martes, 16 de mayo de 2017

Indianización de un México falsamente occidentalizado

En esta fotografía vemos un ejemplo del indigenismo imperial del malhadado gobernador de Puebla que usa a las señoras totonacas como postes; no sonríen, no aplauden, no participan; postes.

La hipótesis general de este blog es probar que Miguel Othón de Mendizábal propuso, en un momento clave de la discusión, una práctica indigenista distinta a la que se constituyó en el INI. La marginación a la que este antropólogo fue sometido muestra el tamaño del miedo oficial al prolongarse por décadas el boicot a sus numerosos escritos, publicados solo por amigos de la viuda en 1946, a dos años de su muerte. Fue la única edición de sus obras completas, en tanto que la academia únicamente incluyó en la materia de antropología mexicana su trabajo sobre la influencia de la sal en el poblamiento de América, texto interesante, pero relacionado solo con nuestra historia más antigua. La opinión de Mendizábal sobre los problemas fundamentales del indígena y sus propuestas para solucionarlos fue sacada de la mesa de discusión, lo mismo en los institutos que en la academia. Mi opinión es que Mendizábal vale la pena de ser leído, discutido y repensado. Y que algunas de sus ideas poseen vigencia.

A través de una visión integral del mundo indígena, Mendizábal tiene la virtud de ser realista. Basado en sus estudios de la historia y antropología, que incluía análisis de producción agrícola, medicina natural, religiones y mitos, derecho, educación y lenguas, MOM se atreve a hacer una sugerencia original, que hasta hoy nos parecería moderna, sobre observar más detenidamente las características de los pueblos originarios.

Comprenderlos. Dejar a la “vida misma” la confrontación mestizo-indígena. Él quiso hacer una síntesis que convenciera a los mestizos de que las culturas autóctonas eran más interesantes de lo que parecían, y que al conocerlas eran muchos los beneficios los que el mestizo iba a obtener de ahí, pues podría fortalecer su sentido de pertenencia, servirse de ellas, incluso apropiárselas. El mundo originario podría tener otro papel en la conciencia colectiva de los mexicanos, podría ayudar a resolver el asunto de la identidad, observado desde entonces a través de laberintos, jaulas melancólicas e inconfesables complejos que cargamos, como una cruz, bajo el inclemente sol de las cuaresmas, las fiestas funerarias, equinoccios, solsticios y otros dilemas de abundante mexicanidad.

Se trata de imaginar lo que hubiera sido de México con un indigenismo más co-activo, en términos antropológicos, y que en lugar de mexicanizar a los indígenas, México se hubiera indianizado un poco, como proponía Mendizábal. En los albores del siglo XXI esta parece ser la tendencia de los mexicanos, México tiende a indianizarse porque es históricamente necesario que busquemos en esa herencia respuestas a preguntas reiteradas sobre nuestra capacidad y los límites de nuestra cultura; el mexicano del mañana estará más completo al haber aceptado su implicación en la genética nacional, y esa, bajo ninguna circunstancia, puede disociarse de sus raíces indígenas.

La pobre contribución indigenista miró más bien al lado contrario: no había nada qué conocerles, debían asimilarse, hablar español y formar parte del campesinado mexicano. Debían desaparecer como indígenas, convertirse en obreros de las ciudades, ser domesticados como las clases populares de Europa y Norteamérica (puedes ver esta defensa ampliada en La refutación de Aguirre Beltrán, 17-Ago-2012 en este mismo blog).

Y eso, como podemos ver, no ocurrió completamente. Las principales etnias mexicanas gozan de  cabal salud, el "elemento" indígena sigue ahí.


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