En su libro Estampas del nacionalismo popular mexicano, sobre la cultura popular, Ricardo Pérez Monfort señala que para los años treinta los intelectuales y maestros no eran los únicos interesados en fortalecer la cuestión nacional. Se puede decir que la personalidad del mexicano no era ya una discusión académica y elitista, sino una discusión pública que se debatía en el seno mismo de la cultura mexicana, en el teatro, el cine, la prensa y los nacientes medios de comunicación electrónicos. Era el esfuerzo de todos los grupos “civilizados” de la sociedad.
Se trataba de una sociedad sorprendida de sus propias audacias y de una oligarquía que haría todo lo posible por preservar sus dominios, o lo que quedaba de ellos al haber tenido que compartirlos con los generales que gobernaban ahora la situación.
Aunque en estos años treinta es posible escuchar ideas arcaicas para fortalecer el nacionalismo, como las de Félix F. Palavicini, quien en su Estética de la tragedia mexicana sugería “dar preferencia a la inmigración española y activar la incorporación del indio a la civilización”, o Samuel Ramos expresando que “el nacionalismo y la exaltación de la mexicanidad eran una clara muestra del sentimiento de inferioridad que caracterizaba a los mexicanos” (1), es en estos años cuando se crean algunos símbolos definitivos de nuestra cultura mexicana. Aparecen el charro y la china poblana bailando el jarabe tapatío como símbolo e imagen nacional, para lo que contribuyeron al menos tres factores: la reacción conservadora, los medios de comunicación y su creciente influencia y las necesidades de unión del grupo gobernante. Para Pérez Monfort “el conservadurismo buscó en el tradicionalismo y en las costumbres una justificación para afirmar su nacionalismo, que por cierto fue constantemente puesto en duda por los gobiernos posrevolucionarios”. (2)
1) Estampas del nacionalismo popular mexicano, ensayos sobre cultura popular y nacionalismo, Ricardo Pérez Monfort, SEP/CIESAS, Col. Miguel Othón de Mendizábal, 1994, p.116-117
2) Ibid, p. 123
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