Seríamos un país mucho más interesante si se hubieran
seguido las recomendaciones de Miguel Othón de Mendizábal, quien pregonaba tras
Tal vez sea una argumentación necia, prematura e insostenible (aún), un bosquejo de utopía; se trata en todo caso de una primera acechanza epistemológica sobre los quehaceres de una academia antropológica perdida en la búsqueda de su objeto de estudio, incapaz de orientar a los mexicanos sobre su situación antropológica, con medio centenar de idiomas vivos, como muchas cualidades evidentes en esa esencia originaria que insistimos en negar. El INI se convirtió en un instituto sin voz, sin personalidad, a pesar de las personalidades que se cruzaron en su camino, fue incapaz de transmitir a los despistados mexicanos siquiera las características objetivas de los pueblos originarios que conviven con nosotros, sus bondades históricas que muchos mexicanos no quieren reconocer como su propio pasado, su pertenencia a un país múltiétnico donde, paradójicamente, periodistas como Fernando Benítez, historiadores como Florescano; documentalistas como Paul Leduc y cronistas como Carlos Monsiváis –sin olvidar al Canal 11–, y numerosas revistas de divulgación; entre todos ellos han aportado más a nuestra cultura antropológica que los miles de antropólogos que pueblan el revoltijo institucional. Dicho sea con todo respeto.
Las aglomeraciones cada vez más masivas de entusiastas que van a bañarse de energía a las pirámides de Tenochtitlan, Teotihuacan, Malinalco o Cholula –sitios arqueológicos en todo el país–, son un primer indicio de la proliferación de rasgos de religiones ignotas que sincronizarán sus ritos con la tecnología y la ciencia; con la electrónica y la internet.
Abusando de tu paciencia, este ímpetu nahuatlizador se extenderá en todos los estados que hoy ocupa el antiguo territorio del centro mexicano definido por Paul Kirschhoff como Mesoamérica.
Así sea.
Fotos del autor.
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