la "Presea Manuel Gamio. Al mérito indigenista". Las tituló La pluralidad étnica. Pugna por una mayor participación indígena y el impulso de proyectos autogestionados que nunca terminaron por concretarse:
“Al finalizar la década de los sesenta era perceptible en muy diversos países del mundo que los pueblos históricos englobados en los más distintos tipos de estados nacionales comenzaban una nueva forma de lucha política por la reivindicación de sus derechos étnicos. México no fue excepción. Los pueblos indios que habitan el territorio nacional desde épocas que se pierden en la profundidad del pasado, comenzaron a adquirir una nueva visibilidad en la sociedad mexicana: encontraron otras formas de organización para la lucha e iniciaron la elaboración de un discurso político que sonaba más comprensible para los oídos del sector no indio, acostumbrado al silencio que resulta de no querer escuchar y a la incapacidad para ver y reconocer que proviene de no aceptar la existencia legítima del "otro". Nunca estuvieron ausentes, por supuesto; pero ahora los pueblos indios estaban dispuestos a ingresar activamente a la escena política de México, con su propia voz y con su rostro propio.
“Esta irrupción inesperada provocó desconcierto entre quienes se ocupaban o preocupaban por el entonces llamado "problema indígena". Unos negaron la autenticidad de la movilización india; otros la atribuyeron a la acción de fuerzas oscuras, ajenas a los pueblos indios; algunos más le pretendieron restar importancia y significación, o, peor aún, le atribuyeron signo negativo frente a las que consideraban las mejores causas del país.
Hoy, a veinte años de distancia, es innegable que lo que se gestaba entonces era una nueva etapa de la ancestral lucha india que propone ahora un modelo de sociedad plural, que sea explícitamente reconocido por el Estado, y que exige la eliminación de las desigualdades con la misma firmeza con que demanda el respeto a las diferencias. Quiero entender el que se me otorgue en esta ocasión la "Presea Manuel Gamio", no como un reconocimiento a méritos individuales, discutibles y ciertamente insuficientes, sino como el reconocimiento a un grupo de antropólogos y colegas de otras disciplinas que decidimos desde entonces apostar por esa carta y hemos tratado de ser consecuentes con esa opción. No cabe aquí nombrarlos a todos; pero no puedo dejar de mencionar en esta ocasión a Salomón Nahmad, a quien considero un indigenista ejemplar y un defensor permanente de las mejores causas indias.
“El proyecto de construir una sociedad que reconozca la pluralidad étnica como dimensión fundamental para la organización del Estado y como potencial y riqueza igualmente fundamentales para la edificación de un futuro mejor, es una idea que ha adquirido en estos años plena legitimidad. Usted, señor Presidente, señaló durante su campaña electoral: "no hay enfrentamiento entre pluralismo social y cultural y unidad nacional. La historia demuestra que los centralismos no cohesionan, sino disgregan. La fuerza de nuestra unidad debe seguir siendo la riqueza de nuestra diversidad". Más adelante afirmó usted, con toda claridad, que requerimos "principios y mecanismos que reconozcan una verdadera federación de nacionalidades dentro de la nacionalidad mexicana". Con estos pronunciamientos quedó francamente abierta la puerta para que la política indigenista gubernamental se pudiera orientar en un sentido diferente, cuya característica principal sería una mayor participación india y el impulso a proyectos autogestionados.
“En el umbral del tercer milenio los mexicanos enfrentamos graves desafíos que adquieren carácter perentorio. Me atrevo a afirmar que el principal de ellos es el de redefinir nuestro proyecto nacional. Tres metas podrían unificar a la inmensa mayoría de los mexicanos y, en consecuencia, constituirse en los ejes para diseñar el nuevo proyecto de nación que queremos construir: deseamos una sociedad más democrática, que significa mayor participación de todos en las decisiones que a todos conciernen y formas de convivencia que descansen en el respeto absoluto a los derechos individuales y colectivos; deseamos una sociedad más justa, en la que las oportunidades y la riqueza social se distribuyan de manera equitativa; y deseamos una sociedad más feliz, si entendemos por felicidad la convicción de que tenemos la posibilidad de realizar plenamente nuestras potencialidades individuales y colectivas.
“Los tres objetivos están íntimamente ligados y pueden entenderse, de hecho, como facetas de un mismo modelo de sociedad que en lo político sea democrática; en lo económico, justa, y en esa dimensión subjetiva que es componente indispensable de la vida social, sea feliz. En mi opinión, para encauzar a la sociedad mexicana por un camino que nos acerque a estas tres metas, la cuestión del pluralismo étnico debe colocarse como un problema central cuya solución satisfactoria es indispensable y crucial. Las propias nociones de justicia, democracia y felicidad adquieren un sentido histórico preciso cuando se definen para una sociedad étnicamente plural, como la nuestra.
“En el terreno de la democracia, por ejemplo, el reconocimiento del pluralismo étnico requiere mucho más que el respeto al sufragio. Se trata, ante todo, de admitir que los pueblos indios de México son entidades políticas que deben ser reconocidas jurídicamente como integrantes del Estado nacional. Este reconocimiento es un paso inevitable en cualquier proyecto democrático, porque es un requisito para que los pueblos indios ejerzan el derecho a conducir sus propios asuntos internos y desarrollar su cultura propia. La afirmación de la autonomía interna es una condición necesaria, aunque no suficiente, para restituir a los pueblos indios la libertad de conducir su propio destino, que les fue arrebatada desde la invasión europea y les ha sido negada en el México independiente, y para crear las condiciones que hagan posible su auténtica participación ciudadana, que no puede darse al margen de su cultura propia. No cabe imaginar un México democrático sin que se respeten por ley y en la práctica los derechos colectivos de los pueblos indios y esto exige su reconocimiento como entidades políticas constitutivas del Estado.
“En el campo de la justicia social se plantea una doble demanda. La primera deriva del hecho de que los pueblos indios ocupan, sean cuales sean los indicadores que se empleen para el diagnóstico, el escalón más bajo de la sociedad mexicana. Son el sector de nuestra población más empobrecido y presentan los índices de carencias más intolerablemente altos. En el reparto de la riqueza y de las oportunidades sociales la diferencia es escandalosamente abismal entre los pueblos indios y los grupos más favorecidos del país. La demanda de justicia económica es inaplazable, como lo es la de la justicia a secas, porque muchas normas y procedimientos para impartirla no tienen vigencia real en la vida cotidiana de las regiones indias. Hay, pues, el imperativo de un trato justo hacia los pueblos indios, que implica la supresión de las muchas formas en que se les explota, se les discrimina y se les margina. Pero hay otra demanda complementaria, que remite claramente al derecho a la diferencia cultural: además de tener un acceso justo a las oportunidades y los bienes que ofrece y posee la sociedad mexicana, los pueblos indios reclaman mayores oportunidades y posibilidades en el marco de su propia cultura: se trata de poder estudiar biología en la universidad, pero también de que existan las condiciones para desarrollar los conocimientos sobre la naturaleza que forman parte de la propia tradición cultural india; se trata de poder adquirir dominio sobre nuevas tecnologías, pero también de crear otras a partir de las que se poseen como legado histórico. Sólo por esta doble vía puede alcanzarse una relación justa con los pueblos indios, sin caer en el error de confundir desigualdad con diferencia: se trata de eliminar la desigualdad al mismo tiempo que se defiende el derecho a la diferencia.
“La última meta, la que aquí he mencionado con un término difícil de definir con precisión pero que, sin embargo, alude a una aspiración real y profunda, es la de construir una sociedad más feliz. No me meteré en honduras filosóficas; pienso, simplemente, en una sociedad organizada de tal forma que sus miembros puedan realizar sus capacidades en un marco de relativa armonía entre sus aspiraciones y las posibilidades que ofrece la sociedad. Y llegamos de nuevo al pluralismo, a la diversidad cultural, a la existencia de horizontes civilizatorios distintos en el seno de la sociedad mexicana, que son el sustento profundo de maneras diferentes de entender la vida y, por tanto, de construir los proyectos individuales y colectivos para vivirla con plenitud. Nadie piensa, nadie crea ni actúa a partir de la nada, de un inimaginable punto cero; todos lo hacemos a partir de un bagaje de normas, significados, creencias, hábitos y sentimientos que han sido conformados en una particular visión del mundo, en una cultura. El respeto a la diferencia cultural es también, entonces, condición para la vida con plenitud.
“Al agradecer la alta distinción que se me confiere al
otorgarme la "Presea Manuel Gamio", quiero reiterar mi convicción de
que la democracia, la justicia y la felicidad entre los mexicanos sólo serán
una realidad sólida en la medida en que el nuevo proyecto nacional que nuestro
país requiere incluya como un punto central el respeto a los pueblos indios y
la atención impostergable a sus legítimas demandas.
Muchas Gracias.”
México, D.F. a 10 de agosto de 1988.
Foto: Ichan Tecólotl/Ciesas
Nexos, Cabos sueltos, noviembre, 1988