Foto de la cordillera del Tentzo de Josep Fité
Según Miguel Othón de Mendizábal los
distintos grupos étnicos mexicanos habían recibido distintos tratamientos, no
tanto por sus cualidades particulares como por los variados grados de interés
que los conquistadores pusieron en las diferentes zonas de México que fueron
colonizando. Mientras en muchas partes la indiferencia por sus lenguas y sus
costumbres fue la única actitud de los españoles y criollos, en otros ámbitos
se fomentó el establecimiento de escuelas donde se les enseñara a los estudiantes
nociones prácticas en sus propias lenguas sobre artes e industrias, simultáneamente
a la enseñanza del español. Se ignora el beneficio que eso puedo haber tenido. Uno
de los casos que más impresionó a Mendizábal fue el del Colegio de Santa Cruz
de Tlaltelolco, instaurado por fray Juan de Zumárraga en 1536, que tuvo como
maestros a gente tan ilustre como fray García Cisneros, fray Armando de Basacio
y el “insigne” fray Bernardino de Sahagún, y a no menos ilustres alumnos, entre
los que destaca Pedro de Gante. “Hecho histórico digno de meditarse y
excelencia del Colegio de Tlaltelolco que no ha sido bien tomada”, afirmó
Mendizábal, apuntando directamente a los autores de la disposición que ponía al
español como lengua única para la enseñanza. (IV:175-176)
Es difícil imaginar, agrega, cuál sería la cultura de América de haberse seguido “este sabio sistema educativo”, lo que sí se asegura es que la aportación americana a la cultura universal hubiera sido más importante “que la pobre contribución de los españoles indianos, de los criollos y los mestizos, con exclusión casi total de los indígenas”, apuntó. (IV:177)
A los mexicanos se nos presenta la oportunidad de apreciar las culturas mexicanas, puntos de vista con idiomas diferentes y un antiguo arraigo regional, local: náhoas, mayas, hñañús, mixtecos, choles y otras decenas de pueblos originarios, vigorosos aún, muestran atributos culturales heredados del insondable pasado indo-español que muchos compatriotas todavía se niegan a ver; tal vez entenderíamos mejor la situación histórico-cultural-lingüístico-culinario-artesanal-herbolario que llamamos “indígena”. Vamos a los pueblos de México y vemos una antigüedad convertida en cultura local cercana a la naturaleza, en el marco de una esoteria falazmente católica, llena de ritos ancestrales y creencias cosmogónicas como lo eran las religiones toltecas que sus descendientes heredamos. Religiones antiguas que adoraban el Sol, el agua, algo que me parece no solo pertinente, sino una especie de religión real. Realista. Yo doy gracias al Sol, agradezco al agua.
En resumen, Miguel Othón de
Mendizábal tuvo razón al hablar de las pérdidas en la cultura mexicana por no
haber seguido aquella instrucción de Fray Juan de Zumárraga de educar a los
niños y jóvenes mexicanos en sus propios idiomas; buscaba indagar en las
culturas americanas variantes para la fundamentación de un ser nacional, la
famosa identidad, que los mexicanos logramos configurar con grandes pérdidas de
pueblos que desaparecieron con sus idiomas. Demasiado avanzado, aún ahora.
Pronto alguien decidió que no había
nada qué conocer de las culturas de América porque eran primitivas. Y que a los
indios había que enseñarlos a pensar, cuando no a vivir. Vean las enseñanzas
del influyente profesor Rafael Ramírez. Se aprecia que entonces perdimos mucho cuando
se cortó el entusiasmo por conocerlos y se creó la institución encargada de
asimilarlos, el instituto nacional indigenista, que se encargó de disolverlos y
borrarlos de la presencia pública hasta casi desaparecerlos; 500 años después
les seguimos llamando “indios” y la mayoría de los mestizos mexicanos no saben
ni sus nombres. Seres ignotos identificados con prejuicios y caricaturas –el
chiste del indito es un género de nuestro humor nacional–, racismo simple, pero
suficiente para matar el sueño de Mendizábal de que los mestizos mexicanos podríamos
voltear a ver con mayor interés a los pueblos originarios mexicanos, a pesar de
la evidente genealogía que de un modo u otro nos liga con ellos. Por eso decía
Mendizábal que se aprovecharan esos vínculos para fortalecer la identidad
mexicana de los propios mestizos. Es decir, en lugar de cortar de tajo el
conocimiento de los mexicanos respecto a sus vecinos étnicos, se les aprovechara
y se tomara, como ocurrió en la comida, como algo propio y ancestral; así es como
lo entendemos ahora, como lo sabemos quienes nos hemos acercado a ellos desde la
biología, o a través de la medicina, la agricultura o la antropología. En esas
culturas existe una gran riqueza de conocimientos antiguos que las ciencias naturales
pueden aprovechar y algunas aprovechan desde la biología, la ecología, la
botánica; los estudios regionales, musicales y desde luego antropológicos. Sin
embargo, prevalece la indiferencia, tal vez calculada por los propios pueblos
que prefieren no llamar la atención mientras se les deje vivir en su etnicidad
en paz, cuidando de su idioma respectivo porque es la clave de su sobrevivencia.
Si se extingue el idioma se extingue el pueblo, se meztifica, aun cuando muchas
veces sigan viviendo en las costumbres náhoas o totonacas basadas en el consumo
masivo del maíz y el infaltable temazcal familiar. Esto lo aprecié en Tzicatlacoyan,
donde todo el pueblo tiene su temazcal familiar. Lo pude apreciar visitando
escuelas de enseñanza indígena para la Dirección General de Educación Indígena,
creada por la SEP 30 años antes, en ese entonces, cuando fue necesario y
urgente que se respondiera con la creación de una educación especial en los
idiomas regionales; estuve en Veracruz, Oaxaca, Puebla, Hidalgo, Zacatecas; vi jóvenes maestros muy motivados y bien
instruidos, muchos con maestría, pero sobre todo con una estrategia para la enseñanza
de las materias obligatorias de los cursos, matemáticas en totonaco y poesía en
mixteco. Es decir, tener como prioridad la enseñanza y el fortalecimiento de
sus idiomas. Digo, si se quiere ayudar a ese tesoro cultural que contienen lenguas
tan ricas como el náhuatl –que claramente los mexicanos usamos como una segunda
lengua–, hay que procurar que esa enseñanza se fortalezca y los idiomas originarios
de los mexicanos crezcan en las regiones que ocupan en la geografía mexicana,
porque si miras bien están en todas partes; que esos compatriotas estudien en
sistema bilingüe al menos hasta el nivel de secundaria, que los jóvenes tengan
la oportunidad de conocer a fondo el uso de estrategias educativas que les
permite usar su idioma para la resolución de las materias educativas
esenciales: matemáticas, lenguas, ciencias, arte y música.
El sueño de Mendizábal alcanza
para muchos sueños, si quisiéramos cambiar nuestra actitud pobre y racista sobre
los pueblos originarios y fomentar el interés por sus identidades, por conocer sus
saberes y sabores, todos saldríamos enriquecidos, porque, por ejemplo, fenómenos
como el mole dignifica nuestra cultura y es claramente compartido por todos; ellos
son los hereditarios de los moles mexicanos, muy antiguos, aunque se atribuya a
unas monjitas poblanas la invención de la marca. No importa, la cultura mexicana
está saturada de esas apropiaciones nacionales de saberes y metodologías
locales.
Nadie entre los adultos mexicanos
tiene duda del significado de papalotear, pepenar, petatear, pizcar, pozolear, pulquear,
son palabras provenientes del náhuatl que los mexicanos usamos con naturalidad.
Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, tomo IV.
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