Peregrinación en la Sierra Norte
La Antropología mexicana plantea a la Antropología internacional una singular condición que ninguna otra de las llamadas “escuelas nacionales” tiene; lo que no quiere decir que la antropología mexicana no exista, como opinan algunos. Existe con sus antecedentes históricos en el Siglo XIX y su fundación profesional y académica por Manuel Gamio –que venía de estudiar con Franz Boaz–, en 1922. Pero hay una sólida visión del tema indígena en esa antropología que por alguna razón la niega. En México se es estudioso y pariente a la vez, algo que contraría las bases de la disciplina antropológica, formuladas por el pionero Bronislaw Malinowski, de separar el resultado de tus observaciones científicas de las opiniones y conclusiones del indígena; la Antropología mexicana involucra étnica y socialmente a mestizos e indígenas, provocada por el mestizaje, confiriendo a la disciplina una elasticidad que lo mismo sirve para intentar remediar la precaria situación social y política de los pueblos originarios en México, que de alimento electoral, escenografía, siempre en el peldaño más bajo de La nata social, que para supuestamente conocer a los pueblos originarios, increíblemente llamados indígenas, todavía, tanto en la ley de 1992 como en el nombre de los institutos relacionados con el tema, lo que quedó del INI una vez que Fox acabó por desaparecerlo.
Moreno Valle con indígenas-postes
El historiador Luis Villoro en su
trabajo sobre el indigenismo mexicano hizo un análisis de esta coyuntura
hermenéutica en el nacimiento de una disciplina que buscaba dar cuerpo a la
discusión decimonónica del destino de la patria, con la existencia de un
centenar de pueblos originarios más o menos abandonados a su suerte por los
españoles en la larga colonización, expulsados de sus territorios, diezmados,
deprimidos, pero vivos; el indigenismo mexicano con Manuel Gamio y Miguel Othón
de Mendizábal, como las figuras históricas que elige Villoro, concluye que “se
antoja imposible poder acotarlo (al indigenismo) estrictamente dentro de los
límites de una teoría conceptualmente formulada”.
Celebración en Coyomeapan, Puebla
Vemos como Miguel Othón de Mendizábal vive el momento de definición de la Antropología mexicana y conocemos su interpretación, ahora presuntamente científica, del indigenismo. Mendizábal destaca la desviación que implicó aplicar una teoría científica al servicio de una doctrina política de difusos contornos como la revolución mexicana.
Chalupitas poblanas
Mercado en Ixtepec, Puebla
En Puebla, por ejemplo, habitan siete pueblos originarios: náhoas, totonacas, popolocas, mazatecos, otomíes, mixtecos y tepehuas. Algunos ni siquiera se llaman a sí mismos así, es el nombre que les pusieron los aztecas primero y después los españoles, que luego antepusieron el nombre de un santo cristiano, el San Miguel de decenas de pueblos en Oaxaca, Puebla y partes de Veracruz, Guerrero y Chiapas. La cosa ha sido así desde la llegada de los españoles, cuyas intenciones nunca fueron evangelizar sino ganar riqueza y poder, pero siempre tuvieron como objetivo socavar las culturas originarias, impedirles usar sus idiomas, dificultando y estorbando su modernización, porque la mayoría de los pueblos originarios, según he podido ver en mi vida, quieren mejorar y modernizarse, pero sin dejar de ser totonacos, ñañhus en el centro de México o mazatecos en las sierras de Puebla y Oaxaca, o náhoas de Milpa Alta, tan orgullosos.
Celebración religiosa, Ixtepec, Puebla
No lograron aniquilarlos, como es
evidente, pero crearon otra realidad identitaria o cosmogónica que ahora
formamos los mestizos de este gigantesco país, el 85 % de la población, de ahí
que la antropología mexicana es inaplazable, o mejor dicho, inevitable,
intransferible, inherente y consustancial al vivir de los mexicanos; una
antropología que se realiza en el crisol genético de las generaciones y en el conocimiento
de tu país y de tu región; por lo tanto, cultivo el orgullo y la defensa de ese
tesoro cultural que hemos heredado de las culturas autóctonas. Nuestros moles y
chapulines y atoles y chocolates, tamales y guacamoles, combinándolo con
costumbres españolas como la torta de nana y nenepil, que se montaron en
nuestras costumbres desde la conquista. Los españoles también impusieron el
idioma, que no es poca cosa, y México tomó de las naciones modernas su sistema
político republicano y democrático, hizo sus leyes casi idénticas, se consolidó
como país. Pero en el interior profundo de ese país llamado México ha
permanecido la huella de los pueblos originarios que tienen todo el derecho del
mundo a crecer y modernizarse sin dejar su idioma y sus costumbres, y que han
logrado saltar las trancas a una imposición política y cultural que quiso
obligarlos a borrar sus idiomas y su cosmovisión, su tradición oral; sin idioma
¿qué queda de un pueblo? Bueno… nosotros, los mestizos.
Tianguis semanal en Ixtepec, Puebla
Quedan recuerdos y tradiciones de esos
mexicanos que también fuimos, mezclados con la acechanza de los conquistadores,
una mezcla de tentaciones y genes que se esfuerzan por despejar nuestra
ontología mexicana. Mendizábal, como lo habrás advertido, santón de este blog,
lo señaló; aconsejó conocer a estos interesantes pueblos que en México han
vivido un larguísimo desprecio, y acercarse a ellos con sencillez, incluso con
humildad; “dejar a la vida misma”, repitió Mendizábal, la concordia entre ambas
entidades, pues a final de cuentas compartimos una dedicación vital, frugal,
intacta y actual, que es la arraigada cultura del maíz, solo por decir un
ejemplo, porque existen otras sabidurías que también nos han sido legadas. Nuestra
cultura mexicana, lo quieras o no, lo sepas o no. Cuando reflexionamos lo que
significa el maíz en nuestras vidas nos aproximamos, rozamos la explicación de ese
sincretismo impenetrable con la profunda cultura de los pueblos originarios que
tenemos aquí, en el centro de nuestro ser. Así que no me digas que tengo una
confusión de identidad. No te atrevas a dudar de mi mexicanicidad.
Fotos del autor.
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