La
respuesta oficial a las críticas de los Magníficos en De eso que llaman antropología mexicana, donde señalaban el fracaso
del indigenismo, fue una estrategia que entonces era común llamar “la ley del
hielo”; una calculada indiferencia que finalmente se concretó en despidos,
sabotajes y posteriormente en tentadoras ofertas de trabajo por parte del
poder. Hubo, sin embargo, una voz que se alzó de entre el sabotaje y el disimulo
oficial, la de un viejo indigenista que se puso el saco de las críticas y con
mucha razón, pues era y es uno de los estrategas principales del Indigenismo aplicado,
que implementó los Centros Coordinadores en todo el país y que ya para entonces
había sido Subdirector del Instituto Nacional Indigenista (INI), Rector de la Universidad Veracruzana,
Diputado Federal priísta, Director del Instituto Indigenista Interamericano y
Subsecretario de Cultura Popular, además de sus profesiones de médico y
antropólogo, que un año después sería director del propio INI (1971-72), quizás
como resultado de lo mismo. Era el Dr. Gonzalo Aguirre Beltrán, que a lo largo
de su vida anduvo con la espada desenvainada, la única voz autorizada que tuvo
el valor civil de enfrentar los embates de los llamados antropólogos críticos.
“Lo creo indispensable porque de callar o aceptarlas me vería en la incómoda
postura en que se halla todo aquel que se sienta en el banquillo de los
acusados”, afirmó. (Aguirre Beltrán, 1970:71)
Lo
que se deja entrever a la distancia cronológica en aquella discusión que se
establece entre revistas especializadas y libelos de circulación limitada, es
una suerte de diálogo de sordos, pues para los jóvenes antropólogos de la ENAH Aguirre representa al
ejecutor de una política colonialista que sólo procura la expansión del
capitalismo, mientras que para el veterano antropólogo los jóvenes son unos
románticos anarquistas a quienes unifica la militancia marxista y la ignorancia.
Todos hablan sin pelos en la lengua y, por lo menos el doctor Aguirre, se tomó
el trabajo de leer las reflexiones de los críticos, cuya diferencia más notable
con los de generaciones anteriores, entre otras la de él, “es que nosotros los
leemos con constancia y paciencia, mientras ellos nos ignoran.” (Aguirre Beltrán, 1970:104)
En
el Anuario Indigenista (Vol. XXX) de 1970, Aguirre Beltrán dice que “un grupo
destacado de antropólogos mexicanos ha tomado para sí la tarea de constituirse
en severos censores de la ciencia antropológica, particularmente de la aplicada”
refiriéndose al libro De eso que llaman
antropología mexicana. (Aguirre Beltrán, 1970:66) Comienza considerando el
título “intencionadamente desdeñoso” y habla de un apasionamiento desbordado “que
les hace negar los logros de la antropología y del indigenismo mexicano”. (Aguirre
Beltrán, 1970:101) En su diatriba, sin embargo, habla sólo del ensayo de
Margarita Nolasco. No discute por ejemplo los argumentos de Arturo Warman, para
quien Gamio sintetizó en su proposición todas las corrientes del indigenismo
porfiriano: la racista, la culturalista, la educativa y la economicista. Y
entonces la antropología se encadenó voluntariamente al servicio del poder,
sentando las bases para que el maridaje deviniera en concubinato, todo unificado "por un solo conjunto conceptual que es el de la antropología aplicada a las
tareas de gobierno”, sostuvo Arturo Warman.
Tampoco discute Aguirre Beltrán los argumentos de Guillermo Bonfil
Batalla en aquel libelo que critica sobre que las ideas fundamentales del
indigenismo -la asimilación- se mantienen en los años setenta. El ideal de redención del indio
se traduce en la negación del indio, dice Bonfil. La meta del indigenismo consiste
en la desaparición del indio, una
asimilación total del indígena, una pérdida de su identidad étnica, una
incorporación absoluta a los sistemas sociales y culturales del sector mestizo
mexicano, cuya valoración se mantiene en la ideología oficial orondamente hasta
hoy. argumentó el autor de Una civilización
negada.
Por otra parte, no era en 1967 una ofensiva novedosa en Aguirre Beltrán, enfrentó a sus críticos en el Congreso del Instituto Indigenista Interamericano en Guelatao, Oaxaca
de 1967, cuando en su calidad de director del Instituto dijo que toda la
“algarabía” suscitada por esas críticas se refiere a un “anhelo romántico” de
mantener al indio en sus actuales condiciones, idealizando su trabajo, sus
formas económicas de trabajo comunal, su arte y algunos aspectos de sus
culturas, derivado de “una profunda ignorancia de los principios, instrumentos
y metas de la política indigenista tal y como fueron formulados por las
naciones americanas en el Congreso de Pátzcuaro. (Aguirre Beltrán, 1967:22)
Ahora
volvía por sus fueros a enfrentar a los nuevos críticos que lo ponían “al
servicio de una ideología y una praxis de orientación capitalista” y que, se
queja el doctor, los profesionales del indigenismo, consciente o
inconscientemente, se hallan al servicio de la oligarquía en el poder y
contribuyen, quiéranlo o no, a la
manipulación de las poblaciones indígenas y de las marginadas, elaborando
técnicas más efectivas de control.” (Aguirre Beltrán, 1970:67)
En
su alegato de 1970 el doctor Aguirre Beltrán afirma que los antropólogos
críticos “en contra de lo reiteradamente afirmado por Gamio, Mendizábal y
Sáenz”, insisten en que el Indigenismo ha sido siempre una antropología
colonialista (Margarita Nolasco), pero que mientras no tengan forma de
comprobar semejante conjetura, “es científicamente inaceptable la utilización
de una hipótesis que tiene todas las características de un dogma.” (Aguirre
Beltrán, 1970:116)
El
diálogo de sordos a que aludo rescata un poco la situación de Gonzalo Aguirre
Beltrán al enfrentarse en solitario a una ofensiva más o menos belicosa de los
críticos que lo llaman manipulador de indios, chofer de trasnacionales y lo más
doloroso: fracasado. No era, desde luego, una defensa cómoda, pero Aguirre
Beltrán, muy en su estilo, elige la estrategia del enfrentamiento y utiliza, en
“su lenguaje rebuscado y árido”, a decir de Andrés Medina, pero sobre todo
irónico, el estilo de su defensa. Ellos afirman, dice, que deben abandonarse
las formas corrientes de investigación “para que todo el esfuerzo y la atención
se encausen al cambio social revolucionario que se presume está a la vuelta de
la esquina.” (Aguirre Beltrán, 1970:67)
Repitió
la metáfora del banquillo de los acusados para expresar su indisposición a
escuchar “una y otra vez los gastados clichés” que describían a los
antropólogos políticos “como simples testaferros de la oligarquía en el poder y
a los antropólogos científicos como héroes revolucionarios que fulminan contra
la injusticia de la sociedad.” (Aguirre Beltrán, 1970:81) Y más que nada se
sentía traicionado, pues, aduce, Julio de la Fuente y él habían sido quienes llevaron a los
antropólogos a los institutos indigenistas en 1947, “asignándoles un estatus y
un salario semejante al de cualquier otro profesional. Esto hizo y hace
sumamente visibles a los antropólogos indigenistas.” (Aguirre Beltrán, 1970:103)
El centro coordinador viene patrocinando un proyecto de desagüe del
valle de San Cristóbal y el aprovechamiento de esta obra en la producción de
energía eléctrica abundante y costeable para la transformación de las
artesanías y gremios coloniales en sindicatos y fabricas modernos que abaraten
la producción y den origen a la clase obrera que será el factor que rompa el
sistema de castas imperante. (…) Cae por su propio peso la acusación que Margarita
Nolasco formula a la acción indigenista cuando dice: “¡pero esto es exactamente
lo que no se hace! No se cambian tales mecanismos, sino que se disfraza la
situación con un indigenismo que actúa únicamente sobre la cultura indígena, no
sobre las causas del conflicto”. Erróneo, completamente erróneo. La acción
indigenista, según se habrá advertido no actúa únicamente sobre la cultura,
sino especialmente sobre la estructura, como con toda precisión lo manifiestas
las funciones asignadas al centro coordinador.
(Aguirre Beltrán, 1970:119)
Los
antropólogos críticos tiemblan de horror con sólo imaginar la proletarización
del indio mexicano, aduce Aguirre Beltrán, protestan con violencia contra la
asimilación y piden autodeterminación política y autonomía cultural; defienden
una dispersión de minúsculas naciones, cada una con su economía, cultura,
lengua e identidad étnica particulares, federadas en un estado multinacional. “No
toman en cuenta que la sociedad envolvente, abrumadoramente mayoritaria y
económica y culturalmente más avanzada, por su propio dinamismo, necesariamente
se entrometerá y destruirá los estados corpusculares, staus in stau.” (Aguirre Beltrán, 1975:219-220)
Y
los arenga al estilo de un político avezado: “Reflexionen, pues, los
antropólogos comprometidos y digan si para el indio quieren una vuelta
imposible y romántica a un pasado sin salida o los riesgos que implica seguir
los pasos que traza la evolución de la humanidad.” (Aguirre Beltrán, 1975:216)
¿Cuál civilización?, gritó Lombardo Toledano, ¿qué es lo que les estamos
ofreciendo a los indígenas a cambio de dejar de ser lo que son?
Pero
Aguirre ya estaba encarrerado. Presto a una defensa más pugilística que
intelectual se engalló para responder a “los apóstoles del retorno al estado de
naturaleza” a quitarse la máscara de justicieros y asumir la grave confusión de
su postura de ultraizquierda, su romántica oposición al sistema, “la
magnilocuente defensa de minorías oprimidas y porque el uso inmoral que hacen
de indígenas profesionales les otorga
ante el público ígnaro la imagen de adalides de una causa justa.” (Aguirre
Beltrán, 1975:220)
En
síntesis, los marxistas y los relativistas culturales nunca pudieron
comprender, según Aguirre Beltrán, las dinámicas y las virtudes del
indigenismo. Y ciertamente, al propalar el pluralismo cultural donde todos
deben seguir siendo lo que han sido, donde las comunidades conserven su
idoneidad y las cualidades que le son propias,
… esteriliza la acción indigenista, ya que le resta los cimientos
mismos en los que funda su intervención, como movimiento que se propone
modificar una situación indeseable. En efecto, si las culturas indias no
representan sobrevivencias en la secuencia evolutiva, sino productos acabados
de líneas evolutivas diferentes, no hay para qué procurar su modernización,
puesto que son culturas modernas aunque distintas de la moderna occidental. (Aguirre
Beltrán, 1975:230)
La
tesis del relativismo cultural, de acuerdo a don Gonzalo, es una variante
moderna y sutil de la teoría del buen salvaje, del estado de naturaleza que
idealiza un pasado mítico, que “reifica” (¿deifica?) una formación económica y
social de carácter idílico que solo ha existido en la imaginación de quienes la
postulan. (Aguirre Beltrán, 1975:231) ¿Cuál era, pues, el Indigenismo de
Gonzalo Aguirre Beltrán?
Las
numerosas explicaciones del indigenismo de Aguirre Beltrán no dejan dudas de su
emparejamiento y coincidencia con el indigenismo oficial del estado mexicano,
ya que punto por punto, durante un largo periodo, fueron una y la misma cosa.
La cruzada educativa y aplanadora del profesor Rafael Ramírez, que entre otras
cosas impuso a la fuerza el idioma castellano, para Aguirre fue una
“redistribución del conocimiento”.
“El
noble propósito de lograr una lengua común para los mexicanos y un denominador
cultural, también común, que permitiera la participación general en la
consecución del progreso, se quiso alcanzar mediante la destrucción del habla y
las formas de vida de las comunidades originalmente americanas.” (Aguirre Beltrán, 1975:229) Y ya,
hablando de noblezas, el INI, a quienes el centro, la derecha, la izquierda “y
otros vientos” no comprenden “o no quieren comprender”, tuvo en realidad como
función productiva “fundar modelos de acción y hacer que sean acogidos por los
organismos especializados del gobierno para su generalización.” (Aguirre
Beltrán, 1974:199)
El
meollo de esta política era la de volver obreros a los indígenas mexicanos,
pues en esta lógica desarrollista o “filosofía de la incorporación del indio a
la civilización”,
“… el paso de casta a clase que postula el indigenismo, no se opone,
sino se conforma, con la tendencia general a la integración que se advierte en
los más diversos grupos étnicos del país, como evidente consecuencia de la
política indigenista general de los regímenes revolucionarios, cuya acción,
vial, educativa, sanitaria, agraria y de otros órdenes incide en el desarrollo
económico y social de la regiones de refugio, modificando su aislamiento y
dependencia. (Aguirre Beltrán, 1974:210-211)
Así
lo expresó una y otra vez a partir de su obra fundacional Regiones de Refugio de 1967, cuando explicó las presiones políticas
y económicas que obligaron a los indios mexicanos a refugiarse en selvas,
desiertos e inextricables sierras que se convirtieron en su refugio, satélites
de relaciones asimétricas con las ciudades dominantes que se propuso liberar a
través de su indigenismo, trasladándolos de su condición de castas a una de
clase. Obrera, por supuesto.
En mi obra Regiones de Refugio,
en otras más y en cuanta ocasión he tenido oportunidad de expresar mi postura
en lo que hace a la política indigenista, he sostenido la necesidad de acelerar
el proceso de pase del indio de la condición de casta en que se encuentra a una
de clase. En total acuerdo con Gamio, y en esa circunstancia con su orientación
positiva, sostengo que la manera lógica de lograr la modificación de la
realidad no es oponiéndose a las leyes que regulan la sociedad, sino por el contrario,
mediante su aprovechamiento para encauzar el proceso de cambio por canales
socialmente productivos. (…) el ejemplo más claro de los resultados de este
proceso de integración, lo da el istmo de Tehuantepec, donde los zapotecas se
han integrado en las industrias petrolera, química y del cemento, sin perder su
lengua ni gran suma de sus características culturales, entre ellas algunas muy
vistosas, que contribuyen a dar cohesión al grupo. (…) El zapoteca ha pasado a
formar parte del proletariado sin perder su identidad étnica, de inmediato. (Aguirre
Beltrán, 1974:210)
La
única forma de tener una nacionalidad es mediante la dominación de un grupo
sobre los demás, y está de más aclarar que en México ese grupo es el de los
mestizos; “se produce, consecuentemente, la pérdida de las particularidades
culturales de los distintos grupos a favor de una cultura de índole general que
hace posible la emergencia de un espíritu nacional. (Aguirre Beltrán, 1970:76-77)
Y
entre espíritus y noblezas el doctor Aguirre Beltrán afirma que la integración
del indio a la “cultura nacional” permitirá su participación “en la
redistribución de la tierra, del conocimiento, de la salud, de la imposición
fiscal, del poder y el estatus.” (Aguirre Beltrán, 1970:80), puesto que “el
simple hecho de que los indios ingresen en la clase proletaria, los coloca en
una posición de lucha que ofrece expectativas venturosas.” (Aguirre Beltrán,
1970:108)
Dicho
de manera más clara, si eso es posible, los indígenas deben cambiar sus
culturas para acomodarse en el progreso, pues su condición “es insostenible en
el seno de una sociedad clasista, de tipo capitalista liberal, que postula como
una de sus metas sustantivas la igualdad de oportunidades para todos quienes
viven en el ámbito del territorio nacional”, quienes no participan en el juego
de la población más avanzada “deben cambiar para acomodarse a los niveles de
desarrollo alcanzados por éste. Los grupos de población que se rezagan –y este
es el caso de los indios y ladinos que conviven en la regiones de refugio- son
empujados coercitivamente al progreso por el grupo mayoritario dirigente.” (Aguirre
Beltrán, 1970:117) A empujones, pues.
El
Indigenismo no era una política para quedar bien con nadie, sino una estrategia
para la consumación de un éxito capitalista de aquellos que ya tenían la sartén
por el mango, “no es, pues, el producto de un consenso sino de un conflicto de
intereses y valores que pugnan por prevalecer. (Aguirre Beltrán, 1970:70)
La política general y la indigenista particular, no se genera al libre
arbitrio de una persona o un organismo que imponga su opinión; son conformadas
por el conflicto permanente entre puntos de vista que tienden a prevalecer y
que se actualizan en muy distintos segmentos del cuerpo gubernamental. (Aguirre
Beltrán, 1974:198)
Es
entonces que el doctor Aguirre Beltrán, en aquel incómodo Encuentro sobre
Indigenismo en México organizado por Ángel Palerm en 1970, proclama la victoria
del Indigenismo y exhibe el error de quienes gritaban ruidosamente su fracaso.
Luego de decir que el censo de esa década arrojaba el dato de un 99% de
población mexicana era cristiana, pregunta con vulgar ironía: “¿Dónde está,
pues, el fracaso del integracionismo en su tarea de cristianizar a los indios?”
(Aguirre Beltrán, 1970:73) Me quedé helado al leer esa frase, en el Siglo XX
nunca fue la cristianización una meta del Indigenismo; pero el doctor lanzó
otra pulla por el estilo: “El censo de 1970 nos dirá si es un 6 o un 8% lo que
queda de la antigua población mayoritaria. ¿Dónde está, pues, el fracaso del
integracionismo en su tarea de mexicanización?” (Aguirre Beltrán, 1970:75)
“La
posición integracionista supone, se dice, la desaparición del indio. Esta
observación, más que una crítica, constituye la reiteración obvia de lo que el
propio Aguirre afirma”, observó el doctor Ángel Palerm, poniendo los puntos
sobre unas íes innecesarias. Ese fue el Indigenismo. (Palerm, 1976:15)
Al
revisar la obra indigenista de Aguirre Beltrán salta a la vista una cantidad de
contradicciones entre la práctica que diseñó y ayudó a consolidar en los Centros
Coordinadores y los afanes demagógicos por explicar lo que se estaba haciendo
ahí, muy propio del sistema político que le tocó vivir, el del monolítico PRI.
Tenía claro, como los intelectuales “decimonos” que tan bien estudió, que “el
mestizo es el factor de unidad por medio del cual los países latinoamericanos
pretenden alcanzar la meta que se han propuesto: el estado monoétnico” (Aguirre
Beltrán, 1969:57); que en palabras profanas los antropólogos críticos
interpretaron como “desaparecer al indígena”, puesto que el fin era
“monoetnitizar” a estos países, y así lo repite Aguirre a las menor
provocación: “La política indigenista de carácter económico social, destinada
al desarrollo e integración de los grupos étnicos nativos.” (Aguirre Beltrán,
1969:53), pero en otra parte afirma que “la valoración positiva (del
indigenismo) tuvo como finalidad eminente darle al mestizo una raíz india en el
pasado y un asidero en el presente que le sirvieran para afirmar su propia
identidad.” (Aguirre Beltrán, 1969:60) Es decir, pongámonos de acuerdo doctor
Aguirre, primero dice que los indígenas deben convertirse en mexicanos, y luego
hace afirmaciones como esta: “Soy de los que sostienen la realidad de las
culturas indias y la necesidad de su preservación, como arbitrio para
enriquecer la identidad y la cultura nacionales.” (Aguirre Beltrán, 1970:81)
A diferencia de los Estados Unidos de América, Argentina y otros países americanos que
escogieron los rasgos de la cultura occidental para configurar su propio genio,
México eligió la personalidad y los valores indios como símbolos de la
identidad nacional; se ha encausado, además, todo el pasado precolombino y el
Museo Nacional de Antropología lo presenta ante propios y extraños como las
raíces mismas de la nacionalidad. (Aguirre Beltrán, 1970:77)
Los
indios muertos que nos llenan de orgullo, como dilucidó el periodista Fernando
Benítez, frente a los vivos que nos hacen enrojecer de vergüenza. En varios
luminosos momentos de su vida Aguirre Beltrán, interpreto ahora leyendo sus
escritos, tiene serias dudas en si el Indigenismo que aplicó y defendió por
tanto tiempo era en realidad una tesis defendible en el humanismo que
indudablemente también cultivó. “Su originalidad científica, su participación
política, su inmensa y diversa acción educativa, editorial y organizativa,
conjugadas con su probada honestidad intelectual, lo destacan como un tenaz
constructor de la antropología mexicana contemporánea”, observó Andrés Medina en
postrero homenaje a su antiguo rival (Medina, 1996, 71) Aguirre, pues, fue
testigo de la monstruosidad de las ciudades después de los años sesenta, del
hacinamiento y la miseria trasladada a cordones urbanos desde las sierras
mexicanas como reflejo de una pésima planeación económica y el fracaso
inherente de los planes de desarrollo y progreso como el que prometía el Indigenismo.
Fue entonces que tuvo reflexiones dubitativas como esta:
La atracción que ejercen los polos de desarrollo industrial y el movimiento
migratorio que avienta a los indígenas a los cinturones de miseria de las urbes
latinoamericanas exige un replanteamiento valeroso de la política indigenista
que hoy tiene su clientela urgida de asistencia más en la ciudad que en el
campo. (Aguirre Beltrán, 1969:62-63)
En
efecto, el Indigenismo merecía entonces una revisión, pues “cuando el
indigenismo cae en manos indoctas y se produce una tajante separación entre la
investigación y la acción, deja de ser ciencia aplicada y se convierte en
“ideologías a guisa de ciencia”, para usar las palabras de Frank, o en “algo
que podamos llamar el uso ideológico de la ciencia”, para seguir a (Andrés)
Medina.” (Aguirre Beltrán, 1974:199-200) Por increíble que parezca, terminó
citando las palabras de sus críticos.
Pero
¿qué pasa si en verdad los indígenas no quieren dejar de ser indígenas?, se
interrogó el doctor Aguirre. Habría que replantear la teoría o crear otra que
se ajustara a una nueva mentalidad que hiciera posible imaginar una
nacionalidad compuesta por distintas y numerosas naciones.
Cada vez es más audible el deseo manifiesto que expresan algunos de
esos grupos (étnicos) de permanecer indios y será necesario construir la teoría
y la práctica que les permita conservar su propia identidad étnica al tiempo
que sus miembros gocen de los derechos, las obligaciones y las lealtades de una
membresía más amplia. Lo anterior no implica ni propone la adopción de una
política de pequeñas nacionalidades conforme al modelo europeo; la situación es
otra, según se habrá advertido, y esa situación diversa exige la construcción
de un modelo distinto que, como un desafío, se plantea el pensamiento
antropológico. (Aguirre Beltrán, 1969:63)
Un
desafío a la altura del vigor mental de un hombre de la inteligencia de Gonzalo
Aguirre Beltrán, que terminó por reconocer “algo” en las modificables etnias
mexicanas en un ensayo publicado en América Indígena en 1975, donde hace una
clara defensa de la singularidad e identidad indígena reconocible en su lengua
materna:
Si algo permanece auténticamente indio en esas regiones, ese algo son
las lenguas vernáculas; cuando éstas desaparecen la identidad india pierde sus
símbolos más representativos. No tenemos por qué preservar los remanentes
coloniales que contribuyen a formar una conciencia de subordinación, pero sí
podemos y debemos conservar, muy especialmente, los idiomas nativos que son los
sistemas simbólicos en que se expresan los valores que dan sentido,
significados, a los modelos propios de vida. (Aguirre Beltrán, 1975:231)
Sin
palabras.
Finalmente,
sobre el doctor Gonzalo Aguirre Beltrán, destaca su opinión y su posición por
la figura de Miguel Othón de Mendizábal, santón laico de este blog, que explica
mucho sobre su ausencia en la famosa “lista” de antropólogos mexicanos destacados,
elaborada por la UNAM*
y, sobre todo, la total ausencia de interés por publicar alguno de sus
numerosos ensayos.
Miguel
Othón de Mendizábal representa una imagen incómoda para el doctor Aguirre
Beltrán. A pesar de decir que es el primero “en aceptar los méritos” de MOM, es
claro que el personaje no le simpatiza y que fue él uno de los principales
obstáculos para que la obra de Mendizábal no se reeditara, puesto que sus obras
completas (publicadas por única vez por los amigos de su viuda en 1947) “se
encuentran disponibles en las bibliotecas especializadas del país”. La
incomodidad de Mendizábal radica en que Aguirre Beltrán no entiende las razones
de su popularidad entre los antropólogos críticos de la ENAH en los años sesenta y
setenta, que inclusive tuvieron un grupo de estudio con su nombre: “me parece
del todo condenable que se construya una imagen falsa de su contribución a la
antropología mexicana por simples razones ideológicas” (…) “De otra manera no
puede explicarse que lo que (Andrés Medina y Marcela Lagarde) aprueban en
Mendizábal lo condenen cuando yo lo expongo y que me atribuyan la intención de
buscar el fortalecimiento del sistema capitalista.” (Aguirre Beltrán, 1974:212)
Mendizábal
sirvió al régimen de Victoriano Huerta y por esa causa fue desterrado, sostiene
Aguirre, pero no dice que siendo empleado de Fomento con Andrés Molina Enríquez
se opuso al régimen de Díaz y al de Madero sucesivamente, que estuvo “en lo de la Ciudadela” y que fue
signatario del Plan de Ayala, según lo consignó Federico Gamboa en Mi diario publicado en 1960. También se
sabe que Mendizábal dirigió el Departamento Autónomo Indígena, pero Aguirre no
lo reconoce: “Fue compañero de Moisés Sáenz, mas no funcionario indigenista. Se
radicalizó durante la década de los treinta, pero al igual de Cárdenas –que
tampoco era santo de la devoción de Aguirre-, jamás abjuró de su profundo
nacionalismo.” (Aguirre Beltrán, 1974:191)
Para
Aguirre Beltrán, Mendizábal tuvo poco qué decir del indigenismo que intentó
ayudar a configurar, de acuerdo a las evidencias de mis investigaciones, “su
contribución valiosa a la antropología mexicana reside en su proclividad
histórico-geográfica que lo hizo ser innovador en las ideas difusionistas y, en
particular, de las que condujeron a la invención de las áreas culturales.” (Aguirre
Beltrán, 1974:190-191)
Según
Aguirre, de Mendizábal tuvo sólo tres trabajos “seminales” que vale la pena
considerar: 1) influencia de la sal en la distribución geográfica de los grupos
indígenas de México, de 1928, 2) Distribución geográfica de los médicos en la
republica mexicana, de 1938, y 3) Las artes textiles indígenas y la industria
textil mexica, inconclusa, publicada en 1947. “Las dos primeras tienen un
enfoque difusionista y, en la tercera, Mendizábal reclama la paternidad del
concepto áreas en cuanto a México
concierne”, (Aguirre Beltrán, 1974:191 -192) Una observación muy injusta
después de reconocer y comentar los seis tomos de sus Obras Completas
“disponibles en las bibliotecas”; es tanto como decir que la obra rescatable de
Aguirre Beltrán se restringe a tres aportaciones etnohistóricas sobre la
inmigración africana a México: 1) La población negra de México, 1519-1810,
publicado en 1946; 2) Cuijla, sobre un pueblo de la Costa Chica, aparecido
en 1958 y 3) Medicina y magia, publicado en 1963, como más o menos sugiere
Andrés Medina en el homenaje citado de 1996; pero sería, también, caer en la
actitud hostil y revanchista en la que cae el doctor con esa suerte de némesis
que resultó ser Mendizábal para él.
“Además
de (André Gunder) Frank, los antropólogos comprometidos tienen como teórico y
ejemplo a seguir al mexicano Miguel Othón de Mendizábal, ya fallecido ¿por qué
extraña razón escogieron a Miguel Othón? No me propongo desentrañar el
misterio, lo que sí puedo afirmar es que
no lo han leído.” (Aguirre Beltrán, 1974:189) Cuarenta años después me asalta
una incomodidad al advertir que, por increíble que parezca, el doctor Aguirre
Beltrán tampoco lo leyó.
Bibliografía
Aguirre Beltrán, Gonzalo: Integración
regional, México, UNAM, 1957.
Aguirre Beltrán, Gonzalo, Los ensayos:
Un postulado de política, discurso pronunciado siendo
director del Instituto Indigenista Interamericano en Guelatao, Oaxaca 1967,
publicado en América Indígena, Vol. XXVII, 1967;
Oposición de raza y cultura en el pensamiento
antropológico mexicano, publicado en Revista Mexicana de Sociología, Vol. XXI,
1969;
Política indigenista en América Latina, publicado en
Anuario Indigenista, Vol. XXIX, 1969;
Encuentro sobre indigenismo en México (organizado por
Ángel Palerm), publicado en América Indígena, Vol. XXX, 1970;
De eso que llaman Antropología Mexicana, publicado en
Anuario Indigenista Vol. XXX, 1970.
El indigenismo y la antropología comprometida,
publicado en La Palabra
y el Hombre, 12, 1974
Etnocidio en México, una denuncia irresponsable,
Publicado en América Indígena, Vol. XXXV, pp 405-418, 1975
Recopilados en
Obra Antropológica XI, Obra
Polémica, INI, UV, FCE, 1992
Medina, Andrés, Gonzalo
Aguirre Beltrán, imagen y obra escogida, Colección México y la UNAM /71, Aportaciones
universitarias a la solución de los problemas nacionales.
La lista de la UNAM de los
antropólogos mexicanos más destacados en: