Albergue Santa María la Magnífica
Leí en El
País hace tiempo sobre el asesinato de un sacerdote español en Brasil que
me hizo recordar a Joan Armell Benavent, misionero en Rancho Viejo, municipio
de Tlacoachistlahuaca, Guerrero, en lo profundo de la Montaña, a quien visité
con motivo de una página de Internet municipal que realizamos para la Sedesol del gobierno
federal en febrero de 2007. En Brasil, Ramiro Ludeño y Amigo, de 64 años, se
dedicaba desde hace 34 años a sacar los niños de la calle en Pernambuco de
Recife, en el norte brasileño. Todos lo querían, no se explican las razones que
pudiera tener un adolescente de 15 años para asesinarlo.
Joan
también se dedica al trabajo social con niños y adolescentes en ese pueblo
mixteco de la sierra guerrerense, en una de las regiones más pobres de México.
Tiene un albergue llamado Santa María la Magnífica. La entrevista la tuvimos en
el comedor del albergue, después de cruzar tres habitaciones-pasillo en la que
había literas para una buena cantidad de gente, quizás veinte personas. Joan es
un hombre de la edad aproximada al sacerdote español asesinado, posee unos ojos
interrogantes y habla con una fluidez casi nerviosa, acelerada. Es capaz de
hablar durante largo tiempo.
“Vamos a
cumplir diez años desde que estoy aquí en la misión pero la misión lleva
trabajando ya cerca de 20. La misión se llama Misión Católica de Rancho Viejo,
pertenece a una misionera Ekumene, de España, es un movimiento de gente laica
comprometida, somos gente laica no clérigos, sino laicos comprometidos, yo
pertenezco a misiones, por lo que lo mismo podría estar en África”.
Llegó con
la ilusión de levantar el nivel cultural, es el cuarto misionero en este lugar.
Ha estado solo los últimos cinco años.
“El mixteco
es como chino. Para hablarlo correcto, o naces aquí o se te tienen que dar muy bien las lenguas. Nosotros
tuvimos un voluntario filólogo que estudió la lengua y se hizo el diccionario y
el método para aprender mixteco”. Pero reconoce que no entiende ni una sola
palabra. Por el momento tiene albergados a 25 estudiantes y aclara que las
literas no son de ellos, pues los jóvenes cuentan con habitaciones. Las literas
“están para gente como ustedes, que tienen que dormir una noche o dos, los
maestros que trabajan en los alrededores vienen aquí y duermen. Gente que sube
y tiene que ir y hasta los pueblos, duerme aquí hasta que llega “la ruta”.
También tenemos servicio de baños con agua corriente, con sanidad”.
Joan me
explica cómo este tipo de misioneros están centrados en dos tareas, como obra
ecuménica: una, ayudar en la alfabetización de jóvenes y adultos del pueblo. La
otra es ayudar a que los jóvenes estudien la secundaria, para lo que los
alberga y alimenta. Pero hace muchas otras cosas más: “también en la cuestión
de la ambulancia del pueblo, bajamos gente, que hay urgencia, que vamos al
hospital, un picado de alacrán, aquí tenemos suero, vacunamos animales,
gallinas, cerdos para que no se enfermen. A ese nivel nos movemos. Y como
iglesia damos las catequesis que el párroco nos pide, catequesis para bautismo,
para confirmación, para primeras comuniones, para matrimonio. Ahí nos movemos y
nos ocupa totalmente el espacio para no dedicarnos a nada más”.
Zona se refugio
Las manos de Joan Armell
Benavent, con los dedos juntos, definen un punto
específico de la mesa. Estamos en el comedor del albergue y Joan Arment trata
de explicar lo que entiende como zona de refugio, más para sí mismo que para
mí.
“Empecemos
por distinguir esto como una zona de refugio. Ellos (los mixtecos guerrerenses)
han venido huyendo para no contaminarse con otras culturas y preservar la suya.
Empezando por ahí ellos se han cerrado mucho, no quieren que desde afuera
vengan a decirles qué tienen que hacer y
cómo lo tienen que hacer. Entonces, la gente de montaña es cerrada, como en
todas partes del mundo, pero aquí un poquito más. Los amuzgos están más
abiertos porque replegaron a la otra civilización, al blanco, a ciertas
costumbres, y han evolucionado mucho más, limpios, etcétera, se les ve más
educados. Sin embargo, el mixteco ha ido huyendo porque no quería que les
llegaran otras culturas, que les dejasen sus costumbres, y tienen algunas tan
ancestrales que te recuerdan la edad de piedra. Pero no han salido de ahí. Son
gente que tiene que evolucionar y por eso nosotros estamos trabajando, no para
evangelizar, sino para ayudar a que estas mismas generaciones jóvenes, al tener
más cultura y sepan más del mundo, puedan comportarse de otro modo y dejar
ciertas tradiciones que ya ellos mismos no le encuentran sentido”.
No comparto
su opinión, pero la comprendo. Por diez años ha enfrentado cotidianamente la
resistencia de los mixtecos para asumir lo que generosamente llegó para
otorgarles: catecismo y educación, ante la pasmosa indiferencia del gobierno.
Pero los avances son tímidos, simbólicos, algunas generaciones de egresados de
la secundaria que imparte en el albergue, algunas mujeres catequizadas. El
resto de su obra se ha dispersado en el volátil calendario de la década, eso
sí, día por día. Cuando no falta un herido o un enfermo de peritonitis que hay
que llevar corriendo al hospital, a tres horas de distancia, hay que arreglar
algún litigio entre familias. Los proyectos le brotan de la boca, pero no
tienen eco, caen en la mesa como granos de maíz estéril y rebotan para morir
sin la esperanza de un arado. Cuánto trabajo tiene y que tan solo está Joan,
con sus sesenta años a cuestas y una nostalgia bárbara por su querida España.
Qué extraño el ecumenismo cristiano que practica Joan, luminoso y ciego a la
vez.
Mujeres en venta
Entre los
mixtecos de Rancho Viejo, Gro., es común que los litigios se resuelvan con el
pago de una cuota de dinero. Sean lesiones físicas o morales, la gente paga y
lo arregla en un convenio presuntamente tradicional. Así ocurre también con las
jóvenes, a veces niñas, que son intercambiadas entre padres y yernos por una
suma especulativa que siempre rebasa los quince mil pesos y que llega a tasarse
en sesenta mil, la famosa dote, que se ha convertido en una tradición de venta
infantil, operada por sus propios padres. Esto ha golpeado hace décadas la
situación de los jóvenes, de los novios de Rancho Viejo, que no pueden tener
relaciones normales de muchacho a muchacha, pues los intereses en ellas
depositados provocan una vigilancia extraordinaria que redunda en la falta de
libertad, una implacable represión sexual de los jóvenes que, al casarse por
fin, al comprar una buena esposa, actuarán igual con sus propias hijas que los
adultos anteriores. Joan Armell Benavent, que ha observado
al pueblo de Rancho Viejo con paciencia científica y voluntad religiosa, me
dice sobre esas transacciones.
“Para mi es
una compraventa aunque ellos dicen que no, pero el hecho es que es un trato de
compraventa y los tasan, llegan a un acuerdo y la costumbre es que se vienen a
vivir los dos a casa de los padres del muchacho, ella sale de la casa. Dicen
que es una compensación a los papás, y tal, yo desde afuera lo veo como
transacción. Llegan a un acuerdo, tanto dinero por ella, cincuenta, sesenta
mil, luego tienes que dar la fiesta para la familia, matan res, y les sale muy
caro.
“Aquí yo he
tenido la experiencia con un muchacho joven, que se casaron; la muchacha quería
seguir estudiando y venía a la secundaria, pero acabó dejándola cuando él se
emborrachaba y hablaba lo que sentía, decía que se fuera a la casa, que había
pagado por ella, que tenía que echar las tortillas, y al final lo abandonó.
Entonces tienen ese sentido de
propiedad, la quieren para que les sirva, para que sea su esclava, tener muchos
hijos, disponibilidad absoluta y no la dejan salir de la casa más que para lo
estrictamente necesario”.
Joan me mira
con unos ojos resignados, frente a un asunto para el que nadie parece tener una
solución.
“Creo que
definitivamente no mejorará esta gente con este sistema. De hecho, cuando han
empezado a cambiar y vivir un poco mejor ha sido las familias que se han ido al
otro lado y regresan. Arreglan sus casas, se compran camionetas y comienzan con
un negocio. Lo demás que les llega claro que lo agarran, todo lo que les
ofrezcas, pero eso no madura a la gente”.
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